Los pensionistas canallas
«Nuestros políticos niegan la realidad y se justifican alegando que si se posicionaran ateniéndose a los problemas del país, se suicidarían electoralmente»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En 2013, el primer ministro de Irlanda, Enda Kenny, dio un discurso a la nación inusualmente sincero. Kenny había sido elegido en 2011 para sacar al país del atolladero en el que andaba metido desde el crack inmobiliario de 2008. Apenas habían transcurrido dos años desde que su Gobierno adoptara duras medidas para cumplir con las condiciones del rescate financiero. Sin embargo, el propósito de Kenny iba más allá de cumplir con estas exigencias; quería aprovechar la ocasión para aplicar reformas estructurales que colocaran a Irlanda en una posición mucho más favorable de cara al futuro.
Kenny sabía que dos años eran insuficientes para que los efectos positivos de sus medidas fueran percibidos nítidamente en las economías domésticas. Pero estaba convencido de que el camino emprendido era el correcto y que sólo era cuestión de tiempo que las cosas mejoraran sustancialmente en los hogares. Así que en su discurso apostó por mantenerse firme y ser sincero.
A finales de ese mismo año, el producto interior bruto de Irlanda pasó de contraerse un 0,4% a crecer un 2,2%. A partir de ahí siguió creciendo a un ritmo muy superior a la media de la Unión Europea y las rentas de los irlandeses aumentaron en consecuencia. El resto es historia.
Ninguna historia de éxito es completamente de color rosa. Ni siquiera la de la Irlanda. No todo fueron aciertos. Pero no cabe duda que la diferencia en que los políticos irlandeses abordaron la Gran Recesión con respecto de los políticos españoles fue bastante más que sustancial, casi diría que dramática.
Las medidas de Irlanda fueron más ambiciosas y estructurales. Realmente redujeron el peso del Estado fusionando numerosas entidades, eliminando empleos públicos superfluos y subsidios que no eran imprescindibles. Las prestaciones sociales también se ajustaron a la capacidad del Estado para sostenerlas. La mayoría de estas reformas, además, no fueron coyunturales, sino que cambiaron de forma permanente la manera en que se gestionaba el Estado. Hubo, por supuesto, medidas impopulares y algunas posiblemente equivocadas, pero en conjunto las reformas funcionaron, de eso no cabe duda.
«La realidad es que la economía de España, a diferencia de la de Irlanda o Grecia, era demasiado grande como para ser rescatada»
En comparación, nuestros políticos aplicaron mayoritariamente medidas coyunturales y sólo cuando no hubo más remedio. Muchas de ellas tan pronto como nuestra economía empezó a remontar, aún lánguidamente, y la prima de riesgo se relajó, fueron retrotraídas o simplemente guardadas en el cajón.
Es verdad que nosotros no tuvimos que ser rescatados, a excepción del sector bancario, cuya crisis, por cierto, estuvo muy localizada en las Cajas de Ahorro gestionadas por políticos (partidos) y sindicalistas (sindicatos). Lo que dice mucho sobre la verdadera naturaleza de nuestra crisis. Pero librarnos del rescate total no fue mérito de nuestra resiliencia económica. La realidad es que la economía de España, a diferencia de la de Irlanda o Grecia, era demasiado grande como para ser rescatada.
Evitar el rescate total es lo que permitió a nuestra clase política escurrir el bulto. En Irlanda, el primer ministro Brian Cowen tuvo al menos la decencia de pedir disculpas («Lamento profundamente el impacto que la crisis ha tenido en la vida de tantas personas y las dificultades y el sufrimiento que ha causado»), aquí, nadie, más allá de la autojustificación, entonó algo lejanamente parecido a un mea culpa. Lamentablemente, que España no fuera rescatada como Irlanda impidió que muchos españoles cayeran en la cuenta de la inviabilidad de nuestro modelo de Estado. Y, por supuesto, los políticos no tuvieron el menor interés en hacérselo notar. De aquellos polvos, estos lodos.
La gran diferencia de España respecto de Irlanda no es ya la laxitud e irresponsabilidad de nuestra clase política, sino algo mucho más preocupante: su irrealidad. Nuestros políticos practican una suerte de negación u ocultación de lo evidente. Y lo justifican alegando que, si confeccionaran sus propuestas y se posicionaran ateniéndose a la realidad de los problemas del país, se suicidarían electoralmente. Eso, según dicen, es lo que revelan sus encuestas internas. Pero cabe sospechar que esta explicación, como cualquier otra mentira, tiene las patas muy cortas.
