THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Ocho millones de colaboracionistas

«La estabilidad se consigue con una amplia base social que desde el centro se extienda hacia ambos lados. Fácil de entender, pero no para todos»

Opinión
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Ocho millones de colaboracionistas

El ganador de las elecciones en Alemania, Friedrich Merz.

El avance de la extrema derecha en Alemania ha vuelto a poner de relieve la existencia de un espíritu democrático nacional alemán que, por encima de diferencias entre socialdemócratas y conservadores, se manifiesta en la búsqueda y necesidad de un gobierno estable que busque el bien común y evite cualquier opción a la creciente extrema derecha de AfD. Unas elecciones marcadas por dos hechos fundamentales y determinantes. El primero, el fracaso económico y político del socialdemócrata Olaf Scholz con una Alemania con dos años en recesión. El segundo hecho relevante ha sido la grosera injerencia de un tipo como Elon Musk, el hombre más rico del mundo, dueño de la red social X y ahora alter ego de Donald Trump, en defensa de la AfD.

Lo que durante las últimas décadas se hubiera considerado una injerencia diplomática inexcusable e intolerable ahora se observa con la fatalidad de lo que parece inevitable. La ola extremista que crece en toda Europa ahora está protegida por Estados Unidos que de aliado ha pasado a unirse al enemigo ruso y a favorecer a los políticos extremistas europeos. No va a ser fácil ese acuerdo de gobierno en Alemania. Los socialdemócratas alemanes han quedado muy tocados por su nefasta política económica, inmigratoria y energética. Pero saben que si niegan ese apoyo lo único que conseguirán es revalorizar ese ya temible 21% de los votos de la ultraderecha.

Este análisis se extiende por toda Europa. Hay que cercar los extremismos ya sean de ultraderecha o ultraizquierda. La estabilidad se consigue con una amplia base social que desde el centro se extienda hacia ambos lados con los partidos principales. Fácil de entender, pero no para todos. Si hay un político que siempre se ha cerrado como si fuera un fundamentalista contra cualquier posibilidad de pactos de gobierno de los dos principales partidos, ese ha sido, es, y nos tememos que seguirá siendo, Pedro Sánchez. No lo concibe. Para él el cortafuegos solo se debe hacer a la extrema derecha. Siempre ha preferido pagar chantajes a independentistas a plantearse coaliciones que buscaran la estabilidad política del país.

Nadie olvida su «No es No» a la abstención que buscaba que saliera adelante un gobierno de Rajoy. Aquello le costó hasta la secretaría general del partido socialista. En aquel momento debió prometerse a sí mismo algo parecido a aquello de Vivien Leigh de «juro por Dios que nunca más volveré a permitir que me pase». Y lo ha demostrado. Desde entonces ha sido capaz de desmantelar el Estado de derecho, regalar amnistías ilegales, romper la solidaridad e igualdad financiera de nuestras comunidades autónomas e incluso destrozar la igualdad de los españoles ante la ley, antes que permitir que eso del bien común pueda ser más importante que su máxima de seguir en el poder sea como sea y a costa de lo que sea.

Sánchez, por seguir en el poder paga lo que sea. Con el dinero de todos los españoles se permite ahora condonar más de 17.000 millones de euros de la deuda causada por el despilfarro de la Generalitat de los independentistas catalanes. O aumentarles la plantilla de los mossos hasta los 25.000 para poder hacer frente a su exigencia de gestionar puertos y aeropuertos. Y habrá más. Todavía queda el órdago del control de fronteras para sus amigotes xenófobos de Junts. Nada parece perturbarle a este presidente capaz de negociar algo tan sagrado como las fronteras de su propio país con un prófugo de la justicia, bajo la mirada y decisión de un mediador internacional, en una mesa en el extranjero.

Nunca ha sido leal ni con la verdad, ni con los tiempos. La última muestra, el haber esperado a celebrar el congreso de los socialistas andaluces, donde se vitoreaba a la pluriempleada candidata a la Junta de Andalucía, para anunciar todas las medidas que benefician solo a Cataluña. María Jesús Montero, también vicepresidenta y ministra de Hacienda de todos los españoles, tendrá que explicar muy bien a sus electores andaluces y al resto de españoles, las razones por las que se condona esa cifra a Cataluña, en detrimento de las comunidades que no se endeudaron tanto o nada. Y pronto volverán con la financiación singular, claramente beneficiosa solo para Cataluña en detrimento del resto de las comunidades.

Nada extraña en el mundo Sánchez. Ni siquiera que sea capaz de exigir al Partido Popular una altura de miras como en Alemania, que él nunca ha tenido. Lo dice el líder del partido que habiendo quedado segundo no aceptó que el ganador gobernara negándose en redondo a llegar a ningún tipo de acuerdo con ellos. Lo mismo hizo en todas las comunidades en las que el PP no llegaba a la mayoría absoluta. Sánchez les negó cualquier acuerdo y luego les acusó de pactar con la ultraderecha. Eso sí, él mientras tanto pactaba sin ningún complejo de culpa con los hijos políticos de ETA.

Ahora Sánchez acusa a los populares de colaboracionistas. Dice que la Historia juzgó de manera muy dura a los colaboracionistas con la extrema derecha del siglo XX y lo volverá hacer con los colaboracionistas del siglo XXI. De alguna forma, el presidente de todos está llamando a ocho millones de españoles votantes de un partido democrático de ser colaboracionistas de los nazis. El político que pacta con partidos xenófobos, independentistas y hasta defensores de terroristas, acusa al PP de ser un colaboracionista de los nazis. Sánchez sabe siempre agitar a Vox cuando necesita enemigos exteriores para agrupar fuerzas y tapar su debilidad para sacar adelante cualquier proyecto legislativo. Le da igual que lo haga justo cuando Vox está fuera de los gobiernos autónomos.

Sabe que Abascal parece siempre más preocupado en sacudir a Feijóo que en cualquier otra cuestión. Este giro de Trump traicionado a Ucrania y a sus aliados europeos, y de paso agrupando y alentando a la extrema derecha europea, le viene muy bien a Sánchez. Sigue con su tinta de calamar para mancharlo todo e intentar confundir el trumpismo, no con Abascal, sino con Feijóo. Parece imposible que Sánchez permita alguna vez un acuerdo de estado con el PP que asiente la estabilidad del Estado y busque el bien común libre de chantajes extremistas. No lo parece, es imposible si considera que ocho millones de españoles son colaboracionistas.

Sánchez siempre ha preferido los intereses de sus votantes al de todos los ciudadanos, el interés de sus militantes al de sus votantes, y, en definitiva, su interés propio al de su propio partido. Sánchez ha sido siempre un gran colaboracionista, pero con él mismo.

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