Antes y ahora
«Si en el casino la banca siempre gana, en la guerra pierden todos. Chejov, Gogol, Ajmatova son literatura rusa y autores ucranianos y esto es la riqueza de la paz»

Soldados ucranianos participan en un ejercicio militar en Jarkov.
Cuando las fronteras se mueven, la alegría de unos cuantos silencia el dolor de muchos. ¿O es al revés? De ese dolor silencioso trata gran parte de la historia de la Europa moderna, ahí donde la literatura, sin quererlo, acaba ocupando el lugar del testigo de cargo. Si queremos saber cómo eran las cosas antes de llegar a ese punto de no retorno, hemos de acudir a ella. Y raras veces encontramos entre sus páginas verdaderos motivos para la escisión y ruptura entre comunidades o individuos. Ocultos en ideas, falsedades e intereses, no en las personas. El equilibrio es esencial en la convivencia, como su fortalecimiento cotidiano. Cuando ambos se resquebrajan, conviene escapar de la Historia –tantas veces protagonizada, en sus momentos peores, por un puñado de canallas como por (menos) hombres honorables– y refugiarse en los poetas. Y aun así, la muerte estará llamando a las puertas.
El pasado año se publicaron en España dos libros que nos pueden servir para acotar lo incomprensible una vez más y es lo incomprensible lo que estamos viviendo. Uno lo publicó Elba, es del gran poeta Ósip Mandelstam y trata de su infancia y juventud entre Crimea y San Petersburgo. Otro lo publicó Ladera Norte y son las crónicas que escribió Joseph Roth antes de la Segunda Guerra Mundial. El ruido del tiempo es el título del primero; Gabinete de curiosidades el del segundo. ¿Qué tienen en común? Ambos hablan de un tiempo de paz donde se estaba incubando otra tragedia europea. Sin citarla. Sus dos autores son judíos. Ambos murieron en esa tragedia: Mandelstam fue enviado por Stalin a Siberia. Roth encontró la muerte en París, huyendo de la Wehrmacht y con la Wehrmacht a las puertas. Mandelstam nació en Crimea, es decir en Ucrania. Roth, natural de Galitzia, lloraba al escuchar canciones populares ucranianas.
«Son los libros los que nos explican lo que ocurre y lo que ha de ocurrir»
El libro de Mandelstam posee una belleza sutil e inolvidable; el de Roth posee la crudeza de su tiempo, que es la crudeza de su mirada, pero también el colorido de un carrusel. En el primero habita la alegría de la vida tranquila y sus descubrimientos (la mirada de un poeta); en el segundo se incuba el dolor que avisa, ya dije, de la tragedia, dando vueltas en un tío vivo de feria y al fondo, las risas y la fiesta (la mirada de un narrador). En el primero hay una serenidad fundacional; en el segundo, el carnaval del fin. Los dos son diferentes deslumbramientos ante la vida de una ciudad, que es nuestro escenario vital. Y entre ambos, es probable que se encierre el tiempo –o su comprensión– que nos está tocando vivir. Son, repito, los libros, los que nos explican lo que ocurre y lo que ha de ocurrir. De ahí, también, la máxima fatalista del «todo está escrito». También la incertidumbre actual.
Hemos visto muchas cosas en muy poco tiempo y acudimos, una vez más, al gran Bulgakov en el comienzo de El maestro y Margarita, cuando los demonios se apoderan de Moscú. Da la impresión de que han vuelto a soltarlos y ya ocupan todas las cancillerías europeas y han cruzado también el Atlántico. A Bulgakov la guerra lo ha borrado del mapa ucraniano y en Odessa la cancelación ha sido bandera. Hay que borrar la huella rusa en Ucrania como hay que borrar la existencia de Ucrania en Rusia: si en el casino la banca siempre gana, en la guerra pierden todos. Chejov, Gogol, Ajmatova son literatura rusa y son autores ucranianos y esto es la riqueza de la paz. Pero nadie quiere ahora saber de ellos, cuando saben más del dolor que nadie.
Pero, ¿quién quiere oír hablar de dolor? Salvo los fabricantes de analgésicos, nadie. Recuerdo unas palabras del escritor rumano Cartarescu, ahora hace tres años, en Málaga: «Esto no va sólo de Ucrania; esto va de todos nosotros, los europeos». Pues eso.