Trump, el peor antiamericano
«Trump parece aspirar a reducir la singularidad histórica de EEUU a una suerte de nacionalismo matón y provinciano con un fuerte componente étnico»

Donald Trump | Ilustración de Alejandra Svriz
A veces la desesperación nos lleva a creer en los milagros y a asociar la disruptiva aparición de líderes “singulares” con una suerte de profecía mesiánica que promete futuros prodigios. Es el caso de Donald Trump, un personaje que, a pesar de sus contradicciones, podría haber sido el revulsivo capaz de despertar a las democracias y liberarlas no sólo de las garras del wokismo, sino también de su propia corrupción. Y a fe que Trump está siendo ese revulsivo, pero no de la forma deseada.
Trump es un revulsivo, de eso no cabe duda, pero empieza a estar claro que no lo será por sus acciones positivas, sino por sus alianzas y amenazas. La forma en que está abordando la pacificación de Ucrania es prueba de ello. Con sus declaraciones contra Zelenski, en las que lo califica de dictador y llega a recomendarle que “se mueva rápido o no le quedará ningún país”, ha puesto precio a su cabeza. Ahora Zelenski es un objetivo legítimo para Trump, para Putin y para cualquier cazarrecompensas.
Trump ha declarado con un cinismo descarado que ama a Ucrania para, acto seguido, utilizar a Zelenski como coartada y responsabilizar a este país de su propia destrucción y de “millones de muertes”. En esencia, sostiene que los ucranianos no mueren porque les disparen los invasores, sino porque se arrojan con una violencia intolerable contra sus balas.
Trump no solo desprecia la verdad de esta guerra, sino que también parece ignorar el plan de largo plazo de Putin para anexionarse Ucrania. Un plan que empezó a ser monitorizado por el servicio exterior estadounidense mucho antes de los eventos de Maidan. ¿Es creíble que el presidente de los Estados Unidos no conozca a este respecto los informes de su propio servicio exterior? Por supuesto que no. Es totalmente inverosímil.
Donald Trump sabe que el plan ruso para anexionarse Ucrania viene de lejos, exactamente desde que el Partido de las Regiones de Víktor Yanukóvich se coaligó con las formaciones separatistas Bloc de Rusia y Comunidad Rusa de Crimea (ROK) para ganar las elecciones parlamentarias de Ucrania en 2006. El Bloc de Rusia estaba financiado por el exalcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y tenía estrechos vínculos con la inteligencia rusa.
“El plan de Putin para la anexión de Ucrania ya estaba en marcha en 2006, mucho antes de la ocupación de Crimea”
Por su parte, el ROK estaba financiado por Yuri Luzhkov, Konstantin Zatulin (defensor de las políticas imperialistas de línea dura hacia las antiguas repúblicas soviéticas) y por el propio Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia y la administración presidencial. Fue entonces cuando empezó la desestabilización de Ucrania. Es decir, el plan para la anexión ya estaba en marcha en 2006, mucho antes de la ocupación de Crimea.
Es importante recordar, además, que fue el presidente ucraniano Yanukóvich quien retrotrajo la constitución de 2004 a la de 1996 (con la oposición de los ucranianos) para acaparar más poder y convertirse en el principal activo en la culminación del plan de Putin de anexionarse Ucrania sin disparar un solo tiro. Una estrategia que acabó fracasando no porque Estados Unidos y la Unión Europea conspiraran para colocar a Rusia en una situación imposible, como afirma la propaganda del Kremlin, sino porque reaccionaron tarde y mal.
El golpe de gracia que Trump ha propinado a Ucrania tiene un trasfondo que va más allá de convertir Washington en Washinvostok. Trump ha dibujado una cruz en la cabeza de Zelenski no por su amor hacia Putin, sino por la negativa del presidente ucraniano a compensar la ayuda estadounidense con el pago de 500.000 millones de dólares en especie; es decir, mediante la entrega incondicional de las reservas de tierras raras de Ucrania en una cantidad equivalente a esa suma.
