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Pablo de Lora

El 8-M, el tsunami y el feminismo amazónico

«Consagrar el derecho penal de autor e incrustar en el ordenamiento jurídico las asimetrías positivas arrastra al feminismo al sumidero como aspiración igualitaria»

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El 8-M, el tsunami y el feminismo amazónico

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es bien conocida la imagen de las olas para explicar los avances del movimiento feminista. Quizá sea ya hora de que empecemos a escudriñar el destrozo de lo que, al menos en los últimos años, no puede sino describirse como un tsunami. En el corazón del feminismo como movimiento político y como propuesta teórica, latían, y siguen latiendo, nobles ideales, pero me temo que el zombi de ocasión en el que se ha convertido desprende olor a Clostridium. Qué mejor ocasión que este nuevo 8-M para hacer un rápido examen forense.

El año 2018 marcó un punto de inflexión en la celebración de una jornada reivindicativa que, tradicionalmente, estuvo vinculada al obrerismo. El espíritu de Clara Zetkin y el recuerdo de las 129 trabajadoras que murieron en el incendio de la Cotton en Nueva York, presidió la celebración del 8-M en España durante muchos años –«Día internacional de la mujer trabajadora» se denominaba–, aunque asuntos puntuales, especialmente decisivos para la vida de las mujeres, controvertidos y divisivos (verbigracia: el aborto) marcaron la reivindicación y también la discordia en el seno del feminismo en algunas de aquellas convocatorias. Hoy, como se sabe, lo hacen la abolición o regulación del trabajo sexual, la gestación por sustitución y la inclusión de «lo trans», entre otros asuntos.

En ese año de 2018, como apuntaba, el 8-M consistió en una huelga en la que se trataba de demostrar que sin las mujeres «se paraba el mundo». Aunque a esa reivindicación transversal se acompañaron otras muchas de variado jaez –una huelga de consumo, la despatologización de la vida de las mujeres (sic), la implantación de una educación pública, laica y feminista, el fin de la guerra y de la producción de material bélico, por citar solo unas cuantas– humeaba un indisimulado anticapitalismo y las trazas y ecos de la llamada «ética de los cuidados», una posición esquizofrénica, pues, al tiempo que denuncia la socialización que se impone a las mujeres desde que nacen –reproducir la vida y ocuparse del bienestar de su familia en la esfera privada–, eleva y glorifica esas mismas atribuciones como virtudes que, siendo característicamente femeninas, han sido orilladas por un heteropatriarcado ínsitamente capitalista y colonial.

A pesar de que en el manifiesto del 8-M del 2018 se insistiera en la «diversidad» de las mujeres, fue, en esencia, la movilización del feminismo de y para unas mujeres, pero no el de, y para, las mujeres o para la ciudadanía en su conjunto, es decir, para todos aquellos que, aun abrazando el postulado igualitario básico del feminismo, tuvieran otras formas de concebir la mejor manera de organizarnos socialmente. Las mujeres del partido Ciudadanos lo experimentaron en sus propias carnes en las calles de Madrid.

Y así ocurría por supuesto también con los varones, con todos, fueran aliados o enemigos reaccionarios, a quienes, en un ejercicio con su toque grotesco, se nos instó a hacer lo que supuestamente nunca hacemos ninguno –cuidar de los demás– en una suerte de cobertura de servicios mínimos de la huelga de ellas.

«La ley del ‘solo sí es sí’ se aprobó sobre un fundamento que, por mucho que fuera repetido, no dejaba por ello de ser menos falso»

En una conversación emitida días después entre la conocida jurista y exeurodiputada de Podemos, María Eugenia Rodríguez Palop y Juan Carlos Monedero en el programa En la Frontera, aquella ejemplificaba la «revolución feminista» que había supuesto ese 8-M con la experiencia –«muy bonita y transformadora», decía– de los hombres teniendo que organizarse –por supuesto de manera torpe– en «puntos de cuidados» para entre todos «cuidar a los niños» y no así para «ir a jugar al fútbol» o «de copas». Fue esa una entrevista en la que también hubo tiempo para hablar de micromachismos, el de los piropos y los babosos, y Monedero, por si no nos quedaba claro, nos planteaba qué diríamos si un hombre joven, becario, fuera masajeado por su jefa de 50 años sin venir a cuento. Verlo hoy estremece.

