THE OBJECTIVE
Teresa Giménez-Barbat

Steven Pinker y los hombres que se suicidan por fastidiar

«No somos iguales a la hora de suicidarnos porque hay un componente genético y no todo es culpa de la sociedad, el patriarcado o de esa ‘masculinidad tóxica’»

Opinión
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Steven Pinker y los hombres que se suicidan por fastidiar

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace unos días fue muy comentado un artículo de Javier Padilla titulado Los hombres nos suicidamos más. Y no es por la genética que aseguraba que «el consumo de drogas, el sinhogarismo o el suicidio son tres de los fenómenos que muestran que hay algo que no está bien en lo que se refiere a los hombres en nuestra sociedad. No está bien, no es genético y tiene mucho que ver con cómo es ser hombre hoy en día». 

Hubo una época (dicen) en que la izquierda hacía gala de ser el bastión de la razón, el pensamiento crítico y la ciencia. Pero, como en el caso de la naturaleza del «hombre» de Padilla, tampoco resultó que fuera «genético».  Tal vez porque más bien tenía que ver, parafraseando de nuevo, con «cómo es ser de izquierdas hoy en día». Efectivamente, para la izquierda realmente existente, el ser humano es una Tabla Rasa. Sobre todo, el varón, que llega a este mundo como una pizarra en blanco, y una sociedad de hombres (digámosle patriarcado), que deja mucho que desear, le moldea para mal. Y es así porque se deja, el muy cómplice. Él no es una marioneta ni de sus genes ni de sus hormonas, pues eso le permitiría ser una víctima. Y esta condición le está vedada. Y vean que digo «el varón», sin incluir a la mujer, que esa sí es víctima de fuerzas incontrolables. Y biológicas.

Steven Pinker ha escrito en Quillette un artículo, El sabio del Sexo y la Psique, donde dedica unas bellas palabras en memoria del psicólogo evolutivo Donald Symons, autor de La evolución de la sexualidad humana. Symons murió de cáncer el año pasado a los 82 años y, como dice Pinker, su obra abrió «nuevos y vastos espacios intelectuales, no sólo para la comprensión de la sexualidad en sí, sino también para la comprensión de la relevancia de la evolución para la condición humana y de la naturaleza de la experiencia consciente». El interés de Symons, en ese momento y a lo largo de su carrera, estaba precisamente en esa psique humana, pero se le advirtió ya entonces de que la psicología académica no tenía espacio para el pensamiento evolutivo y que sólo podía perseguir sus intereses a través de la antropología biológica. A buen entendedor…

Por desgracia las cosas no son mejores ahora. Y el propio Steven Pinker puede atestiguarlo. Sin ser una novedad en su vida, a principios del verano pasado más de 600 lingüistas –estudiantes de posgrado y jóvenes académicos– firmaron una carta abierta denunciándole a la Sociedad Lingüística de América (LSA, por sus siglas en inglés). En su acusación, señalaron que Pinker creía en las diferencias naturales entre hombres y mujeres, y en la importancia de la genética para influir en el comportamiento humano en general. Así están las cosas en la «academia». Al parecer afirmar que no somos biológicamente iguales ataca a las mujeres. Como dice el propio Pinker en su texto sobre Symons, «el feminismo de la segunda ola, que se alejaba de los estereotipos pseudocientíficos de las capacidades de las mujeres, encontró conveniente afirmar que los sexos eran indistinguibles de forma innata, y que todas las diferencias provenían de los ‘roles’ que la sociedad asignaba a las personas, roles que podían reescribirse en nombre de la igualdad».

«Para la izquierda, que los hombres vivan menos y se suiciden más no es sospechoso de una mediación genética o biológica»

Lamentablemente, un pensamiento Tabla Rasa no puede comprender que, tanto en los intentos de suicidio como en el suicidio consumado, hablamos de una conducta muy compleja. No somos iguales ni siquiera a la hora de suicidarnos porque existe un componente genético (se estima que la heredabilidad del suicidio es de un 30%-50%) y no todo es culpa de la sociedad, el patriarcado o de esa «masculinidad» de la que algunos abominan. Como dice mi amigo Pablo Malo: «Es un hecho conocido que las mujeres realizan más intentos de suicidio que los hombres. No observo que se culpe a la feminidad de ello sino a las circunstancias o las condiciones de vida de las mujeres»

Pero para la izquierda, que los hombres vivan menos, se suiciden más y consuman más drogas no es sospechoso de una mediación genética, biológica u hormonal. Es esa «masculinidad tóxica» puramente cultural la que los induce a tomar decisiones impulsivas y gratuitas. Y el sectarismo de hombres como Javier Padilla los lleva a desestimar y ridiculizar la fragilidad y la vulnerabilidad de su propio sexo. Ellos sabrán.

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