Censura
«Lo malo de lo ‘woke’ no radica sólo en su debilidad intelectual, también en su tufillo ‘totalizador’, en su deje autoritario, en su voluntad censora»

Marcha feminista en Canadá. | Ilustración de Alejandra Svriz
Grandes escritores, cineastas, pintores, músicos… hubieron de abandonar sus países cuando sobre éstos cayó la plaga totalitaria. Thomas Mann, Nabokov, Kundera, Cernuda o Semprún están en esa nómina. Por ser escritores, no sólo se les privó de la patria, también del público que los leía en su lengua, hasta tal punto que algunos (Nabokov, por ejemplo) tuvieron que “renacer” en un idioma de adopción. Pero dejemos esta “larga y triste historia” ya que, por suerte, hoy las cosas no son así y desde el poder democrático no se pretende dictar normas artísticas, pero eso no quiere decir que no existan censuras y aprovechamiento.
Uno de estos últimos radica en la utilización de los artistas en clave electoral. Suele tratarse de una utilización superficial, pues sólo intenta aprovechar la popularidad de la que gozan algunos de ellos para adornar con su presencia el discurso político, pero, a mi juicio, estos posicionamientos intelectuales -llamémoslos así- encierran ciertos riesgos, para ellos y para la política. Pues una persona puede ser una fan del artista X, pero no aceptar las ideas de X acerca de cuestiones alejadas de su arte. La calidad de una obra literaria no depende de la ideología del autor, sino de su arte. Incluso cuando la intención política es explícita –cosa nada recomendable-, la obra sólo se puede sostener gracias al talento literario de su autor.
En los últimos años, la política ha dado paso a movimientos identitarios entre los cuales destaca el neofeminismo, también llamado woke, que se permite el lujo censor ordenando qué se puede publicar y qué no.
Lo malo de lo woke no radica sólo en su debilidad intelectual, también en su tufillo “totalizador”, en su deje autoritario, en su voluntad censora. Desde la defensa de una sedicente discriminación positiva hasta el ataque al lenguaje a base de duplicaciones, este movimiento ha construido una panoplia de desatinos tan amplia como llena de mala fe. Un nuevo feminismo que nunca ha ocultado su afición a imponer y administrar un renovado Código Hays y por el mismo procedimiento. En efecto, el Código Hays, que limitó durante largos años la libertad de expresión en los guiones y películas que salían de Hollywood, nunca fue impuesto mediante ley, sino que se introdujo y se mantuvo por un acuerdo entre censores y productores cinematográficos.
“La discriminación positiva también es injusta y establecerla mediante ley es, al menos en España, de muy dudosa constitucionalidad”
Toda discriminación es siempre un acto injusto y despilfarrador. La discriminación positiva también y establecerla mediante ley es, al menos en España, de muy dudosa constitucionalidad. En los Estados Unidos, donde nació este movimiento, llegaron a imponerse cuotas para las distintas etnias (afroamericanas, orientales, hispanas…) en las matrículas universitarias, mas, intentando perseguir al “hombre blanco”, el único culpable de los males que se producen allí, el sistema perjudicó muy seriamente a los jóvenes de origen oriental, cuyas calificaciones académicas vienen siendo en aquel país significativamente mejores que la media. En los Estados Unidos, lo woke comienza ya a ser criticado pero, como suele suceder, el virus ha cruzado el charco y está en Europa.
El feminismo extremista repudia y persigue la pornografía “porque hace un uso indebido del cuerpo femenino” (¿también las porno de hombres homosexuales?). Las películas pornográficas, a mi juicio, son criticables por su falta de gracia, pero ¿quién ha nombrado a estas feministas para el cargo de guardianas de los cuerpos femeninos? Un feminismo vulgar, minoritario y extremista (que no radical) para quien nadie está libre de pecado. Del pecado de machismo. “La penetración es una agresión”, “contra violación, castración” y otras lindezas mostraron por nuestros lares hace ya tiempo la calidad intelectual de estos grupúsculos. Su relevancia numérica era y es minúscula, pero su activismo no y su discurso, desgraciadamente, confunde al público, arrogándose a menudo la representación de todo el feminismo.