Borràs y Griñán
«Ya no es que quieran unas leyes para ellos y otras para el resto. Es que entre ‘ellos’ el embudo se ensancha o se estrecha según la persona y el momento»

Laura Borrás.
Laura Borràs, que fue presidenta del Parlamento catalán, que casi le pisa la manguera a Carles Puigdemont para liderar Junts, y que se quedó a sólo 40.000 votos de ser presidenta de la Generalitat en 2021, está acabada políticamente tras confirmar el Tribunal Supremo su condena por prevaricación y falsedad documental. La condenaron a más de cuatro años de cárcel, una multa de más de 30.000 euros y más de 13 años de inhabilitación política. En Junts per Catalunya han montado un pollo público considerable. Han llegado a comparar al Supremo con Guantánamo. Dicho lo cual, tranquilos que, una vez más, no llegará la sangre al río. Como tampoco va a llegar en el caso de otro condenado interesante, el expresidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán.
Plutarco se pondría las botas con los paralelismos entre las vidas de estos dos. Recordemos que Griñán fue condenado a seis años de prisión por prevaricación y malversación de caudales públicos. ¿Usted le ha visto entrar en la cárcel? Yo tampoco. Ni le veremos.
El segundo paralelo entre Borràs y Griñán es que, igual que hay quien ha querido representar la «nueva política», ellos representan la «nueva corrupción». Una que no consiste en meter la mano en la caja para enriquecerse personalmente, sino para beneficiar a un tercero o terceros con el que mantienen fuertes vínculos personales o políticos. Un amigo en el caso de Borràs, el PSOE en el caso de Griñán. Borràs dio instrucciones a alguien de su confianza para fragmentar contratos con una institución pública catalana que ella entonces presidía, lo cual permitió adjudicárselos bajo el radar.
Pero Borràs no se llevó un céntimo. Como tampoco se lo llevó Griñán de la estafa de los ERE, que repartieron de forma opaca y clientelar hasta 680 millones de euros, a no ser que consideremos que la perpetuación del PSOE en el poder, que no otra cosa se estaba comprando, le garantizaba seguir viviendo a cuerpo de rey como presidente de Andalucía.
¿Es más o menos grave este tipo de corrupción que la de toda la vida? Enjundioso debate. Personalmente creo que la corrupción aparentemente «desinteresada» es peor que la otra. Porque manzanas podridas ha habido siempre. Se tiran a la basura y ya está. Pero cuando lo que se hace es normalizar el tráfico de influencias como una ventanilla administrativa más, los daños son incalculablemente mayores. ¿Me creerán si les digo que hay empresas muy respetables, cuyos directivos tienen instrucciones precisas de no ir a contratar nada con la Administración sin llevar el preceptivo maletín? Lo contrario simplemente no es una opción. Tanto es así, que ya están previstos en el balance los gastos jurídicos si les pillan con las manos en la masa.
«El recurso de amparo al Tribunal Constitucional es como el comodín de la llamada, te permite ganar tiempo»
Otro paralelo claro entre los casos Borràs y Griñán es el sostenella y no enmendalla durante años, afirmar que son inocentes y que los jueces fachas les tienen manía hasta que, como mil años después, la condena al fin llega.
Que no su ejecución, insisto. El recurso de amparo al Tribunal Constitucional es como el comodín de la llamada, te permite ganar tiempo. En el caso de Griñán, incluso anular la condena con un argumento que es de traca: que no está probado que el presidente andaluz conociera el destino fraudulento de los millones de los ERE cuando firmaba presupuestos. Toma ya. Pues si no lo conocía él. Aunque es verdad que a Griñán nadie le ha pillado un email reconociéndolo, como sí le pillaron a Borràs. Los hay astutos. Entre repetir el juicio y, si se vuelve a perder, volver a recurrirlo al TC, con un poco de suerte ya no habrá condena posible que no sea póstuma.
A Griñán además la inhabilitación le da igual porque el tema ya le pilla retirado de la política. Cosa que no era para nada la intención de Borràs. Nadie cree que llegue a entrar en la cárcel porque el mismo tribunal que la sentenció recomendó su indulto parcial (¡) alegando que la pena era desproporcionada (¡!). Ojalá pasara lo mismo con las multas de tráfico y con las sanciones de Hacienda.
Pero la inhabilitación a ella sí que le hace pupa, porque con toda seguridad le impedirá presidir una fundación que Junts se ha sacado hace poco de la manga, precisamente para contar con un cementerio de elefantes políticos de lujo. El Gobierno catalán, famoso por su sastrería a medida, se ha mostrado curiosamente inflexible en este punto.
«Borràs es una de las personas más discretamente odiadas de toda la política catalana»
Y aquí es donde las vidas paralelas de Griñán y Borràs se bifurcan. El expresidente andaluz digamos que cae bien. Yo he leído artículos del mismísimo Fernando Savater defendiendo su indulto. Borràs, en cambio, es una de las personas más discretamente odiadas de toda la política catalana, y a la que en privado menos tragan unos cuantos que en público la defienden, pero en el fondo se alegran de verla reducida a algo así como la Karla Sofía Gascón del procés.
Podríamos ahora dar unas cuantas pistas de por qué. Da igual. Lo que a mí me llama la atención es que la endogamia política de este país está llegando a tal punto, que ya no es que quieran unas leyes para ellos y otras para el resto de los mortales. Es que incluso entre «ellos» el cuello del embudo se ensancha o se estrecha según la persona y el momento. Si no tuviera miedo de incurrir en una reducción al absurdo hasta cómica, escribiría que Laura Borràs es víctima de lawfare amigo.
Se encuentra en la misma situación que los repudiados por la mafia, o que los antiguos miembros del Partido Comunista súbitamente declarados traidores y dejados caer en las redes de la policía franquista. Sólo que ya no hay franquismo. Apenas una pobre y sufrida democracia que es la primera sorprendida cuando sus leyes y sus sentencias se cumplen.