The Objective
Ricardo Cayuela Gally

Los nuevos tontos útiles

«Trump se sabe reír de sí mismo, es ágil de mente y tiene un poder de convicción que sabe transmitir en el código que entienden sus partidarios. No es un demagogo, es algo más peligroso: es un fanático»

Opinión
Los nuevos tontos útiles

Ilustración: Alejandra Svriz.

Donald Trump es un nacionalista extremo y un racista apenas disfrazado que quiere recuperar la hegemonía estadounidense en el mundo a golpe de humillaciones a sus aliados, socios y amigos históricos y la hegemonía «blanca» interna a golpe de deportaciones de migrantes hispanos y asiáticos. Sus planes están condenados ciertamente al fracaso. De la misma forma en que la Quimera, en mayúsculas, monstruo mitológico de cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, que vomitaba llamas, acabó convertido, en minúsculas, en sinónimo de ilusión y delirio, el agente naranja no hará más grande a América. Acaso la ponga en riesgo

El ascenso al poder de Trump está marcado por un hartazgo verdadero de la clase media estadounidense no universitaria, cansada de la ideología racial y sexual de la élite política, artística y académica que, con las banderas de la lucha contra la discriminación, han generado unas categorías raciales y sexuales que no existen en la biología y que determinan la vida de las personas de manera inevitable, olvidando el sueño universalista de la izquierda y transformándolo en la pesadilla del fanatismo de la identidad.

Pero que Trump esté contra ese delirio woke, que ha hecho un daño quizá irreversible a la libertad de cátedra y de opinión y que está condenando a una generación a vivir basculando entre el victimismo y el miedo, no hace deseable al personaje, sino que demuestra la grave irresponsabilidad de los liberales y conservadores, incluso de los socialdemócratas moderados, que han dejado la llamada «batalla cultural» en manos de los reaccionarios y los nacionalistas lunáticos.

Lo mismo sucede con la necesaria discusión sobre el despilfarro gubernamental en los Estados del bienestar occidentales o la suicida política energética de Europa, determinada por la religión del cambio climático. Criado en los códigos de las mafias de la construcción de Queens, por un padre autoritario y una madre ausente, Trump ha demostrado a lo largo de su carrera ser un empresario corrupto y un evasor fiscal, un prisionero de la fama a la que lo aboca su frágil ego de intimidador, un promotor inmobiliario voraz y sin escrúpulos, un abusador condenado y confeso de las mujeres. Y como político, un peligroso fanfarrón que alentó un golpe de Estado blando una vez que comprobó que había perdido su reelección. La lista de juicios, delitos probados y líos que ha enfrentado es infinita. Su mal gusto estético y su colosal incultura no ocultan sus virtudes, e ignorarlas ha sido contraproducente para sus adversarios demócratas: se sabe reír de sí mismo, es rápido y ágil de mente y tiene un poder de convicción que sabe transmitir en el código que reclaman y entienden sus partidarios. No es un demagogo, es algo más peligroso: es un fanático

El liderazgo de Estados Unidos se basa en una combinación de poder duro (bases militares, portaviones, disuasión nuclear, hegemonía tecnológica) y poder blando (cine, entretenimiento, deporte, redes sociales). Su actuación, en solo unas semanas de Gobierno, está erosionando los dos ámbitos. En el primero, está mandado la clara señal a China y Rusia de volver a las áreas de influencia de la Guerra Fría, lo que va a significar la entrega total o parcial de Ucrania a Putin e incrementar el apetito expansionista de China, que no se limita a Taiwán ni mucho menos.  En el segundo, es significativa la suspensión de los fondos a la agencia de cooperación internacional USAID, que, si bien ha podido financiar proyectos dudosos –es lo que está por dilucidarse– también ha sostenido a organizaciones y medios independientes que luchan contra las dictaduras como la cubana.

“Que Trump esté contra el delirio woke no hace deseable al personaje, sino que demuestra la grave irresponsabilidad de los liberales y conservadores, incluso de los socialdemócratas moderados, que han dejado la llamada ‘batalla cultural’ en manos de reaccionarios y nacionalistas lunáticos”

Su guerra comercial contra sus socios Canadá y México puede tener efectos desastrosos en sus vecinos, incrementando la presión fronteriza, no disminuyéndola, pero también en el mercado interno de su país y el costo de los bienes y servicios que tendrá que pagar el consumidor medio estadunidense. La zona comercial más grande y vigorosa del mundo, la cadena de producción de Norteamérica, que puede ser comparada con una autopista de ocho carriles por sentido, convertida en una carretera comarcal de tierra. Para el mundo libre, nada hay más peligroso que la palabra «arancel», la preferida de su léxico, según confesó en una entrevista televisiva.

La traición a los demócratas venezolanos que significan sus conversaciones con el Gobierno de Maduro a cambio de recibir a los migrantes expulsados es una muestra más de su negligencia moral y de su apego por los líderes autoritarios y fuertes. Lo mismo sucede con Nicaragua y Cuba, forzando a Marco Rubio a la humillación o la renuncia. El delito de pretender convertir Gaza en un resort mediterráneo expulsando a sus dos millones de habitantes es una muestra palmaria de la insondable materia oscura que gobierna su cerebro. El problema, de nuevo, es que su delirio estratégico no lo expresa el actor protagónico de El aprendiz, sino el presidente de los Estados Unidos, lo que hace que sus palabras tengan alas y alimenten delirios análogos. Por supuesto, Gaza necesita librarse del yugo de Hamás como condición necesaria para su reconstrucción y renacimiento, pero este sólo es concebible moralmente en su propio territorio.  

Entiendo que Trump tenga partidarios en la América profunda, que acumula resentimiento con la burocracia de Washington y las extravagancias de Hollywood, pese a que está claro que su mandato no será una mejora social para los obreros del «cinturón del óxido», ni para los agricultores del «cinturón de maíz», ni para los mineros de los Apalaches, sino para los empresarios de Silicon Valley y los inversores de Wall Street. Los clichés a veces son humo que se disipan si los piensas, pero a veces son pirámides de roca. Lo que no entiendo es esa constelación de intelectuales, que revive la expresión leninista del «tonto útil» y ese senado de patriotas de hojalata del resto del mundo, que festeja a un líder que si pudiera los deportaría. «You are fire», parecen decir ellos en susurros lambiscones al presidente estadounidense, que sin remilgos contestaría: «You are fired».

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