Todas las caras de Trump
«Hay trumpismo en distintas aceras de la política, pero sus expresiones coinciden: arrogancia, despotismo y uso personal de la institucionalidad democrática»

Svriz
La irrupción de Donald Trump en la política mundial ha acabado de confirmar una realidad que, si bien se venía perfilando desde hace años, es ahora cuando se manifiesta de una forma clara y contundente: la rivalidad entre izquierda y derecha es artificial o secundaria, la lucha en la que se juega actualmente el destino de la mayoría de los países es entre demócratas liberales y nacional-populistas despóticos.
Ni proclamarse de derechas equivale hoy a defender un orden conservador basado en la libre competencia ni decirse de izquierdas es garantía de respetar un sistema de igualdad ante la ley y justicia distributiva de los recursos. Trump ha trastocado por completo esos modelos para sustituirlos por otro en el que prevalece la fuerza y en el que la razón está directamente asociada a la obtención del poder. Los fuertes siempre estarán del lado de Trump, ya sean Putin, el régimen saudí o la monarquía marroquí. Los débiles siempre serán un estorbo para él, como ha demostrado de forma dramática con el vergonzoso intento de humillación de Zelenski en el Despacho Oval. Zelenski es, sin duda, el mayor héroe contemporáneo. Pero no en el nuevo orden de Trump. Lo es en el mundo de los principios y los valores que han garantizado en las últimas ocho décadas la convivencia pacífica entre las naciones, pero no en el imperio de los fuertes que pretende imponer Trump.
Eso obliga a todos los demócratas a aguzar la vista para reconocer a los verdaderos aliados en la lucha que ahora debemos librar. No será sencillo porque, para ello, será preciso superar prejuicios ideológicos y desconfiar de las pautas que hasta ahora situaban rutinariamente a unos de un lado y a otros del contrario. El trumpismo se aloja en ambas aceras de la política tradicional y, aunque nace con la promesa de poner fin al extremismo de la izquierda, lo alimenta directa o indirectamente con sus ataques a todo el sistema de valores vigente.
El trumpismo no respeta las reglas del juego conocidas hasta ahora, ni sus límites ni a sus contrincantes. Puesto que alienta la subversión del orden establecido, es capaz de poner de acuerdo a las clases medias empobrecidas que tienen miedo de la inmigración y a las corporaciones que maldicen la regulación y los impuestos. Al trasladar esa misma vocación subversiva al plano internacional, sitúa en el mismo bando a todos los gobiernos que aborrecen la democracia, desde Turquía a China, sin importar su signo ideológico.
«El reflejo de Trump sobre cada uno de nuestros países puede ser sorprendente y de grandes proporciones»
Resulta, por lo tanto, difícil distinguir a los verdaderos trumpistas en cada uno de los países. Algunos se han quitado la careta desde el primer día y se han sumado sin ambages al nuevo líder, aún a costa de caer en grosera contradicción con el patriotismo que muchos de ellos predican. Es el caso de Vox en España, de Orban o Milei, los más fieles escuderos que el presidente de Estados Unidos ha encontrado en el mundo.
Pero el trumpismo no sería tan peligroso si su efecto sobre nuestras democracias se redujera a esos casos aislados. La verdad es que, tanto por el poder de la nación que Trump dirige como por el estado de declive en el que este fenómeno encuentra hoy a Europa y, por tanto, a Occidente, su reflejo sobre cada uno de nuestros países puede ser sorprendente y de grandes proporciones. Al ponerse en cuestión las normas del Estado de Derecho, lo que antes parecía violentar la ley puede dejar de serlo, y lo que hasta ahora se creía contrario a los hábitos y tradiciones democráticas puede hacerse pasar por audaz y atrevido. El uso de las instituciones al servicio del líder puede dejar de ser la excepción para convertirse en la norma, igual que el desprecio al adversario político, la obstrucción de la libertad de prensa, el cuestionamiento del poder judicial o la anulación del poder legislativo. Todos esos males, signos de identidad del trumpismo, se manifiestan ya de forma incipiente en muchas de nuestras democracias y pueden acelerarse en el futuro. Añádanle a eso la arrogancia de la que Trump hace gala en cada manifestación pública, la soberbia de su comportamiento y el despotismo que emana de cada una de sus decisiones y habrán encontrado a su Trump local, por mucho que predique lo contrario.