El foco de Trump está en China, no en Rusia
«Trump entiende que la clave para evitar este escenario es atraer a Rusia hacia el bloque occidental»

Donald Trump y Xi Jinping, en una foto de archivo.
Donald Trump ha dejado claro, en numerosas ocasiones, que su principal preocupación en el ámbito internacional no es Rusia, sino China. La República Popular China representa el mayor desafío para Estados Unidos en todos los frentes: político, tecnológico, militar, poblacional, educativo, industrial y comercial. Es una potencia en ascenso que amenaza la hegemonía estadounidense en un mundo cada vez más bipolar. Por todo ello, Trump ha adoptado una estrategia que, aunque parezca un acercamiento a Rusia, en realidad tiene como objetivo final contener el avance chino.
Desde su primer mandato, Trump aplicó una política de confrontación comercial con China. Impuso aranceles y denunció el robo de propiedad intelectual americana por parte del gigante asiático. Su visión del mundo es la de una competencia entre potencias. Y, en su opinión, China es la mayor amenaza al liderazgo global de Estados Unidos. En este contexto, el papel de Rusia se vuelve instrumental. El enfoque de Trump se basa en la premisa de que un acercamiento de Rusia a Occidente alejaría a Moscú de su creciente dependencia de China.
En cambio, una alianza sólida entre Pekín y Moscú representa una amenaza directa para Occidente, pues une los vastos recursos naturales y militares de Rusia con la capacidad económica y tecnológica de China. Trump entiende que la clave para evitar este escenario es atraer a Rusia hacia el bloque occidental en lugar de empujarla hacia los brazos de China.
En este panorama trumpista, Europa parece tener una visión egocéntrica y miope del mundo. En definitiva, desempeña un papel secundario. A nivel tecnológico, político, militar, energético e industrial, el continente ha perdido relevancia en el contexto global. Se vanagloria de sus políticas de género, diversidad, ecológicas y sociales, y está más preocupada por cuestiones internas que por ser un actor decisivo en la geopolítica mundial. Para Trump, Europa es poco más que un parque temático sin capacidad real de influencia en el nuevo orden global.
La administración de Joe Biden, al asumir una postura hostil hacia Rusia tras la invasión de Ucrania, ha provocado que Putin busque refugio en China y Corea del Norte. Esto ha fortalecido la cooperación económica, militar y energética entre estos tres países. A corto plazo, esto no representa una amenaza para Estados Unidos. Pero en el futuro podría consolidarse un bloque antioccidental difícil de contrarrestar. La dependencia de Rusia de la tecnología y la inversión chinas haría que su margen de maniobra se reduzca considerablemente. Y que se convierta en un socio subordinado de Pekín, algo que Trump pretende evitar a toda costa.
Además, en el ámbito geopolítico, China ha sabido aprovechar la distracción de Occidente con Ucrania para avanzar en sus propios intereses en el Indo-Pacífico. Pekín ha reforzado su influencia en regiones clave como el Mar de China Meridional, Taiwán y América Latina, donde ha incrementado sus inversiones y presencia diplomática. El presidente Biden se centró en contener a Rusia en Europa, prestando menos atención al verdadero teatro de confrontación global: Asia. Trump, con su enfoque en la competencia directa con China, intenta corregir este error estratégico.
Por otro lado, es importante entender que Rusia y China no son aliados naturales. Históricamente, sus relaciones han estado marcadas por la desconfianza y la competencia territorial. La cercanía actual entre ambas potencias es circunstancial y basada en intereses económicos y geopolíticos inmediatos. Si Occidente le ofreciera incentivos suficientes, Rusia podría reconsiderar su alineamiento con China y buscar acuerdos más favorables con Estados Unidos y Europa. Trump comprende esta dinámica y, en lugar de demonizar a Rusia, prefiere una estrategia de acercamiento que debilite la alianza sino-rusa.
La diferencia entre la visión de Trump y la de Biden radica en el enfoque pragmático del primero. Mientras Trump ve a Rusia como una potencial herramienta para contener a China, Biden la consideró un enemigo tras la agresión a Ucrania, lo que le llevó a una política exterior menos flexible. La falta de visión estratégica de Biden ha contribuido a consolidar un mundo donde China emerge como la principal beneficiaria.
En conclusión, la clave para el futuro de la hegemonía estadounidense no está en seguir enfrentándose con Rusia, sino en evitar que esta se convierta en un peón más del tablero chino. Para ello, es necesario un enfoque diplomático más sofisticado que ofrezca a Moscú una alternativa real a su dependencia de Pekín. Trump lo entiende así y actúa en consecuencia. El objetivo es que el eje Moscú-Pekín no se consolide como el mayor desafío geopolítico para el mundo occidental en las próximas décadas. Y, en este contexto, Europa debe actualizar su estrategia. Como dice un proverbio (ruso, por cierto), añorar el pasado es correr detrás del viento.