The Objective
Antonio Agredano

Tres 'gyozas' a diez euros

«El problema ya no es Trump, sino si, quienes nos gobiernan, son mejores que él y que sus futuros emuladores. Y que sus fines sean más elevados»

Opinión
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Tres ‘gyozas’ a diez euros

Ilustración de Alejandra Svriz.

Europa es sólo una posibilidad. Una aspiración. Como el amor, la poesía o beber con elegancia. De Estados Unidos siempre he admirado su respeto a la bandera y las taquillas en los institutos, dos hitos civilizatorios que España jamás pudo importar. El resto está bien, pero me siento más cómodo en este europeísmo melancólico, erasmusero, de vodka polaco, rakomelo casero y espaguetis cacio e pepe. Prefiero un baloncesto duro de tanteos bajos y bandejas desapasionadas a un delirio de puntos y escorzos bajo el aro. Está en la sangre.

Me resulta imposible ver a Donald Trump como un hombre recio o un líder vanguardista, porque siempre me ha parecido un hortera. Un agitador. Un delegado de clase sobreactuado. La irresponsabilidad siempre fue confundida con la valentía. España haría bien vacunándose de estos vigorosos hiperdirigentes. Y viéndolo ahí, con su gorra roja, con sus bailes extraños, pienso: ¿Cómo puede una mayoría elegir a un candidato como él o Javier Milei o alguno de estos presidentes desconcertantes?

Bajando la pelota al piso, me pregunto si el trumpismo puede aterrizar en España. O, aún peor, si como los reptilianos, lleva ya tiempo caminando entre nosotros. Podemos y Vox podrían contener trazas de trumpismo. El miedo reverencial a Rusia. El mensaje tan ampuloso como endeble. Cierto victimismo agresivo. Y las soluciones simples a situaciones prácticamente inabordables. El populismo europeo de toda la vida, a un lado y al otro de la pantalla, como en una Atari, pero con el eco de las redes sociales y la desmemoria de estos tiempos urgentes.

¿Cuáles son las grietas por las que se cuela este populismo nocivo? ¿Esta política de no-política? ¿Por qué hay gente que decide votar caos? Sólo tengo que abrir THE OBJECTIVE. Publica Ketty Garat que José Luis Ábalos convirtió a una mujer prostituida en su acompañante exclusiva. La eligió por catálogo. Y lo pagó como pudo, porque no era barato; y en ese «como pudo» está incluido lo que usted puso, porque la soledad emocional y sexual del ex ministro socialista fue aliviada también con dinero público.

La vieja Europa de los pisos oscuros y las trastiendas. La vieja Europa de los favores y las noches interminables. Tractores en las calles, autónomos mandando correos para ver cuándo le van a pagar sus diligentes facturas, barcos amarrados, señoras mayores intentando mirar el saldo de su cuenta en el ordenador de su impaciente nieta. La vieja Europa anestesiada. Series coreanas, museo de las ilusiones y tres gyozas a diez euros.

«Trump es sólo la reencarnación del monstruo que somos. Sociedades pueriles eligen líderes pueriles»

Pisos compartidos. La tumba del fascismo terminó siendo una tabernita de barrio. Pulseras de Hermandad y copa de balón. Coches en doble fila a la salida del colegio. ¿Dónde están los vasos de tubo? ¿Dónde está la España en la que crecimos, en la que creímos, en la que nos criamos? Youtubers explicándonos lo que debemos pensar. Un presidente al que, le preguntes lo que preguntes, te contesta lo que le da la gana. Y sus bromas escritas por gente como Idafe. Y lectores de El Plural compartiendo la foto de Feijóo con Marcial Dorado para rebatir absolutamente cualquier argumento político que les incomode.

Trump es sólo la reencarnación del monstruo que somos. Y no es una asunción de culpa. Es mucho más que un desahogo. Sociedades pueriles eligen líderes pueriles y la nuestra hace ya muchos años que llenó de Funkos las estanterías, ocupando el espacio de los libros.

El debate público tiene profundidad de charca. Escribió Mauricio Wiesenthal en El derecho a disentir: «Los buenos propósitos no sirven para nada si no van acompañados de un método y de una disciplina para conseguirlos. El gran problema de nuestros filósofos contemporáneos –y también de nuestros políticos– ha sido obstinarse en alcanzar modelos utópicos o teóricos que nos han llevado a una indecente orgía de quimeras, desprovistas de toda base real».

Europa, decía, es una aspiración, pero no debería ser una utopía. Pienso en ese infantil «no a la guerra», como si fuera una gran epifanía. Como si tras mil millones de muertes en conflictos a lo largo de nuestra historia hubiéramos dicho que hasta aquí. Como si el mundo dejara de ser mundo. Como si un pañuelo anudado al cuello pudiera cambiar el poder y su ansia.

«Sólo con una Europa calma, elevada y libre de populismos y corrupción se puede combatir contra los cíclopes»

¿Está el mundo cansado de sí mismo? ¿Qué puede hacer Europa? ¿Qué puede hacer España? El triunfo del trumpismo es el fracaso de todo lo demás. Conducir hacia el vacío como Thelma y Louis: por qué no hay nada mejor hacia donde ir.

Puteros lanzando discursos feministas y antifascistas tratando de callar a periodistas y deslegitimar a jueces. La nueva vieja Europa es tierra fértil para el desorden. El problema ya no es Trump, sino si, quienes nos gobiernan, son mejores que Trump y que sus futuros emuladores. Y que sus fines sean más elevados. Y que su valentía vaya más allá de su sillón. Y que sepan llegar a acuerdos y crear frentes amplios frente a la decrepitud y a la inmoralidad que encarnan Trump, Putin y Xi Jinping.

Sólo con una Europa calma, elevada y libre de populismos y corrupción se puede combatir contra los cíclopes. Me hago mayor, lo sé. Pero prefiero perder la razón a la esperanza.

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