The Objective
Sonia Sierra

El transgenerismo es misoginia

«En eso consiste: en que los hombres ocupen lugares de las mujeres ya sea en los vestuarios, en los podios o quedándose con becas o subvenciones»

Opinión
El transgenerismo es misoginia

La actriz Karla sofía Gascón. | Mario Anzuoni (Reuters)

A veces, el wokismo me parece un experimento social a gran escala para aplicar luz de gas de forma masiva, es decir, hacer creer a la población que lo que perciben con sus propios ojos no es real. Pongo un ejemplo: aunque veas claramente que tienes frente a ti a un hombre con todos sus atributos al aire, tienes que decir que es una mujer, bajo amenaza de cancelación e, incluso, de cuantiosas multas por culpa de la ley Trans que el Gobierno socialista copió de la legislación canadiense sobre este tema.

Digamos que el experimento está saliendo, de momento, regularcete: Trudeau ha tenido que dimitir y Trump, que hizo campaña prometiendo acabar con la imposición queer, una de las primeras medidas que tomó fue acabar por ley con ese tutti frutti de supuesta variedad de sexos. Y Trump nos puede gustar mucho, poco o nada, pero el caso es que por primera vez en la historia de Estados Unidos, la popularidad de un presidente reelegido es superior en los primeros días de su mandato que en la legislatura anterior.

Detrás de la imposición transgenerista que estamos sufriendo se mueve una enorme cantidad de dinero: por un lado, toda la industria de las cirugías estéticas y, por otro, la farmacéutica que convierte en pacientes crónicos a adolescentes perfectamente sanos y que van a tener que pagar por vida (ellos o el Estado, o sea, nosotros) unos tratamientos de reemplazo hormonal que cuestan unos 300 euros al mes, dinero que se podría destinar, por ejemplo, para un fármaco para los niños con leucemia u otro para las mujeres con cáncer metastásico que Mónica García, médica y madre, ha vetado alegando racionalización del gasto público. Hay que tener el corazón de hielo para hacer algo así.

A todo esto, Trump ha firmado una Orden Ejecutiva para dejar de promover y financiar la llamada «transición de género» en menores autoidentificados como trans basada en el uso de cirugías y hormonas como ya han hecho Finlandia, Noruega, Suecia, Dinamarca y el Reino Unido y ahora se están planteando también en Australia. Bienvenidas sean todas esas decisiones, pero es un pena que por el camino hayan destrozado la vida de tantos niños y adolescentes, en muchos casos con autismo o víctimas de acoso a los que les vendieron muy caro un billete a un supuesto paraíso que para muchos ha acabado siendo un infierno.

Aunque los cambios en los países citados son alentadores, el transgenerismo sigue gozando de muy buena salud porque, más allá de los pingües beneficios que ofrece a ciertas industrias, es un campo abonado para que florezca la misoginia de siempre y, encima, poder pasar por moderno y progre. A lo largo del tiempo y del espacio, las mujeres hemos sido normalmente la alteridad -la costilla del hombre, el segundo sexo- y se nos ha vetado el espacio público cuyo máximo epítome es Afganistán, ese país en el que los años 20 del siglo pasado las mujeres ya tenían derecho a voto y que ahora, por obra y gracia del islamismo, no pueden ni asomarse a una ventana ni dejar oír su voz en público. Literalmente.

«Karla Sofía Gascón cuando era un hombre llamado Carlos interpretaba culebrones mexicanos y jamás destacó como actor»

En las democracias occidentales habíamos conseguido la igualdad formal y para favorecer que las mujeres también pudieran optar a premios y galardones tanto en el deporte como en certámenes de todo tipo, se establecieron las categorías diferenciadas. Pues bien, el transgenerismo ha arramblado con todo esto y ¿quién se lleva siempre todos los premios? Efectivamente, los hombres. 

Les propongo un juego: vamos a buscar cuántos hombres autoidentificados como mujeres y cuántas mujeres autoidentificadas como hombre han logrado galardones. En el primer caso, la lista es larguita: Rachel Levine, que hasta los 54 años fue hombre, Mujer del Año 2022; Dylan Mulvaney, influencer transgénero, Mujer del Año 2023; Alex Consani, Modelo del Año 2024 o Ayob Ghadfa, el boxeador argelino al que dejaron participar en los últimos Juegos Olímpicos, Deportista del Año 2024. Este caso es especialmente doloroso –y para las boxeadoras, no solo en sentido figurado- porque además de poner en riesgo la integridad física de las mujeres a las que agredió en el ring, ha arrebatado los podios olímpico y de mejor deportista a mujeres. Y seguimos con los robapremios: Karla Sofía Gascón cuando era un hombre llamado Carlos se dedicaba a interpretar en culebrones mexicanos y jamás destacó como actor hasta que decidió que era una mujer y empezaron a lloverle las nominaciones y se alzó con el premio a mejor «actriz» de Europa. No se llevó el Globo de Oro y aunque la película y Zoe Saldaña sí lo hicieron, fue Karla Sofía quien dio el discurso. Y todo parecía indicar que iba a alzarse con un Oscar hasta que han empezado a salir antiguos tuits suyos criticando el islam, llamando «drogata estafador» a George Floyd y criticando la hipocresía del movimiento Black Lives Matter.

Además, en otros arremete contra los premios Oscar de los que dice que no premian la calidad cinematrográfica, sino el pertenecer a una minoría u otra. Y más razón que una santa, las cosas como son, y por eso fue nominada y por eso, precisamente, se va a quedar sin su flamante estatuilla. Y es que en el wokismo, como si de piedra-papel-tijeras se tratara, raza gana a LGTBI. No verán nunca ni una protesta cuando los agresores contra el colectivo son musulmanes.

Y no me he olvidado de nuestro juego. El número de mujeres que ahora se autoidentifican como hombres que han recibido algún tipo de premio o galardón es cero. De hecho, Ellen Page tenía una exitosa carrera como actriz y ahora se queja de que desde que es Elliot no consigue ni un papel. Y es que en eso consiste el trangenerismo: en que los hombres ocupen lugares de las mujeres ya sea en los vestuarios, en los podios o quedándose con becas o subvenciones. Carla Antonelli lo definió perfectamente cuando dijo que «la mejor mujer, un varón». Purita misoginia, oigan.

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