The Objective
José María Calvo-Sotelo

Trump 'shock & awe'

«Aprendamos de la determinación de la administración del nuevo presidente de EEUU en favor del crecimiento y recuperemos las ganas de crecer»

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Trump ‘shock & awe’

Ilustración de Alejandra Svriz.

En pocas ocasiones la superioridad expresiva de la lengua inglesa sobre las lenguas romances resulta tan palmaria como con la literatura en torno a Trump. ¿Qué sería de su tan conocido lema de shock and awe si lo tuviéramos que decir en el castellano conmoción y sobrecogimiento? Perderíamos la atención de los votantes a mitad de la frase y toda su fuerza quedaría diluida entre tanta sílaba. Es la fuerza del monosílabo inglés a la que ya recurrió Churchill en su famosa frase “blood, toil, tears and sweat“.

Pero conmocionar y sobrecoger al mundo entero es lo que ha conseguido Donald Trump en sus dos primeras semanas como 47 presidente de los Estados Unidos: con la declaración de emergencia nacional en la frontera sur del país y la también emergencia nacional en materia de energía, con la tromba de las más de cien órdenes ejecutivas firmadas en menos de 24 horas, y hasta con el imposible perdón a los que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. Nos conmocionó y quedamos sobrecogidos, y eso que de todo ello (excepto del perdón imposible) habíamos sido advertidos antes de que ganara las elecciones del pasado 5 de noviembre. También de la imposición de aranceles a sus vecinos continentales y a China.

Entre tanta conmoción y sobrecogimiento, digo, no es fácil prestar atención a las voces que intentan matizar la capacidad real de la presidencia de los Estados Unidos para cambiar el país (o el mundo) a base de órdenes ejecutivas. Es verdad que la mayoría de estas órdenes no pasan de ser «memorándums» internos que sólo obligan a los ministerios y a las agencias federales. Pero hay que ver la conmoción que generó la efímera orden de la Oficina del Presupuesto de la Casa Blanca, que congelaba fondos millonarios de más de 2.600 programas de ayudas federales.

A mayores, no hay que olvidar que Trump cuenta también con las mayorías del partido republicano en ambas cámaras legislativas y un Tribunal Supremo de perfil conservador. Con su apoyo, es más que probable que el conocido mecanismo constitucional de checks and balances (los frenos y los contrapesos) sobre el poder Ejecutivo brille por su ausencia en los próximos dos años cuando menos.

Una de las primeras víctimas de la apisonadora legislativa de Trump será seguramente la icónica ley de Reducción de la Inflación (IRA por sus siglas en inglés) del presidente Biden, pilar sobre el que se apoyaba todo el Green New Deal demócrata, que Trump prometió desmantelar en su discurso de toma de posesión. Los menos pesimistas dicen, sin embargo, que como muchas de las disposiciones de esa ley están beneficiando a Estados controlados por los republicanos, no parece fácil que sus senadores y diputados aprueben sin rechistar recortes a esas ayudas; y aluden al genio eminentemente “transaccional” de Trump para justificar sus esperanzas. Habrá que ver si el dinero puede más que la guerra cultural contra todo lo “verde” que anima a muchos seguidores del presidente.

«Si EEUU puede aumentar sus exportaciones de gas natural licuado, ayudará a bajar su precio y Europa saldrá beneficiada»

Pero más allá de los tres poderes de Montesquieu, existen esas entidades tan incomprendidas llamadas “mercados”, contra las que se estampan multitud de iniciativas legislativas que acaban en papel mojado tras darse un baño de realidad. Un ejemplo: la cruzada de Trump contra la eólica marina no tendrá tanto impacto sobre el avance de las energías renovables en el país, porque estos proyectos apenas suponen el 5% del total de los nuevos proyectos renovables. Así, el laboratorio nacional Berkeley informaba de que, a cierre de 2023, estos proyectos sumaban más de 2.500 GW de potencia, más de 10 veces la potencia renovable (solar y viento) ya instalada en el país. Más del 80% de estos 2.500 GW son plantas solares y de baterías para almacenamiento de energía, junto con parques eólicos terrestres, que no dependen en nada del gobierno federal.

Otro ejemplo: el grito de guerra “drill, baby, drill” del presidente (¡otra vez la eficacia de los monosílabos!), que levantó una gran ovación entre todos los presentes bajo la cúpula del Capitolio. Con ese grito Trump prometía una reducción a la mitad de los precios de energía a base de aumentar la producción de petróleo y gas del país. No está nada claro ni que los “mercados” sean capaces de absorber más petróleo ni que a las petroleras les interese nada la reducción de los precios de la energía. Pero si los EEUU pueden aumentar sus exportaciones de gas natural licuado, eso ayudará a bajar su precio y Europa saldrá beneficiada. Y al final, serán los mercados los que hagan entrar en razón a esta administración con su política de aranceles a diestro y siniestro.

Lo que los mercados verdaderamente festejan de la administración Trump es su determinación de «no hacer prisioneros» en su batalla a favor del crecimiento. Cualquier regulación, normativa, ley o acuerdo internacional que suponga una cortapisa al crecimiento de la economía norteamericana encontrará a Trump enfrente. Lo explica muy bien Janan Ganesh en su artículo del Financial Times, Britain should stop pretending it wants more economic growth, en el que afirma que “cuando el crecimiento se topa con cualquier otra prioridad, la preferencia de los americanos es siempre por el crecimiento”; muy a diferencia de lo que ocurre en Europa, que supedita el “dinamismo económico” a otros objetivos.

«No nos quedemos fuera de la carrera por la energía nuclear y pinchemos el carísimo ‘soufflé’ del hidrógeno verde»

Quizá sea esa la única faceta de la nueva administración norteamericana de la que podría aprender la Unión Europea: recuperar las ganas de crecer, porque solo a base de sostener y preservar acabaremos en una lenta agonía como dicen Draghi y Letta en sus informes. Y aprovechar la ocasión que se nos presenta: si Trump retira los incentivos de la IRA a la inversión en tecnologías bajas en carbono, atraigamos esa inversión a suelo europeo con prudencia, pero también con eficacia; si Trump consigue bajar los precios de la energía, saquemos buen partido de ello porque no podemos seguir pagando el gas a los precios de hoy.

Sigamos apostando por las renovables baratas, pero deroguemos la obligación de reducir el consumo de energía al 2030 que nos impone la disparatada directiva de eficiencia energética; no nos quedemos fuera de la carrera por la energía nuclear, que es la mejor solución al 2050, y pinchemos el carísimo soufflé del hidrógeno verde (ya lo están haciendo los “mercados”), la coartada alemana para seguir construyendo centrales de gas natural. Ante todo, dejemos a un lado la conmoción y el sobrecogimiento y, como dice Draghi, abordemos el “cambio radical” que Europa necesita. No acaba uno de ver ese cambio en la abultada agenda de la Brújula para la Competitividad que acaba de presentar la señora Von der Leyen.

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