Fiambreras de plástico y templos gastronómicos
«Ante la corrupción y el despilfarro en nuestro país es urgente una nueva mentalidad de severo ahorro, de vuelta al orden; la fiesta tiene que acabar»

Un hobre comiendo de táper. | Freepik
A mediodía cada vez se ven más oficinistas por la calle con el anorak de gusano y entre las manos una fiambrera de plástico, donde llevan el almuerzo, una ración de pasta precocinada. Van en busca de un banco donde comérsela. La tradición del menú en el figón, con dos platos, y de postre flan o helado Contessa, y la frasca de vino de la casa sobre el manchado mantel de papel, se ha vuelto para ellos insostenible, hay que ahorrar, no alcanza para gastarse 13 euros cada día en almorzar, y cada euro que se pueda ahorrar bien está, porque el alquiler del piso se lleva tres cuartas partes del sueldo, y sin garantías de que al acabar el contrato no se lo renueve el casero, que ha decidido pasarse a los pisos turísticos o a la pura usura.
Que esto le parezca inaceptable y una prueba de la incompetencia del Estado para garantizar a los ciudadanos lo que dice la Constitución… es que no cree en la libertad y el libre mercado. ¡Quizá sea un peligroso comunista!
Por cierto que, simultáneamente, la entrada y salida de los grandes restaurantes y templos gastronómicos sigue como siempre atestada de bien trajeados masters of the Universe que van a degustar sus ridículas pero caras exquisiteces y deconstrucciones diversas, regadas de vino delicioso mientras hablan de… yo qué sé, de sus cosas, de todas maneras la conversación es interrumpida por el solícito y pomposo maître que cada dos minutos viene a explicarles qué clase de bicho muerto, con sus ingredientes y sus reducciones, están comiendo…
A lo mejor mientras se zampan la pasta fría, aquellos oficinistas leen en el móvil las últimas noticias. Hoy van de una chica muy mona a la que mediante el enchufe de un ministro han contratado como administrativa en una, no, en dos empresas públicas, y que, descubierto el pastel, ha reconocido ante el juez que nunca pisó esas oficinas ni hizo nada. ¡Su única relación verdadera con la empresa era que a fin de mes cobraba el sueldo! Tampoco es que fuera gran cosa, mil euracos…
¿Qué son mil euracos al mes? Venga, chicos, ánimo, otra cucharada de pasta fría, que ya se acerca la hora de volver a la perrera.
«Que el asalariado admita, ante el juez, que no ha pegado nunca un sello, y luego el jefe le desmienta, no se había visto nunca»
Respecto a la chica mona de los mil euros, inaudita novedad es que al día siguiente los responsables de la empresa emitan un comunicado, según el cual no se ha producido aquí ninguna irregularidad, los procesos de contratación son rigurosos y transparentes, y que de hecho la chica no era una enchufada que jamás empuñó un bolígrafo o encendió el ordenador, por más que ella misma lo haya confesado, sino una modélica empleada que enviaba cada semana un detallado informe de las tareas que se le habían asignado y que ha cumplido a rajatabla y según las expectativas.
Caramba, esto de que el asalariado admita, ante el juez, que no ha pegado nunca un sello, y luego el jefe le desmienta y asegure que la supuesta aprovechada era en realidad Stajanov redivivo y candidata a la medalla al Mérito en el Trabajo sí que no se había visto nunca. Rebañad, rebañad, malditos, la pared de plástico de vuestras fiambreras.
Si destapar este caso le ha costado a los abnegados periodistas de este diario meses de morder y no soltar, ¿quién sabe cuántos parecidos, y más opacos, se dan en las administraciones públicas? ¿Cuál será el nivel de corrupción y de despilfarro, cuántos recursos del Estado se escurren por los desagües de la picaresca contemporánea?
