The Objective
Fernando R. Lafuente

Menéndez Pelayo, la vida de un lector

«El viaje de Menéndez Pelayo, crítico literario, es la historia de una seducción. El triunfo de la literatura sobre el resto de los asuntos de la vida»

Opinión
Menéndez Pelayo, la vida de un lector

Retrato de Marcelino Menéndez Pelayo.

Ser lector es algo que nadie puede arrebatarte. La condición de lector es algo que forma parte de cada uno, como de cada uno es la voluntad, el entusiasmo, la reflexión y la curiosidad. Y si hoy, tras la confusa niebla del tiempo la imponente figura de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) se perfila con nitidez en el intrincado bosque de las letras españolas y en español, es porque nos encontramos ante uno de los más formidables lectores –en tiempo y en esencia- y, por tanto, crítico, que ha frecuentado la historia

 «Gran parte de las riquezas de nuestra lengua –recordaría Menéndez Pelayo está contenida en estos libros que nadie lee».

La formidable pasión lectora de Menéndez Pelayo se cimentará sobre una sólida formación universitaria. Lee su tesis doctoral el mismo año que termina sus estudios, cuenta por aquel 1875 con 19 años. Para que pueda opositar a Cátedra, Historia de la Literatura Española de la entonces Universidad Central de Madrid, se modificó la ley. Y la consiguió, con un apabullante discurso sobre asuntos tan caros a la literatura española como La Celestina, la lírica de los siglos XVI y XVII, es decir la lírica de los siglos de oro, Calderón –una de sus pasiones- y la ya entonces polémica periodización de la literatura española. Y entre las notas las siguientes:

«Sin crítica no hay historia ni ciencia alguna de provecho».

«Sin erudición y sin investigaciones propias no hay conocimiento serio. Por tal razón debe el maestro recomendar a sus alumnos el estudio directo de las fuentes y de los autores analizados (…) El crítico tiene que analizar, describir, clasificar y, finalmente, juzgar (…) El profesor encastillado en la alta crítica es un ente atrasadísimo».

El poso del crítico está en el historiador, y el de éste en el bibliógrafo. Los trabajos bibliográficos de Menéndez Pelayo son desbordantes y a ello, como ocurre tantas veces, se une la presencia de una figura decisiva en la formación del crítico literario, como fue Milá i Fontanals. En 1908, don Marcelino lo recordará con estas palabras:

«Recogí de sus labios la mejor parte de la doctrina literaria que durante mi vida de profesor y de crítico he tenido ocasión de aplicar y exponer».

Dámaso Alonso dibujó, con trazo firme, hondo, los perfiles del crítico literario Menéndez Pelayo. Destacaba la precisión en el saber desmenuzar las obras mediante la lectura atenta y conmovida; la precisión en encontrar lo referente, lo esencial, lo vertebral, lo decisivo en cada una de esas lecturas que forjan su «obra titánica». Lo que Dámaso Alonso plantea en la descripción pormenorizada de la trayectoria crítica del cántabro es, precisamente, todo lo que tiene de evolución, de cambio, de apertura. Una labor titánica, sí, que se complementa en el vaivén de la obra viva, abierta:

«No hay verdadero crítico o historiador de obra normalmente larga, que no tenga que rectificar. Son los marmolillos (y tampoco faltan en nuestras letras) los que ni se menean ni ceden».

 «Muchas puertas» –dice- «llevan a la encantada ciudad de la fantasía; no nos empeñemos en cerrar ninguna de ellas ni en limitar el número de los placeres del espíritu».

Para Dámaso:

«Los dos literatos, el gran creador (Lope) y el gran historiador (Menéndez Pelayo), se parecen por esa facilidad increíble con que el uno se saca de la manga comedias y poemas, y el otro nutridos volúmenes de historia, en un número, en una abundancia, una continuidad tales que no creo ofrezca muchos paralelos la cultura del mundo».

Al principio de todo, en una carpeta en la que guardaba sus versos, Menéndez Pelayo había escrito:

«En arte soy pagano hasta los huesos… pese a quien pese».

El viaje de Menéndez Pelayo, crítico literario, es la historia de una seducción. El triunfo de la literatura sobre el resto de los asuntos de la vida. 

¿Cómo actúa, el crítico Menéndez Pelayo? Con un instinto prodigioso; se apodera de la obra, de lo más característico, de lo más intenso; le presenta al lector una fotografía perfilada de época, las modas literarias, las retóricas, los usos y logra «meter el mar en un agujero de la arena». Tan poderoso como ese Libro de arena borgiano del que están hechas las historias, los imaginarios, los sueños y la vida. Ese Libro de arena poblado de misterios, anhelos y curiosidad.

Vale lo escrito por Emilia Pardo Bazán en sus Crónicas de España para La Nación de Buenos Aires, el 30 de junio de 1912: «Morir a los cincuenta y seis años, para un estudioso, es casi malograrse (…) Él exclamó al saber que se iba:’¿Qué lástima, me quedaba aún tanto que leer!’. Y nosotros decimos tristemente: ¡Qué lástima, le quedaba aún tanto bueno que escribir». 

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