THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Óscar López, el último mohicano

«Óscar López ha sobrevivido a todas las purgas, a todas las conspiraciones de pasillo, a todos los relevos generacionales. En política, solo sobreviven los que se agazapan hasta que sale el sol»

Opinión
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Óscar López, el último mohicano

Transformación Digital y Función Pública y secertario general del PSOE-M, Óscar López. | Diego Radamés (Europa Press)

Una confesión… Ignoro si es capricho del destino, misterio insondable o simple chifladura, pero tengo debilidad por Óscar López. ¿Qué quieren? El corazón tiene razones que la razón no entiende. Quizá no sea el más carismático, pero ahí sigue, inasequible a relevos y purgas, con su mata de pelo azabache. Un día llevarán su vida al cine y no será un biopic épico a lo Churchill, sino una comedia costumbrista de pasillos enmoquetados y dossieres bajo el brazo: la discreta historia del hombre del aparato.

¡El aparato! Gigante herrumbroso, más máquina que organismo… Situémonos en 2016: a cada derrota el acero del aparato se hacía más sólido, más infranqueable, y el partido chirriaba como una caldera vejancona. Había triturado a Sánchez, que yacía magullado bajo la ferralla, y languidecía con 85 escaños. Para que Redondo lo encaramase a los 123 hizo falta que el aire fresco se colara por entre los automatismos oxidados, los comités, la burocracia. El sudor contra la hojalata, la vida contra la máquina.

Pero las máquinas nunca duermen. Se fue Redondo y volvieron las tuercas, las actas, los informes. El aparato reclamó lo que era suyo y, de derrota en derrota, trocó la emoción por la estrategia de comité. Llegamos así al nombramiento de Óscar López, héroe de este artículo, como secretario general de los socialistas madrileños.

«En tiempos de aceleración política mudan los programas, se truecan las alianzas y las caras van y vienen. Todo es volátil y tornadizo. Todo, salvo Óscar López, que seguirá impertérrito en la sala de reuniones, como un ficus»

Sus críticos tildan ese nombramiento de continuista. Pero ¿qué esperar del aparato, que prefiere el oleoso lubricante a la sangre nueva? En su obstinación por repetir viejos errores, el partido es como un carnero que embistiese contra la tapia una y otra vez. 

Mucho se ha comentado la frialdad de López al ser preguntado por su predecesor. ¿Frialdad de máquina, de rueda dentada que gira insensible con restos de Lobato entre las fauces? En el aparato, artefacto más aceitado que una sartén de fonda, no hay lugar para melindres. Las piezas se ensamblan, se ajustan, cumplen su función y, cuando llega el momento, se desmontan con la misma asepsia con la que se limpia un carburador, una polea o un pistón. 

¡Qué ternura ni que gaitas! Aquí no manda el corazón, sino el destornillador. Y de ese amasijo de engranajes y correas de transmisión que es el aparato surgen hombres indistinguibles entre sí. ¿Alguien recuerda los rasgos de Antonio Hernando? Soldados de la disciplina interna, gárgolas de ministerio, fontaneros de partido: artilugios de tornillería fina ni arriesgan ni molestan.

Y, sin embargo, a veces aparece un bug en el programa, un fallo en Matrix, un punto de ruptura en el mecanismo de producción de apparatchiks en serie… A Óscar le cayó, por un error de ensamblaje, una mata de pelo negro descomunal. No una melena cualquiera, no, sino un exuberante prodigio de queratina. ¿No hay una promesa de rebelión en esa mata de pelo? Los barones van calveando a cada comité federal, mientras él mantiene ese zarzal montaraz, contraviniendo la disciplina de partido. ¡Hasta en la frialdad metálica del aparato puede brotar la vida!

Me cae bien Óscar López, último mohicano del socialismo. En tiempos de aceleración política mudan los programas, se truecan las alianzas y las caras van y vienen. Todo es volátil y tornadizo. Todo, salvo Óscar López, que seguirá impertérrito en la sala de reuniones, como un ficus. Ha sobrevivido a todas las purgas, a todas las conspiraciones de pasillo, a todos los relevos generacionales. ¡Cómo ondea su tupé en la pradera de Ferraz, si parece el penacho de un piel roja! En política, como en la gran llanura, solo sobreviven los que se agazapan hasta que sale el sol.

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