Pocos meses después se conoció la sentencia en el caso de la manada, y la violencia sexual fue un combustible inmejorable para mantener y ampliar la llama. En la célebre convocatoria de 2020, a las divisiones de otros años se añadió la querella interna en el seno de la coalición de Gobierno PSOE-Unidas Podemos por el protagonismo que adquiría la entonces ministra de Igualdad Irene Monero impulsora de la ley de libertad sexual (la conocida ley del sólo sí es sí) frente a las reticencias de la vicepresidenta Carmen Calvo que pocos días antes de la gran manifestación, cuando ya se tenían noticias de China e Italia, insistía en que debía acudirse a la convocatoria porque a las mujeres «les iba la vida en ello». Para muchas, y muchos, se cumplió la profecía, aunque en un sentido bien distinto y no menos trágico.

La ley del solo sí es sí se aprobó a la postre sobre un fundamento que, por muchas veces que fuera repetido –con la ley se ponía finalmente «el consentimiento de las mujeres» en el centro– no dejaba por ello de ser menos falso. Entró en vigor con la sospecha bien fundada de que produciría un efecto no deseado (la rebaja de las penas a quienes hubieran sido condenados por delitos contra la libertad sexual) y así empezó a ocurrir en un goteo incesante de casos; una ley nacida como respuesta a la injusta aplicación del Código Penal en el caso de la manada, ha acabado posibilitando la disminución del tiempo en prisión que pasarán algunos de los protagonistas de ese episodio. La culpa, como saben, la tiene la justicia patriarcal que sigue imperando.

Y lo cierto es que las penas previstas para los delitos contra la libertad sexual eran, en términos relativos, altas, altísimas incluso, y, por tanto, ese efecto de rebaja bien podría haber sido defendido. Pero del populismo punitivo en este ámbito el feminismo no se libra (un año de cárcel pide ahora la fiscal por el pico de Rubiales) y tampoco la oposición, que acudió al rescate de un Partido Socialista que era tan responsable del desaguisado como su principal protagonista, la ministra Montero y su equipo.

«Gracias a la ‘ley trans’ se ha producido un incremento en el número de personas que han modificado la mención de su sexo»

Hoy su sustituta Redondo musita un perdón, pero sin atisbo de agradecimiento al PP por haberles sacado las castañas del fuego. Redondo sí celebra en cambio la conocida como ley trans, una ley que Calvo dijo en público y en privado que no sería aprobada y frente a la que no votó finalmente en contra (se abstuvo), y gracias a la cual se ha producido un espectacular incremento en el número de personas que han modificado la mención de su sexo: hombres que han dejado de ser violentos peones del patriarcado por la gracia del asiento registral. El fraude, según Redondo, no llega al 1% aunque nadie, ni siquiera ella, sabe en qué podría consistir el uso fraudulento de una norma que no exige más que la mera voluntad para ser hombre o mujer.

Hoy, como en 2018, sigue urgiendo reivindicar el feminismo «amazónico» que se atrevieron a poner en circulación, contra todo pronóstico y contra todo viento, marea y ola un grupo de destacadas mujeres, representantes públicas y profesionales de variados ámbitos, en un texto –No nacemos víctimas– en el que se rebelaban «… contra esa política de identidad que nos aprisiona en un bloque monolítico que niega la individualidad».

Esa política es la que permite rebajar hasta límites inauditos las exigencias de la presunción de inocencia, consagrar el derecho penal de autor e incrustar sine die en nuestro ordenamiento jurídico las asimetrías y discriminaciones positivas es la que alimenta la pira de las justas causas de los Francesco Arcuri de este mundo, y con ellos y sus circunstancias, arrastra hasta el sumidero la mejor divisa del feminismo como aspiración igualitaria, la síntesis inmejorable que puso en circulación Simone de Beauvoir: «La biología no debe ser destino».

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