El diputado independentista y la filosofía
«Ya sabemos que para el universo ignorante cualquier persona que ponga en cuestión el dogma izquierdista o nacionalista se convierte en un ‘fascista’»

Gabriel Rufián (ERC) en el Congreso de los Diputados el pasado 12 de febrero. | Europa Press
No es el título de un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Tampoco es una adenda al máster de Begoña Gómez en su cátedra de transformación no sé qué. Es que el portavoz parlamentario de ERC intentó dar una lección de filosofía en el Congreso, ese mismo hemiciclo que iba a abandonar en 2016. El tema de la disertación filosófica de tres minutos impartida por el independentista en la última sesión de control al Gobierno fue el wokismo.
Es oportuno apuntar antes de nada que su disparatado sueldo es mucho mayor que el de cualquier catedrático español de Filosofía con seis sexenios de investigación, docencia y transferencia de conocimiento; en concreto, es el doble. Pero no importa. El independentista debía hacer una pregunta de masaje happy end al presidente del Gobierno y, en lugar de preguntar, por ejemplo, por el aumento de la pobreza infantil, prefirió hacer un chascarrillo en plan cuñado sobre las críticas al wokismo. Sánchez agradeció la pregunta y luego practicó el absentismo, que junto a la trola artesana, son las dos especialidades de la casa familiar.
Volvamos a este filósofo independentista que nos regala con el mismo ahínco su presencia remunerada como su desprecio gazmoño. El diputado republicano confesó que para su clase magistral sobre el wokismo había buscado en las redes sociales. No es que ERC se caracterice por la sinceridad, es que el parlamentario creyó que era una fuente de autoridad. Claro, qué iba a decir ante un presidente del Gobierno que ni siquiera ha leído su propia tesis doctoral. Su intervención, la verdad, quedó como la de un monologuista principiante. Normal, porque en las larguísimas vacaciones parlamentarias no le debió quedar más tiempo que para preparar un chiste de barbacoa y botellín caliente.
El político metido a filósofo identificó a todo el que critica el wokismo como «facha». No extraña. Ya sabemos que para el universo ignorante cualquier persona que ponga en cuestión el dogma izquierdista o nacionalista se convierte en un «fascista». Tampoco sorprende. En un país donde llevar la bandera de España se convierte en fascismo, no asombra que un diputado diga que los que critican la cancelación y las imposiciones woke porque eliminan la libertad de expresión, por ejemplo, son fascistas. Cada uno busca el voto donde sabe que lo va a obtener.
«El retroceso del ‘wokismo’ está siendo tan evidente que quienes lo imponen niegan que exista»
El caso es sintomático. El retroceso del wokismo está siendo tan evidente que quienes lo imponen niegan que exista. Nunca hubo nada woke, dicen, solo fachas haciendo de fachas. En su complejo de superioridad moral e intelectual, e incluso racial -todo infundado y sin respaldo científico- estos filósofos low cost creen que su programa político es la dirección que la Historia y el progreso deben tomar, no al revés. Esto solo puede pensarlo alguien en dos circunstancias: o es un inculto imprudente, o es un mentiroso imprudente. Lo que estos wokistas llaman «progreso» no es más que su dictadura de pensamiento y acción, con amplio desprecio al pluralismo y la tolerancia. Sostener lo suyo como «progreso» es lo que diferencia, como explicaron Tocqueville y Talmon, a un amante de la libertad de un aspirante a tirano.
Negar la existencia del wokismo, que nada tiene que ver con la caricatura que hizo el diputado independentista, es como rechazar los casos de corrupción del sanchismo. La ensayística sobre lo woke es amplísima en Europa y Estados Unidos, dada por académicos, escritores y periodistas de todo signo político. El wokismo no es solo cancelar y perseguir, sino adoctrinar. Su existencia ha sido confesada por las grandes multinacionales, desde Disney, que ha dado un giro, a Google. Lo woke no es montar en bici o decir «todos y todas», como dijo el diputado, sino cancelar o criticar a la gente por no hacerlo; esto es, negar la libertad de movimiento y expresión. Lo woke es una imposición, una condena moral y una amenaza de muerte civil si no se comulga con el dogma. ¿Qué pasó con la actriz trans a la que han crucificado por opinar libremente? Pues eso.
Si el «progresismo» es cancelar y depurar a quien no repite el axioma oficial y único, no es progreso, es otra cosa. El diputado metido a filósofo no lo sabe, pero la religión del progreso que defiende está en la raíz de todas las dictaduras, desde los jacobinos de la Revolución Francesa hasta el comunismo y el socialismo del siglo XXI. La idea de un Estado como un Gran Hermano que hace ingeniería social y que deconstruye comportamientos y personas para llegar al «paraíso» izquierdista y nacionalista es la esencia de las tiranías. Es sabido, aunque el representante indepe no lo sepa, que todas las ideologías que se basan en «reacomodar» a la mitad de la población, como el nacionalismo o el comunismo, llevan en su seno el conflicto, primero, y luego la tiranía. Hay muchos ejemplos históricos en el mundo contemporáneo. Si el diputado quiere saber cuáles son, que lo busque aunque sea en las redes.