The Objective
Jorge Vilches

La trola de la sororidad

«No hay sororidad porque las mujeres son personas, como los hombres, que se odian y combaten entre sí, que se critican y empujan, que se mienten y compiten»

Opinión
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La trola de la sororidad

Ilustración de Alejandra Svriz

El feminismo ha derrapado tanto por culpa de que el wokismo se haya convertido en el dogma oficial que la pregunta ya no es qué es una mujer, sino qué es el feminismo. Hay colectivos de feministas eugenésicas que quieren que en la Humanidad futura solo haya mujeres. Otras que toleran a los hombres si están bien adiestrados. También están las que piensan en la venganza de las mujeres «colonizadas» -indígenas americanas y africanas- contra las mujeres occidentales. 

Las hay que ven a las mujeres como un sujeto revolucionario frente al capitalismo patriarcal para imponer el socialismo. Están aquellas que piensan que cualquier persona es una mujer si así lo proclama aunque porte pilila, y están las que tiran de biología y exigen un certificado médico. No faltan las que solo quieren una cuota. Todas se odian entre sí. De hecho, si se llevaran bien, como UGT y CCOO, harían una manifestación conjunta. 

Dicen que este 8-M se manifiestan contra la «ultraderecha», en especial, contra Trump. Su mantra es que el estadounidense va contra los «derechos de las mujeres». ¿Qué mujeres? ¿Las biológicas o las testimoniales? Ahí no se ponen de acuerdo. Tampoco las norteamericanas, porque el 44% de las mujeres que votaron lo hicieron por el histriónico republicano. Además, el argumento hace aguas. Las que mandan en la «extrema derecha» alemana, francesa e italiana son mujeres. ¿Mujeres recortando sus derechos? No se entiende, porque Alice Weidel está casada con una mujer y tiene dos hijos, Le Pen es partidaria del aborto, y Meloni pone firmes a todos. Debe ser que a esas mujeres les falta un despertar a la conciencia de género. 

Tampoco parece que Weidel, Le Pen o Meloni hayan encubierto a hombres que maltrataron a mujeres, intentaron abusar de ellas sexualmente, o contrataron prostitutas por catálogo. Sin embargo, sabemos que ocurrió en el PSOE, Sumar y Podemos, los tres partidos que convocan a manifestaciones feministas. Así, mientras hablaban de los «derechos de las mujeres» callaban que sus conmilitones eran unos machirulos abusadores, unos señoros despreciables, o básicamente tipejos de costumbres prostibularias. Esas defensoras de las mujeres permitieron que se recortaran en la práctica esos «derechos» para no dañar al partido. 

En realidad, no hay sororidad. Ha muerto este concepto inventado para diferenciarlo de fraternidad, y que servía, al estilo marxista, para colectivizar a las mujeres que tomaran conciencia de sexo. Cuando los socialistas dominaban la retórica eran los obreros los que debían tomar conciencia de clase para la guerra contra la burguesía. Con estas feministas, son las mujeres las que deben ver la sociedad como un campo de batalla entre dos bandos: hombres y mujeres. Pero qué colectivos son esos. ¿No son mujeres las dirigentes de la extrema derecha europea? ¿Dónde quedan los hombres que se declaran mujeres? ¿Y las personas no binarias? 

«Las convocantes llegarán a la manifestación y se irán en coche oficial mientras las manifestantes irán en metro»

Es un sinsentido y una mentira. Las convocantes llegarán a la manifestación y se irán en coche oficial mientras las manifestantes irán en metro, codo con codo, oliendo el sudor de sus hermanas. Las Belarra, Montero, Yolanda Díaz, Begoña Gómez y demás parranda irán luego a comer a un buen restaurante, mientras su servicio doméstico limpia la ropa de la mani, la dobla y la guarda para el próximo 8-M. Las otras, las figurantes, tendrán su clásica comida de currante en el bar del barrio o en casa.

El feminismo, en plural si quieren, se les ha ido de las manos. No creo que nadie sea contrario a la igualdad ante la ley y en la vida social y pública. Todo liberal quiere que los mejores, con independencia del sexo o la orientación sexual, tengan reconocimiento y justicia. El resto es un embuste para el rebaño, un clásico de los movimientos sociales donde la oligarquía de la organización tiene una calidad de vida con la que solo pueden soñar quienes siguen sus consignas. 

Aunque el asunto está cambiando. Los jóvenes piensan que esos feminismos están de la olla, que se les ha ido la pinza, que se pasan de frenada y que perjudican a los hombres por serlo tanto como a las mujeres que no tragan el dogma. 

«A la hora de la verdad, esa consigna de pertenencia al mismo colectivo biológico-sentimental no funciona»

Ese rechazo no es misoginia, como dice algún tarado de la extrema izquierda. Ahora va a resultar que las mujeres jóvenes que no son de izquierdas son misóginas. Es difícil practicar la misoginia cuando el concepto de mujer tiene un contenido discutido y discutible. Pasar de esos feminismos disparatados no es odiar a las mujeres, es liberarse del adoctrinamiento y ser rebelde, que es lo que toca a esa edad. Si una parte considerable de los jóvenes, el 60% de los hombres y el 43% de las mujeres, no asume esos feminismos es porque los encuentran contradictorios y obligatorios, y eso desconcierta a cualquiera. Negarse sí es despertar de la anestesia que pretenden los hipócritas. El «no es no» también debería valer para la ingeniería social. 

Vuelvo al principio. No hay sororidad porque las mujeres son personas, como los hombres, que se odian y combaten entre sí, que se critican y empujan, que se mienten y compiten por el mismo puesto, que se engañan a la cara y por detrás. A la hora de la verdad, esa consigna de pertenencia al mismo colectivo biológico-sentimental no funciona. ¿O es que Belarra y Montero no odian a Yolanda Díaz y viceversa? ¿No es cierto que el 90% de su tiempo lo pasan pensando en cómo hundirse unas a otras? ¿O es que Carmen Calvo no desprecia a esas tres, que a su vez no aguantan a la exvicepresidenta? ¿Y es que estas cuatro no repudian a Ayuso, y a las tres europeas mencionadas arriba? Pues ya está, que diría el esposo de Begoña Gómez.

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