¡Eh, valientes! ¿Quemáis biblias antes que coranes?
«Esa necesidad de no meterse en líos del político del centro-algo europeo lleva a que se persigan las críticas al Islam disfrazándolas de islamofobia»

El activista iraquí Salwan Momika. | Ilustración de Alejandra Svriz
Salwan Momika era un activista anti islam residente en Suecia conocido por quemar el Corán y participarlo en las redes sociales. En su X se manifestaba así: «Pensador, crítico y quemador del Corán en Suecia. Soy asirio y mi lengua materna es el arameo. No soy un exmusulmán, nací en una familia cristiana católica». Fue asesinado en su propia casa mientras el crimen era transmitido en vivo. Salwan era un tipo pintoresco con una biografía francamente complicada. Vean si no la Wikipedia. Pero no deja de ser un héroe en estos tiempos de terror, donde tantos que se creen transgresores se concentran en objetivos sin el menor tipo de riesgo como ofender a católicos (o a cristianos en general) que no van a ir a por ellos. Suecia falló en su deber de proteger la vida de un ciudadano amenazado por plantar cara a la ideología más amenazadora en suelo europeo desde los tiempos del nazismo.
Recordarán que hace poco conmemorábamos los diez años de la matanza en Charlie Hebdo. Una revista que cuando ocurrió la agresión llevaba tiempo en la diana de terroristas vinculados a Al Qaeda. Para este tipo de gente, aquello que para el primer mundo es normal (libertad de expresión, irreverencia religiosa), es algo que merece la muerte. Cuando Charlie Hebdo fue atacado, el mundo estalló en solidaridad. Políticos, activistas y quienes se llaman a sí mismos defensores de la libertad de expresión inundaron las calles coreando «Je suis Charlie«. Pero el crimen de un valiente (o de un desesperado) solitario no tendrá la misma repercusión. No los veremos llevando pancartas con un «Je suis Salwan». Y no los verán porque los europeos estamos, como diría yo… ¿cagados de miedo?
Cierto que ha habido más casos individuales que han desafiado recientemente, y como homenaje a Momika, la furia islamista. Como el de un británico que también ha quemado un Corán en la vía pública y que ha sido detenido de forma muy chocante por hacerlo. O el del danés Rasmus Paludan, que le ha prendido fuego a otro frente a la Embajada de Turquía en Copenhague. Pero ya se encargarán las huestes woke de avisarnos de que son todos de la «extrema derecha». Siempre son de «extrema derecha». Así calificaban a la pobre Ayaan Hirsi Alí antes de que huyera de Europa.
No habrá movilizaciones por Salwan en las calles. Es más, podría ser que esas pocas ganas de dar la cara, esa necesidad de no meterse en líos del político del centro-algo europeo lleve a que progresen las innobles leyes de blasfemia, y a que se persigan las críticas al Islam disfrazándolas de islamofobia. Ya saben: lo de siempre. Las mismas autoridades suecas que persiguen y procesan a los críticos del Islam con las llamadas leyes contra el discurso de odio condenan el asesinato de Salwan Momika con la boca pequeña.
«El cortoplacismo cobarde de muchos políticos les lleva a preferir aplacar a los verdugos»
Y es que el Islam es una religión de paz, que no lo hemos entendido. Aunque para entenderlo tendríamos que ver cuán firmemente denuncian ese asesinato los musulmanes mismos, sus clérigos o sus intelectuales más conocidos. El pobre hombre, este 18 de enero pasado, pedía donaciones en su cuenta de X para marcharse a EEUU donde creía que estaría más seguro. No sé si allí lo hubiera estado especialmente, pero no le dio tiempo.
Momika era un personaje con una historia complicada detrás y muy difícil de juzgar. Pero fuera quien fuera, es precisamente a esos valientes que tanto arriesgan a quienes deberíamos apoyar con total compromiso. Sobre todo a exmusulmanes como Mariam Namazie, que fue invitada por mí en el Parlamento Europeo. Visiten su página y fliparán. O a Taslima Nasreen, médico, escritora y activista de derechos humanos que dio una magnífica conferencia en Bruselas ensombrecida por el clima woke que había en la sala.
Recuerdo cómo me manifestó su escepticismo y desencanto por una izquierda europea que mostraba más respeto por los integristas que por los disidentes ateos. Una izquierda «multicultural» que ha contaminado casi todo el arco parlamentario. Porque si realmente los políticos creyeran en la libertad de expresión y de pensamiento, como dicen, ahora mismo sacarían a su gente a la calle para corear «Je suis Momika» hasta quedarse roncos. Pero no lo verán. El cortoplacismo cobarde les lleva a preferir aplacar a los verdugos.