Doble contra sencillo
«El mito del Doble en sus diferentes perspectivas continúa vigente y más pronto que tarde volverá a sorprendernos con otro giro de tuerca, quizá salido de la IA»

Fotograma de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. | X
Borges escribió que en el imaginario humano, a pesar de su aparente casi infinita variedad, solo hay cuatro o cinco argumentos que se repiten con todo tipo de variantes: el viaje iniciático, el rescate de la bella en peligro, el inocente que vence al ogro… Uno de ellos es el doble, el que encuentra o crea su otro yo, equívocamente complementario o perversamente opuesto. Un tema cuya forma moderna comienza, como en tantos otros casos, con el asombroso Edgar Allan Poe, para continuar con R. L. Stevenson, Oscar Wilde, el propio Borges… A mi juicio, el mejor análisis psicológico y filosófico del doble es el que hace Otto Rank en su libro sobre el tema, Der Doppelgänger (1925).
Rank fue, en mi profana opinión, el más interesante de los retoños de Freud, junto con C. G. Jung. Sospecho que ahora ya no se le estudia tanto como merece y se prefieren diarreicos palabreros como Lacan. En la que quizá sea su obra fundamental, Arte y artista, Rank sostiene que la tarea creadora consiste en el desaprendizaje de las formas y métodos establecidos, hasta renacer a una nueva personalidad cuya actividad crea nuevos moldes. El artista brota del antiguo yo configurado por su época a otro yo que rompe con lo anterior como el recién nacido desgarra la placenta de su madre, aunque depende de ella para nutrirse y oxigenarse. El verdadero arte es traumático como lo es el nacimiento, sobre cuyo trauma también escribió lúcidamente Otto Rank.
Como antes señalamos, creo que la primera aparición literaria moderna del doble es el cuento William Wilson (1839) de Poe. Ahí surgen la amenaza y el enigma inexplicable del otro yo que luego volverán de tantas formas tantas veces. Lo único que sé con certeza es que soy yo y que nadie más puede serlo en mi lugar. Pero si me encuentro conmigo frente a mi casa, si otro yo me acecha entre la multitud de yoes que no soy yo… Entonces ¿a qué puedo asirme? ¿cómo o a quién reclamarme? Poe fue especialista en este tipo de acosos que nadie se había planteado hasta que él los imaginó. El doble no necesitaba tener características traumáticas, bastaba con su semejanza atroz y su presencia ineludible. Pero luego saltó a la palestra otro doble del que fuimos cómplices y, sin embargo, víctimas. La pareja fatal que forman el pseudo-inocente Doctor Jekyll y el innegablemente culpable Mr. Hyde son sin duda la más recurrente, alarmante y, sin embargo, tentadora pareja de la historia fantástica.
Stevenson obvió el pánico de la semejanza insoportable, pero introdujo una variante terrorífica: más allá de parecidos epidérmicos y discutibles, Jekyll sabe que el abominable Mr. Hyde no solo es él mismo sino el que contra todo lo recomendable desea ser. Aunque al final del cuento se le haga insoportable su tiranía, Jekyll desea a Hyde, simpatiza oscuramente con él, anhela su perversa libertad o, más bien, libertinaje. La perspectiva de Stevenson en su inagotable cuento prevalece contra todas las variantes: él intentó potenciar el crudo enfrentamiento moral entre la voluntad que apetece el bien y la que prefiere el mal.
La trágica historia Jekyll/Hyde ha sido llevada al cine en muchas ocasiones y con varia fortuna, hasta el punto de que hoy es más conocida por las películas que por las páginas de Stevenson. Los directores de esas versiones se han tenido que enfrentar a una cuestión que no es fácil de resolver a gusto de todos y que condiciona la interpretación del relato:¿deben ser dos actores distintos los que interpreten a Jekyll y Hyde o el mismo con la debida transformación de maquillaje? La opción por dos actores acentúa la disparidad de personalidades, hasta el punto de que Hyde tiende a convertirse en un monstruo más convencional que metafísico, algo así como un hombre lobo con peor carácter. En cambio, si un mismo actor hace los dos papeles se mantiene mayor fidelidad al relato, pero es más difícil convertir en rasgos exteriores lo que es ante todo una transformación moral. Quizá haya sido el gran Spencer Tracy, guiado por Víctor Fleming, el que mejor ha logrado desdoblarse así de manera convincente.
El otro relato clásico en la serie imaginaria de los dobles es El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Aquí el doble no es de carne y hueso sino un cuadro que va sufriendo las transformaciones que los vicios y la edad deberían causar en el modelo vivo. Es algo quizá más sutil que la novela de Stevenson aunque de menor fuerza dramática. Un desdoblamiento estético más que moral. Y es precisamente este modelo el que recoge una película muy reciente, La sustancia, escrita y dirigida por Coralie Fargeat, con Demi Moore como gran protagonista y Margaret Qualley como su réplica juvenil. El argumento del film toma de Stevenson la pócima misteriosa que produce la transformación, pero poco a poco va perdiendo su eficacia y de Oscar Wilde el ansia por una juventud inmarchitable, en el universo ultra exigente del mundo audiovisual.
La sustancia comienza como una intriga inquietante y pronto se convierte en un cuento de terror «gore» lleno de sangre, vísceras y sadismo. Puede que no sea una obra maestra (vamos, que no lo es) pero no dejará a ningún espectador indiferente o aburrido. John Donne señaló que «nadie duerme en el carro que le lleva al patíbulo» y desde luego en esta película también es difícil dormirse y por razones parecidas. Pero sobre todo nos confirma que el mito del doble en sus diferentes perspectivas continúa vigente y más pronto que tarde volverá a sorprendernos con otro giro de tuerca, quizá salido de los juegos con la IA. Qui vivra, verra.