«Generaciones menos numerosas y con un entorno laboral más precario sostienen pensiones más elevadas que sus salarios»
Un caso especialmente llamativo de abrazar la irrealidad para, supuestamente, no perder votantes, es la negación de la insostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Esta insostenibilidad no tiene misterio alguno. Es fácil de entender. Generaciones menos numerosas y con un entorno laboral relativamente más precario tienen que sostener las pensiones, comparativamente más elevadas que sus salarios, de generaciones mucho más numerosas.
Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Sin embargo, esta realidad es sistemáticamente ignorada por los partidos. Es más, no es ya que la ignoren, es que ninguno se opone a que las pensiones se revaloricen año tras año en función del IPC. Pero, ¿cómo justifican esta actitud irracional? Muy sencillo. Argumentan que, si reconocieran la realidad y actuaran en consecuencia, nueve millones de pensionistas les negarían el voto.
Para los partidos y sus asesores, las particularidades, preferencias, caracteres y vínculos de nuestros padres y abuelos se diluyen en una identidad superior: la de pensionista. Una vez poseídos por esta identidad sólo prevalece en ellos un único interés: que su pensión se incremente la friolera de 50 euros mensuales.
La idea de que los pensionistas votan exclusivamente en función de su pensión es, sin embargo, una simplificación que no capta toda la complejidad de su comportamiento electoral. Aunque es cierto que la estabilidad de las pensiones es una preocupación central para muchos jubilados, hay varios factores que pueden matizar, y bastante, esta visión.
«Muchos pensionistas votan según su orientación política tradicional, independientemente de las pensiones»
Los pensionistas no votan solo pensando en su situación inmediata, sino también en las oportunidades y dificultades que enfrentan sus familias. Problemas como el desempleo juvenil, la precariedad laboral o el acceso a la vivienda pueden influir en sus decisiones electorales.
Por otro lado, la edad suele consolidar las tendencias de voto, por lo que muchos pensionistas votan según su orientación política tradicional, independientemente de las políticas concretas sobre pensiones. Además, los votantes mayores tienen una perspectiva más amplia. Han vivido más crisis económicas y cambios de gobierno, lo que puede hacerles valorar otros aspectos como la estabilidad institucional, la seguridad o la gestión económica en términos mucho más amplios. Cuestiones como la inmigración, la sanidad, la educación o la seguridad también pueden influir en su voto.
En Irlanda, al contrario que España, el sistema de pensiones también ha sido objeto de escrutinio. Aunque la base del modelo actual existe desde los años 50, han reforzado el sistema añadiendo dos pilares: el ahorro privado, con verdaderos incentivos fiscales sin trampa ni cartón, y la autoinscripción (los trabajadores son inscritos automáticamente en un plan de pensiones privado, salvo que opten por salir). Así, el sistema de pensiones irlandés no se apoya en un único pilar, el Estado, sino en tres. De hecho, en 2024, la pensión máxima que corresponde a la parte estatal se topó en 277,30 euros semanales (aproximadamente 1.200 euros al mes).
Las nuevas generaciones de irlandeses, que también son menos numerosas que las de sus mayores, no tienen que cargar sobre sus hombros con un peso a todas luces insoportable porque sus políticos, sean mejores o peores, en lo importante no se abrazan a la irrealidad con el pretexto de no perder votos. Tienen la inteligencia y la decencia suficientes como para no condenar a las nuevas generaciones ni reducir a los mayores a una identidad, la de pensionista, tan supuestamente ruin como para traicionar a sus hijos y nietos y a todos los demás jóvenes por 50 monedas.
La política es una actividad grave y compleja. Requiere mucho estudio, trabajo y compromiso… y un mínimo de valentía y decencia. Por eso, en el grave problema de las pensiones, como en todos los demás, que un político que no sea de izquierdas vote a favor de medidas que lo agravan, y lo justifique arguyendo la supuesta ruindad de los mayores, sólo puede explicarse de una manera: que no haya venido para hacer política, sino para heredar el poder.