THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Guantes y aviones

«En un momento se me arrebatará todo, de golpe, pero mientras tanto ya voy perdiendo cosas: la cabeza de mi amigo, aviones, a mi asistenta, los guantes»

Opinión
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Guantes y aviones

Un par de guantes.

Ayer fui a un centro sociosanitario a ver a un amigo que ha perdido la cabeza, y con pronóstico funesto. Salí pesaroso, como es natural. 

Y luego, para empeorar las cosas, no sé dónde perdí los guantes. Esto último ya me sumió en un paroxismo de desasosiego. 

Hoy la asistenta me dice: «¿Se ha enterado usted de ese avión que ha chocado con un helicóptero, y han muerto todos?»

-Sí, sí, ya me he enterado, qué catástrofe… ¿Ha visto usted mis guantes? ¿No?…

-No.

-¡Los he perdido!

-Cómprese otros. 

-¡Ustedes las mujeres, qué fácil lo ven todo!

Desde luego, la vida de mi asistenta es mucho más dura y trágica que la mía, y contarle que la pérdida de guantes que acabo de experimentar viene precedida de otras pérdidas y me trastorna como signo de falta de control, de desorden y dispersión vital, sería improcedente. 

Además de que podría haberme pasado algo peor: podría haber perdido un solo guante, y quedarme con el otro, del todo inútil. Los guantes son una prenda oscuramente alusiva a no sé qué, tienen una cualidad simbólica y espectral, son funda, ocultación y máscara, nada tiene de extraño que los surrealistas, empezando por De Chirico, recurriesen tan a menudo a ellos para sus pinturas y objetos. 

Mi amigo ya está perdido, y los aviones caen aquí y allá, y por todas partes allá donde mires verás la acción de la entropía, que es la ley que rige el universo. Los astros se separan, los vasos caen al suelo y se rompen en mil pedacitos y esos relucientes pedacitos de cristal nunca se recomponen, el vaso nunca vuelve del suelo a la mesa, intacto y triunfal. Éste es el orden o desorden de cosas donde hay que encuadrar esas pérdidas, y el hecho de que precisamente yo, que soy un conspicuo regalador de guantes –pues sé que algunas veces, al ponérselos, el que los ha recibido pensará positivamente en mí, y así mi mónada crece— ando sin ellos, inerme y desvalido. Desenguantado. 

-Creo que voy a escribir unos párrafos sobre este asunto –le digo a la asistenta-. Me parece necesario.

-¿Para ver –responde— si un lector encuentra sus guantes y se los devuelve?

-No, eso lo descarto como improbabilidad extrema. Es para convertir mi duelo metafísico en palabras, palabras…

¡Con la que está cayendo, y usted con esa frivolidad! Hay guerras, ¿sabe usted? Hay hambre en el mundo. Hay gente que lo pasa mal. Hay muchas cosas sobre las que escribir. ¡Desde luego…!

-¿Desde luego qué, Edelvinta? ¿No escribió Ruano un bonito artículo sobre las rejas del parque del Retiro, que rezumaba toda su coqueta melancolía? Y Foix ¿no tiene un poemario entero, titulado On he deixat les claus, (Dónde he dejado las llaves)? A mí creo que esos ejemplos me habilitan para el tema de los guantes perdidos que me ha traído aquí, a este artículo que estoy escribiendo, donde, por cierto, salimos usted y yo… 

-Seguro que serán muy interesantes esa reja y esos poemas. Pero del artículo sáqueme, que yo no quiero estar en los papeles, prefiero el anonimato.

Hecho. Fuera Edelvinta.

En una de sus Canciones de la rueda del tiempo, que fue lo mejor que escribió, Espriu urge al lector: «No deixis res/ per caminar i mirar fins el ponent./ Car tot, en un moment, et serà pres». O sea: No dejes nada por caminar y mirar hasta el ocaso, porque todo, en un momento te será arrebatado. En catalán suena más desgarrado, gracias al sonido de zarpazo de et será pres. Sí, en un momento se me arrebatará todo, de golpe, pero mientras tanto ya voy perdiendo cosas: la cabeza de mi amigo, aviones, a mi asistenta, los guantes.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Eliade, en Portugal, en circunstancias vital y políticamente muy desagradables para él, entre las cuales la peor, con diferencia, era la pérdida de su querida esposa Nina, habla de Kierkegaard y dice que «siempre le estaré agradecido por haber dicho que su separación de Regina Olsen era un acontecimiento mundial infinitamente más importante que la aparición de Alejandro Magno».

Ellos dos, Kierkegaard y Eliade, sabían desde qué nivel asistimos a la variedad del mundo, el orden de valor que le asignamos a todo eso que miramos «hasta el ocaso». Con cuyas sombras ya van confundiéndose los perdidos guantes, el avión y el helicóptero y la cabeza de mi amigo. 

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