Milei salvando a Occidente en Davos
«A la muy larga lista de reproches que se le puede hacer al wokismo, se suma este: el de haber revivido el tradicionalismo y la moral reaccionaria»

Ilustración: Alejandra Svriz.
La Unión Europea «gime bajo el peso del lobby LGTB», declaró en 2013 un think tank ruso, el Club de Izborsk. No mucho después, se sumaron al coro la cadena NTV, diciendo que en Ucrania regía una «homodictadura», y el activista Konstantín Maloféyev, que habló de salvar a sus vecinos de los sodomitas europeos, que querían imponer como dieta obligatoria el sexo anal a la sociedad ucraniana. El jefe del grupo motero Los Lobos Nocturnos, Aleksandr Zaldostanov, proclamó la resistencia al satanismo mundial, a la destrucción de los valores tradicionales y a la jerga homosexual; y Aleksandr Dugin, el filósofo que más ha defendido la aniquilación de Ucrania, animó a la extrema derecha a unirse en una cruzada para salvar a Europa del Satán homosexual.
A la luz de estos ejemplos -que tomo del libro de Timothy Snyder, El camino hacia la no libertad– parecería claro que el tradicionalismo ruso está instrumentalizando los prejuicios en contra de la comunidad gay para hacer avanzar sus luchas políticas, incluso una invasión armada. Pero no es sólo en Rusia que está ocurriendo esto. El tradicionalismo está en auge. En varios países occidentales se vuelve a pensar en las sociedades como organismos vivos que deben cuidarse de los agentes patógenos que las corrompen. Empieza a desconfiarse de las instituciones supranacionales que promueven los derechos humanos o políticas que introducen regulaciones en determinados ámbitos. Se habla con ímpetu de las tradiciones nacionales, de la autoridad natural, de la heterogeneidad de los pueblos, y no para promover el multiculturalismo de izquierdas sino un nacionalismo patriótico de derechas.
La Europa de los pueblos ya no la defienden perroflautas con trenzas y bongos, sino hombres de traje y barba afilada. Hasta se ha rescatado de la penumbra de los tiempos a Plinio Correa, el brasileño que fundó el movimiento reaccionario Tradición, familia y propiedad. Como guinda del pastel, en Davos Javier Milei le robó a Petro el papel de salvador de la humanidad, al menos de Occidente, advirtiendo sobre el «virus mental de la ideología woke«, «la gran epidemia de nuestra época», «el cáncer que hay que extirpar». Si Petro no puede pisar un escenario internacional sin advertir sobre el cambio climático y el fin de los tiempos, ahora Milei aprovecha las tribunas cosmopolitas para despotricar contra un cosmopolitismo infectado de wokismo, lobby gay e ideologías de género que pervierten los cimientos del mundo occidental.
«El mal sueño woke debe acabar, pero no para que despertemos en un mundo de familias e iglesias en lugar de Estado»
Lo notorio de todo esto es que los redentores que nos quieren salvar del wokismo, como Milei, empiezan a demostrar que su interés no es recuperar la cordura, sino meter gato por liebre. Con el pretexto de luchar contra las majaderías woke, están socavando la pluralidad, la tolerancia y la libertad individual, sobre todo en el caso de la mujer, y al igual que los tradicionalistas rusos, también están patologizando el estilo de vida homosexual. Ante su audiencia en Davos, Milei instrumentalizó un caso concreto de una pareja gay pedófila para sembrar la duda sobre la idoneidad moral de la comunidad entera. «En sus versiones más extremas», dijo, «la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil». «Son pedófilos», sentenció.
Convertido en tradicionalista, el presidente argentino ve en las políticas que combaten el machismo y la homofobia un proyecto de ingeniería zurda que altera el carácter moral del pueblo y sirve de pretexto a los burócratas -la casta política- para aumentar el tamaño del Estado. Ve en el globalismo un agente de corrupción que impone moralidades foráneas, y sus gurúes políticos recelan del universalismo de los derechos humanos, un constructo de despacho en el que no ven reflejadas las tradiciones ni la voluntad de los pueblos, sino la huella espuria de una secta de burócratas por los que nadie ha votado.
A la muy larga lista de reproches que se le puede hacer al wokismo, se suma este: el de haber revivido el tradicionalismo y la moral reaccionaria, que ahora vuelven con el resentimiento del derrotado a conquistar el terreno perdido. La iracundia de Milei es la iracundia del marginal. La idiotez woke ha sido un tapete rojo para que entre arrasando no sólo con el progresismo, sino con el liberalismo. Porque si al liberal le molestan los métodos del wokismo -el dogmatismo, el puritanismo, el victimismo, la sobreactuación moralista-, al tradicionalista le molestan sus metas, la pluralidad y la tolerancia de estilos de vida, entre ellos el gay; la circulación de personas, la lucha contra los prejuicios de todo tipo, la libertad de la mujer para decidir si aborta o no, el cosmopolitismo. También, por supuesto, la preeminencia del individuo sobre las tradiciones. El mal sueño woke debe acabar, pero no para que despertemos en un mundo de familias e iglesias en lugar de Estado.