Todos nazis
«El problema de que Musk, Vox, Ayuso, Feijóo, los trumpistas, el chófer de Milei y la peluquera de Meloni sean fachas es que, si ellos lo son, no lo es nadie»
Ahora que se celebran numerosos homenajes a las víctimas del Holocausto, coincidiendo con el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz, el término «nazi» se repite por todas partes alegremente, como quien manosea un sustantivo cualquiera. En todos los actos se condena sin ambages el episodio que, por culpa de aquellos hombres, pasa por ser uno de los actos de mayor maldad que haya visto jamás la historia. Precisamente por esto, porque lo ocurrido en aquel campo de concentración, como en tantos otros, es una barbaridad nunca vista antes y probablemente nunca vista después, utilizar banalmente el término resulta de una incongruencia y de una osadía que roza la ridiculez.
Yo entiendo que ver a Elon Musk lanzando gestos extraños desde un estrado pueda resultar truculento, pero de ahí a tacharlo de nazi abiertamente hay un trecho. Máxime cuando todo el pueblo judío, con Netanyahu a la cabeza, está fervientemente agradecido al poderoso tecnócrata por su apoyo y su visita durante el conflicto con Palestina. Días atrás, algo similar ocurría en un evento literario, donde a la presentación de no sé qué libro acudieron periodistas como Quiles y algún otro, y a su llegada fueron expulsados del evento a golpe de «nazis, nazis de mierda».
«Otros términos como facha, comunista y peor aún conceptos como libertad o democracia, han perdido los límites de su significado»
Yéndome a mi mundo, el literario, recuerdo cómo Bill Cole, profesor de literatura americana, llamó nazi a Tolkien hace unos años porque relacionaba la falta de mujeres, hombres de razas negras o asiáticas y, en suma, la falta de diversidad en sus novelas con no sé qué teorías de viejo pasado alemán tolkieniano. Aquí, en España, he oído cómo eran fachas desde González Ruano hasta el mismísimo Ortega y Gasset, quizá por pura supervivencia en un caso, quizá por cierta germanofilia en el otro. Ahí afuera, son nazis perfectamente cancelables en sus países Céline o Droguett, en una especie de Núremberg moderno típico de nuestra sociedad.
Y así con todo. Pero el problema de que Ortega, Tolkien, Musk, Quiles, cuatro ancianos que pasaban por allí, medio Vox, Ayuso, Feijóo (¡Feijóo!), los trumpistas, el chófer de Milei y la peluquera de Meloni sean fachas es que, si ellos lo son, no lo es nadie. Y a fe mía que viendo las imágenes durísimas de lo ocurrido hace ahora 80 años el tema resulta lo suficientemente serio, y da un nivel claro de lo que es la maldad humana, como para no difuminar esa perversidad entre cuestiones de mero partidismo moderno.
Pese a todo, el término «nazi» no es el único manoseado en la trivialización más lamentable, más allá de lo mainstream del asunto este año. Otros términos como «facha», «comunista», y en otro sentido quizá peor aún conceptos como «libertad» o «democracia», han perdido progresivamente los límites de su propio significado y ya puede cualquier mastuerzo en un estrado o en un plató moldearlo para que pueda significar cualquier cosa. Si a esto le añadimos el indudable sesgo de confirmación del que presume a media España, nos ha quedado una realidad maravillosamente preparada para hacérsela tragar al pueblo de la manera que más guste. Así que, nada, a disfrutar lo banalizado.