En realidad, la ayuda que Estados Unidos ha prestado a Ucrania dista mucho de ese importe. De hecho, la proporcionada por la despreciada Europa es muy superior a la estadounidense. Pero eso a Trump le da igual. Lo que quiere es usar las negociaciones de paz para forzar a Ucrania a firmar un cheque en blanco que le permita saquear sus recursos. A Trump no le importan Ucrania, los ucranianos ni los muertos de esta guerra. No es nada personal, solo negocio.
“Trump es, por encima de todo, un negociante. No es un empresario, sino un tiburón”
Trump es, por encima de todo, un negociante. No es un empresario, sino un tiburón. Los empresarios crean riqueza; Trump no la crea, pero sabe apropiársela. Es el lobo de Wall Street investido presidente.
Sin embargo, que este sea el rasgo principal de Trump no significa que no tenga otras pulsiones menos materialistas. Por ejemplo, su intención de renombrar el Golfo de México (denominación original de la Corona española) como Golfo de América es una imposición nacionalista, pues, aunque para nosotros América represente mucho más que un único país, para los estadounidenses “América” es un término con el que se identifican a sí mismos (God Bless America).
También la eliminación de la página web y las redes sociales de la Casa Blanca en español, algo que Trump ya hizo durante su primer mandato en 2017, es señal de un inquietante integrismo. Estados Unidos, a diferencia de las viejas naciones europeas, no se asienta en una identidad histórica, sino en una singularidad: la llamada excepcionalidad americana (American exceptionalism). Se trata de la creencia de que Estados Unidos ocupa un lugar único y especial en la historia y en el mundo debido a sus orígenes, su sistema político y sus valores fundamentales.
Como dijo Margaret Thatcher, “Europa fue creada por la historia; Estados Unidos fue creado por la filosofía”. Trump, sin embargo, parece aspirar a reducir esa singularidad a una suerte de nacionalismo matón y provinciano con un fuerte componente étnico, algo que entra en contradicción con los valores de libertad, democracia y oportunidad estadounidenses.
“Es de temer que este matonismo termine volviéndose contra los estadounidenses, incluidos los votantes de Trump”
Esto se está traduciendo en un autoritarismo agresivo en política exterior, pero, como apunta mi buen amigo Pablo Losada, solo contra quienes considera débiles o inferiores (Ucrania, Taiwán, Canadá, México, Dinamarca), no contra quienes percibe como fuertes (Rusia, China). Y es de temer que este matonismo termine volviéndose contra los propios estadounidenses, incluidos los votantes de Trump.
Este aspecto de Trump debería resultar irritante para cualquier español con un mínimo de decencia, autoestima y cultura. No voy a hablar aquí del papel de España en el descubrimiento de América, un hecho que permitió, entre otras muchas cosas, que los ancestros de Trump tuvieran un nuevo continente al que emigrar y en el que hacer fortuna.
En las últimas décadas, los historiadores han destacado el papel crucial de España en la independencia de los Estados Unidos, un aspecto tradicionalmente eclipsado por la narrativa francesa. Es verdad que Francia aportó apoyo militar directo y diplomático. Sin embargo, la contribución española, liderada principalmente por Carlos III y sus funcionarios en América, fue muy superior y esencial en términos económicos, logísticos y militares.
Desde la primera victoria de Trump en 2016 he intentado mantener un criterio analítico. Algo que en su día algunos interpretaron erróneamente como simpatía hacia el personaje, cuando lo que realmente me preocupaba era la deriva de nuestra clase dirigente.
“Se puede combatir el ‘wokismo’ y a la vez enfrentarse a tiranos como Putin y a quienes los apoyan”
El tiempo de esperar y ver ha terminado.
Solo me queda jurarle, querido lector, que se puede combatir el wokismo y a la vez enfrentarse a tiranos como Putin y a quienes los apoyan, sea cual sea su justificación. Como decía Kissinger, se puede caminar y masticar chicle al mismo tiempo.
Compartir trinchera con algunos personajes puede ser bastante más que incómodo, pero lo importante es tomar sitio en la correcta. De lo contrario, puedes acabar teniendo a los talibanes a tu lado porque también combaten la agenda 2030.