Cuando me entero de esta clase de asuntos recuerdo a Horia-Roman Patapievici, autor de El hombre actual, hombre de fabulosa cultura y políticamente de convicciones liberales, y hasta ultraliberales, que entre 2005 y 2012 dirigió el Instituto Rumano de Cultura y lo hizo florecer espléndidamente. Lo conocí en Madrid mientras almorzábamos, con Ioana Anghel, entonces directora del centro rumano en Madrid, en ese sitio tan modesto y popular junto a la iglesia de San Antonio de la Florida donde dan pollo con patatas fritas (con esa austeridad ya se ganó mi respeto). Al cabo de unos meses en su país cambió el Gobierno y lo echaron del cargo a cajas destempladas, no era de la cuerda de Victor Ponta.
«Rechazar un coche al que tienes derecho legal me parece una prueba de sublime ascetismo»
Por entonces arreciaban en España otros escándalos de corrupción –no recuerdo cuáles, quizá la Gurtel-, que le resumí, los comparamos con los casos rumanos, no menos asombrosos, y Patapievici tras reflexionar un momento me dijo: «¿Sabes qué pasa? Un poquito de corrupción es inevitable, dada la naturaleza humana, y además puede ser buena para la economía. Engrasa mecanismos, acelera procesos, dinamiza, permite que se hagan cosas. Un poquito de corrupción. El problema es cuando esta adquiere dimensiones exageradas y entonces provoca precisamente lo contrario, el colapso de la economía, la quiebra de la moral social y al final la ruina del país».
A continuación añadió: «No creas que soy un cínico. Por mi cargo, equivalente a secretario de Estado, tengo derecho a un coche nuevo y, cuando tomo el avión para visitar alguna de nuestras sedes, a viajar en primera clase. Así lo dice la ley. Pero, por el contrario, yo mantengo el viejo coche, que tiene 12 años, de mi predecesor en el cargo, y viajo siempre en turista. Precisamente porque soy liberal creo que hay que ser escrupuloso con el dinero de los contribuyentes, que no tienen por qué pagar con sus impuestos las comodidades de la primera clase a un cargo público».
Ahora bien, con lo que me gustan los coches, y más si son nuevos, rechazar uno al que tienes derecho legal me parece una prueba de sublime ascetismo.
Por eso, ante la convicción de que en nuestro país la corrupción y el despilfarro, con episodios como la graciosa condonación por parte del Estado a una de sus autonomías de una deuda de miles de millones (deuda en buena parte generada precisamente en combatir al Estado y procurar su destrucción), las amnistías interesadas a toda clase de delincuentes, el repugnante culto gastronómico trimalcionesco, edificado sobre las espaldas de los comedores de pasta fría en fiambrera de plástico, la insostenibilidad económica del estado del bienestar, factores endógenos a los que hay que sumar los nuevos retos y gastos que plantea la traición de los Estados Unidos a Europa, entre los cuales no será el menor el aumento del gasto militar… creo que es urgente una nueva mentalidad de severo ahorro, de vuelta al orden; la fiesta tiene que acabar.
«Tenemos en España 17 parlamentos y gobiernos, para que cuando haya una tromba de agua nadie esté al mando»
Para ello, le concedería de inmediato la nacionalidad española a Horia-Roman Patapievici, y de inmediato le nombraría ministro del Ahorro. Que escrute por dónde se tira el dinero de los contribuyentes y le ponga remedio. Que ayude a generar una nueva mentalidad de responsabilidad y contención.
¿Sería una contradicción postular la creación de un nuevo ministerio donde ya hay 23? No, porque al mismo tiempo se podrían suprimir de un plumazo, sin que se perdiera gran cosa, el de Política Territorial y el de Igualdad.
Pero a saber qué diría Patapievici cuando supiera todo eso que he contado párrafos arriba, y constatase que tenemos en España 17 parlamentos y gobiernos, cada uno con sus consejerías y asesores y coches oficiales y delegaciones, y diputaciones y otras instituciones que se solapan –todo para que cuando haya una tromba de agua nadie esté al mando-, y un montón de televisiones públicas, todas deficitarias y algunas como TVE que mientras pide rescate contrata un montón de consejeros a 105.000 euros per cápita más dietas y desplazamientos… etc, etc.
Supongo que antes de 48 horas Patapievici dimitiría.