Karla Sofía Gascón: el Oscar que no pudo ni puede ser
«Es la constatación de que el mundo artístico y cultural sigue sometido a la doxa wokista. Y lo hace con tal fervor que, de manera enteramente previsible, alimenta el fenómeno opuesto…»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Karla Sofía, luz de su vida, fuego de sus entrañas. Pecado suyo, alma suya. Kar-la-So-fí-a: la punta de la lengua emprende un viaje de cinco pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el quinto, en el borde de los dientes. Kar-la-So-fí-a. Era Sofi, sencillamente Sofi, por la mañana, un metro setenta y cinco de estatura con pies descalzos y sesenta y cinco kilos, desnuda. Era Karla con pantalones. Era Karla Sofía en la escuela. Era Gascón cuando firmaba. Pero en sus brazos era siempre Emilia Pérez. (Karla o el ardor de estómago)
Pero todo se torció. No habrá Oscar para ella. Es noticia la cancelación de Karla Sofía Gascón. No por su propia relevancia –ya se sabe que la notoriedad en la industria del espectáculo es una magnitud relativa–, sino por la naturaleza del fenómeno. Han borrado a la actriz transexual de la promoción y hasta del cartel de la película que protagoniza, en una maniobra que recuerda aquellas fotos soviéticas donde las disidencias desaparecían con la misma precisión con la que antes habían sido encumbradas. La izquierda, ya se sabe, nunca se resigna a perder sus viejos hábitos.
Pero no se trata solo del narcomusical (sic) de Jacques Audiard, candidato a muchos Oscars y de la vergonzante omisión de su protagonista en la carrera hacia la estatuilla. También el mundo editorial ha ejecutado su particular auto de fe: la editorial Dos Bigotes, tan ufana en su nombre, ha decidido renunciar a publicar su autobiografía.
¿El motivo de tanta cancelación? Unos tuits antiguos, es decir, un anacronismo penal; opiniones algo extemporáneas hoy que la biempensancia ha considerado inaceptables.
El caso trasciende la anécdota. No es una errejonada tipo «el regador regado», o un caso más de por la boca muere el tuit. Tampoco es la enésima reedición de la farsa tuitera, ni el típico ajuste de cuentas al que nos tienen acostumbrados los inquisidores digitales. Es la constatación de que el mundo artístico y cultural sigue sometido a la doxa wokista. Y lo hace con tal fervor que, de manera enteramente previsible, alimenta el fenómeno opuesto: el ascenso de los populismos y la extrema derecha, que encuentran en esta lógica punitiva su mejor argumento propagandístico. La gala de los Oscar y sus seguros dardos a Trump harán a éste más fuerte.
Solo ha faltado que la actriz alegue que sus tuits fueron escritos bajo los efectos de la droga o bajo coacción de arma, como si la redención –ese viejo espejismo cristiano– fuera posible en el catecismo de la nueva moral. Pero no: Roma no paga a traidoras. Y el wokismo, tampoco.
Coda 1) Ejecución internacional. Salwan Momika, activista anti Islam, fue asesinado en Estocolmo a tiros el pasado 30 de enero, pocas horas antes de que la justicia sueca dictara sentencia por un cargo de incitación al odio. Había quemado un Corán. El orden lógico de los acontecimientos quedó alterado: primero la pena de muerte, luego el veredicto. Sus asesinos, en un ejercicio de justicia expeditiva, se ahorraron el trámite judicial. La prensa y la opinión pública, con su indiferencia casi unánime, han certificado que el episodio no les inquieta demasiado. La cuestión, sin embargo, es de una claridad meridiana: el mundo parece dividirse entre quienes consideran legítimo responder con terror a las ofensas religiosas y quienes creen que la democracia peligra más por la blasfemia que por la imposición del silencio. En realidad, el asesinato de Momika es un aviso a navegantes. Un mensaje sin ambigüedades: la crítica al Islam tiene consecuencias terminales. Pero el caso no solo interpela a quienes se atreven a desafiar la religión, sino también a los que todavía creen en la geografía de la seguridad. Como bien saben los disidentes rusos, la distinción entre país de exilio y país de asilo es cada vez más irrelevante. La persecución ya no conoce fronteras. (La redacción de Charlie Hebdo lleva diez años en la clandestinidad).
Coda 2) Hermoseando: «¿Un pico?», «bueno». Ooeeé, oeeé… y a mantear a Rubiales. Esto es lo que pasó. Nadie lo quiere recordar. Pero lo que se ha montado es una auténtica puesta en escena, una especie de juicio teatral al «pico mundialista». La acusación, en una maniobra casi de manual, se encarga de reescribir los hechos, transformando un gesto —que, en principio, podría entenderse de forma trivial— en lo que se presenta como un acto premeditado de humillación y acoso a una subordinada. Este relato, que no sería sino un reflejo crudo de la hybris del machismo más acendrado, se desarrolla ante el implacable ojo de las cámaras del mundo entero, a la espera de la serie o la película basadas en hechos opinables que encumbrará a Hermoso. Mucho más que a Nevenka, porque, si se dan prisa, podrá actuar en su propio papel. Y como si de una autoinmolación mediática se tratase, Rubiales parece saberse condenado.
Coda 3) Nevenkismo y servicios prestados. Nombran jefa de contenidos de TVE a Maribel Sánchez-Maroto, la directora del docupanfleto Nevenka, obra seminal de la que surgiría, en gran parte, la película de Icíar Bollaín, basada en hechos irreales y titulada Soy Nevenka. Jefa de contenidos, dicen. Ojalá fueran contenidos.
