THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

¿Final del wokismo? El caso del pobre Errejón

«El sí era sí y, cuando había dudas o impedimentos, el varón se contenía y accedía a los deseos de la mujer. Frenaba sus ímpetus, respetaba a su pareja»

Opinión
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¿Final del wokismo? El caso del pobre Errejón

El exportavoz de Sumar en el Congreso, Íñigo Errejón, sale de declarar en los juzgados de Plaza de Castilla. | Mateo Lanzuela (Europa Press)

Una de las pocas consecuencias positivas de la victoria de Trump puede ser el final de la moda woke. Le llamo moda por su inconsistencia, por su falta de bases conceptuales serias, porque es contraria a la libertad y la igualdad, los dos grandes valores éticos y políticos del mundo moderno desde la Ilustración del siglo XVIII. 

Esta imprecisa moda espero que sea fugaz y deje de hacer el enorme daño que está provocando. Con raíces en Europa, en los trastornados pensadores postmodernistas (o postestructuralistas) franceses, tales como Foucault o Derrida, se trasplantó a ciertas universidades de élite de EEUU y, naturalmente, desde ahí irradió al resto del mundo occidental. 

En España llegó con algo de retraso pero con fuerza. Debido a su idea central de identidad fue aceptada por los nacionalistas, con entusiasmo o como mal menor, y por el feminismo, para dar un paso más –y seguir viviendo de chiringuitos– cuando ya la igualdad entre hombre y mujer se había prácticamente alcanzado, así como la plena igualdad sexual conseguida. A los nacionalistas periféricos no les molestaba, a Podemos le entusiasmó y a los socialistas de los últimos tiempos, tan desnortados y huérfanos de ideas, les sirvió de punto conexión con los populistas. 

Sin darnos cuenta, lo woke se iba introduciendo en la normalidad, en la evidencia del día a día, en el sentido común de las gentes. LGTBI… XHCEJ… Cada año se añadía una letra más a sus símbolos, nadie se atrevía a quejarse y las feministas de toda la vida eran marginadas y hasta expulsadas, por falsas y traidoras, de la famosa manifestación del 8 de marzo: del día de la Mujer –quizás ya un anacronismo– se iba pasando sigilosamente al día del wokismo

En España, en el plano legislativo, la norma estrella fue la famosa ley llamada popularmente del «sólo sí es sí», oficialmente denominada Ley Orgánica 10/2022, de Garantía Integral de la Libertad Sexual, pomposo nombre. En esencia, por un lado, no distinguía entre abuso y agresión (según hubiera habido violencia o intimidación) como en la legislación anterior, y todo era agresión; por otro, y esto era lo fundamental, la parte supuestamente agredida lo era sólo en función de que no hubiera dado su consentimiento explícito: de ahí el «sólo sí es sí».

«Lenguaje mercantilista y burocrático: ¿quieres follar, sí o no? La magia se evapora, la pornografía ocupa toda la pantalla»

Un momento de ternura, de amor supremo, en el que no era necesario explicitar nada porque todo se daba por supuesto, se convertía en un contrato civil en el que sólo se encontraba a faltar la presencia de un notario. Un absurdo absoluto, contrario a toda la historia de la humanidad desde Adán y Eva, que declaraba fuera de la ley a tantas poesías amorosas, tantos boleros y rancheras, tanto swing y canción francesa que forman parte de nuestra educación sentimental. 

Nada. Lenguaje mercantilista y burocrático: ¿quieres follar, sí o no? La magia se evapora, la pornografía ocupa toda la pantalla. Los besos, los mil matices con los que besas, los casi imperceptibles latidos del corazón, saber descifrar las distintas variantes de la tersura de la piel, ya no servían. Sólo sí o no, y mejor por escrito, para que quedaran pruebas. 

El fanatismo, mezclado con la escasa inteligencia, obnubila la mente e impide tomar decisiones con una mínima sensatez. «Rápido, hay que votarla ya, no hace falta discutir más, esta ley es muy urgente», declaraba a los periodistas parlamentarios Irene Montero, un espíritu autoritario y escasamente partidario de reflexionar. Pues se aprobó la ley, sin pasar los controles pertinentes que debían mejorarla técnicamente, debiendo aplicarse con finalidades contrarias a la intención de los legisladores. La técnica legislativa es forma y fondo a la vez. Al menos los diputados están obligados a saberlo.

El caso Errejón es un ejemplo de los errores de esta ley. No hace falta explicar de nuevo los hechos, los ha declarado en numerosas versiones –todas coincidentes en los aspectos centrales– la supuesta víctima, y sólo conducen a una conclusión incluso dudosa: aquella noche al pobre Errejón se le frustró el ligue. No supo hacerlo de la manera debida, fue torpe en sus gestos, la hybris le dominó en exceso, las prisas no son buenas consejeras en estos lances, o quizás no ha leído buenos poemas de amor, viejas y eternas canciones. 

«El sí era sí y, cuando había dudas o impedimentos, el varón se contenía y accedía a los deseos de la mujer»

Pero también puede ser que nada de eso sucediera y que todo sea una mentira o bien una sensación de la supuesta víctima. Ay, las sensaciones, la pura subjetividad, ¡a cuántos errores conducen, cómo hacen que lo blanco se vea negro! Pero en los relatos objetivos de aquella larga noche encuentro más consentimientos que desacuerdos. El sí era sí y, cuando había dudas o impedimentos, el varón se contenía y accedía a los deseos de la mujer. Frenaba sus ímpetus, respetaba a su pareja. Esto es lo que se deduce de los hechos, tal como los he leído en distintos medios que, valoraciones aparte, todos son en lo sustancial coincidentes. 

Mientras, el pobre Errejón ya ha pagado su pena, antes de ser sentenciado. El comportamiento de su partido fue propio de fariseos, la carta que le hicieron firmar era literalmente incomprensible, su imagen ante la sociedad ha quedado destrozada. No fue una pena de telediario sino una pena más intensa, de todo tipo de medios de comunicación, imagino que redes sociales incluidas. 

Además, una vuelta a los tiempos de la Inquisición: sin presunción de inocencia, sino con presunción de culpabilidad. ¡Ande usted, Errejón, háganos llegar las pruebas de que todo lo que le acusa esta mujer, que sucedió hace tres años, es falso! Si me sucediera a mí no me atrevería a salir a la calle al día siguiente, no querría ver a los amigos, me iría a vivir a otro país y me cambiaría el nombre. Amigo Errejón: estoy contigo.

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