Coda 4) Gaza para quien se la trabaje. Ante la osadía de Trump, que se atreve a proponer convertir la Franja de Gaza en la «Costa Azul» de la región, se han abierto auténticas rasgaduras en la compostura colectiva. La propuesta, que raya en lo insólito, encara un historial en el que los gazatíes han protagonizado desde hace décadas una indecible tragedia de dolor, sangre y opresión, aderezada –si cabe – por la autoimpuesta opresión de Hamás, esa banda que, con toda justicia, debería llamarse la «Banda del Síndrome de Estocolmo».
Descartar, sin esperar a más detalles, la posibilidad de una reconstrucción para aquellos que opten por quedarse –o de unas condiciones dignas de inmigración para quienes anhelen rehacer sus vidas en otros países– no es sino un aspaviento que, lejos de iluminar, evidencia la vacuidad del indignado. En definitiva, tal proceder habla peor del que se agita indignado que del que ha comprendido la complejidad del asunto e intenta proponer soluciones.
Los tuits malditos de Gascón
Veamos cuán condenables son esos mensajes que el equipo de arqueólogos de una película competidora de Emilia Pérez ha desenterrado y que le han supuesto la muerte civil a la actriz:
«Quieren montar la nueva Unión Soviética, pero de gilipollas«, dijo Gascón sobre el Gobierno de Pedro Sánchez. El chiste malote es tipo Eugenio, pero el fondo es lo que es.
«Realmente creo que a muy pocos les importó nunca George Floyd, un drogata estafador, pero su muerte ha servido para volver a poner de manifiesto que hay quienes todavía consideran a los negros monos sin derechos y quienes consideran que la policía es asesina. Todos errados». Aquí apunta bien y, si bien podría haber tenido un recuerdo para la familia de Floyd, acierta en lo principal: la policía de Estados Unidos no es asesina y hay mucho cretino que considera que los negros no han de tener los mismos derechos que los blancos.
«Cuántas veces más la historia tendrá que expulsar a los moros de España… todavía no nos hemos dado cuenta de lo que significa esta amenaza de civilizaciones que constantemente ataca a la libertad y coherencia del individuo». No se trata de racismo, se trata del islam. Tal vez no sea Gascón la geoestratega más fina del mundo, pero el choque de civilizaciones está servido y Europa no sabe cómo encararlo.
«Cada vez más los Oscar se parecen a una entrega de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8-M. Aparte una gala fea fea. Les faltó darle un premio al corto de mi primo, que es cojo». Chiste malo aparte sobre su primito, las ceremonias de los Oscar son lo que todo el mundo puede constatar por sí mismo. La próxima, que Gascón pensaba verla en primera fila, no creo que le apetezca dedicarle ni un tuit.
«El islam es maravilloso, sin ningún tipo de machismo», comentó irónica en un tuit que incluía una imagen de una familia en la que ella está cubierta con un burka. «A la mujer se la respeta, y cuando se la respeta mucho le dejan un cuadradito en la cara para que se le vean los ojos y la boca, pero si se porta bien. Aunque ellas visten así por gusto. Qué asco más profundo de humanidad». Mal la generalización de la humanidad mundial: el que da asco es el marido y la religión que así lo promueve, pero la idea es correcta y tiene más razón que el papa (cuando los papas tenía razón).
«Perdón, ¿es mi impresión o cada vez hay más musulmanes en España? Cada vez que voy a recoger a mi hija al colegio hay más hembras con el pelo tapado y el faldón hasta los talones. Lo mismo el año que viene en vez de dar inglés tenemos que dar árabe… y un cordero«. Indignación compartida por muchos en según qué escuelas, según que barrios, según qué ciudades. El inglés y el cordero, otro chiste malote de Eugenio.
La vacuna china, a parte del chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera, un gato que mueve la mano, dos flores de plástico, un farolillo desplegable, tres líneas de teléfono y un euro para tu primera compra controlada. Tiene su gracia, la vacuna china es un escándalo molecular en sí misma.
También criticó a Pablo Iglesias e Irene Montero por comprarse un chalet en Galapagar: «La hipocresía de los podemitas del señor Pablo Iglesias e Irene Montero ya salió a la luz. Como todos, comunismo de postín y casita de 3.000 m y 700.000 euros». Muy manido, pero claro no se puede ser siempre genial.
En resumidas cuentas, si estos son los tuits de la desgracia, qué nivel Maribel. Y en lugar de declarar: «Quiero reconocer la conversación en torno a mis publicaciones anteriores en las redes sociales que han causado dolor. Como miembro de una comunidad marginada, conozco muy bien este sufrimiento y lamento profundamente haber causado dolor. Toda mi vida he luchado por un mundo mejor. Creo que la luz siempre triunfará sobre la oscuridad», debería haber declarado: «Quiero referirme a mis publicaciones anteriores en las redes sociales que han causado escándalo. Como miembro de una comunidad marginada, conozco lo que es ser víctima de burlas y sé distinguir lo que es humor y lo que es maldad. Toda mi vida he luchado por un mundo mejor. Creo que la luz siempre triunfará sobre la oscuridad y me reafirmo por lo tanto en todas las ideas expresadas en mis tuits». Con dos bigotes.