Yo sí te creo, hermano Trump
«Durante el primer mandato de Trump, Hollywood le afeó sistemáticamente su política de inmigración, sus maneras y sus hechuras. ¿Qué ha sido de la dignidad de quienes necesitaban ser defendidos por las rutilantes estrellas de Hollywood?»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Debo confesar que, año tras año, tras conocer la lista de películas premiadas por la Academia de Cine, los Oscar, y comprobar el mayor o menor tino que tuve en mis pronósticos (lo siento, ya no aguanto despierta una gala más) me sumerjo en el ambiente que se respiró en el transcurso de la ceremonia, las reivindicaciones de actores y actrices que suben al escenario y lanzan sus consignas al mundo que les sigue, si bien es cierto, más por sus dotes interpretativas que por sus aportaciones ideológicas. Pero, en esta ocasión, por más que me zambulla en mis ratos libres en la grabación de la gala, no logro dar con un atisbo de crítica procedente del colectivo de actores y actrices, tan activos como estuvieron en otra época contra el presidente de EE.UU. y sus políticas.
Desde luego, motivos no les faltaron en esta ocasión, para afear a un hiperactivo Trump siquiera uno de sus anuncios, decretos y polémicas acciones gubernamentales. Pero oye, ni un ruidito…
Bueno, siendo extremadamente puntillosos, hay que reconocer que la actriz Daryl Hanah, soltó un aislado Slava Ukraini (Gloria a Ucrania) y tal vez podríamos interpretar que la elección de la película ganadora, Anora (una suerte de Pretty Woman, en sus inicios, con trabajadora sexual y el hijo del malo malísimo oligarca ruso, enamorados… ahí me quedo por no hacer spoiler), donde los buenos son buenos y los malos, malísimos… ¡y rusos!, es una crítica implícita a las «amistades peligrosas» de Trump y a su «idilio» con el presidente ruso, Vladímir Putin. Tal vez por ello, el conductor de la ceremonia, Conan O´Brien, estuvo al quite y soltó el comentario más audaz de la jornada cuando apuntó que «los estadounidenses están entusiasmados al ver, por fin, a alguien que hace frente a un ruso» ¡Qué tiempos aquellos en los que Rocky Balboa le partía la cara a un boxeador ruso, más alto, más guapo y más fuerte que él, pero ruso y «malo», el malo de la película!
“¿Será que las estrellas temen que se apague su brillo si le tocan las narices, no ya a Trump, sino a todos aquellos poderosos que hoy le bailan el agua al mandatario estadounidense?”
Durante el primer mandato de Donald Trump, los actores y actrices de Hollywood hicieron uso de su libertad de expresión para afearle sistemáticamente su política de inmigración, sus maneras y hasta sus hechuras. ¿Qué ha sido de ellos, de su dignidad y de la de quienes -decían entonces- necesitaban ser defendidos por las rutilantes estrellas de Hollywood?
En esta ocasión, material para la crítica no les faltaba: la misma política migratoria… ¡y dos huevos duros!, la reciente condena contra el presidente estadounidense por el caso Stormy Daniels (la actriz, pero de cine porno…) a la que, según sentencia, sobornó con el pago de 130.000 dólares, a través de facturas falsas y otras chapuzas contables, su nueva política arancelaria y el uso de la misma como elemento de presión y «golpe en los nudillos» a todo aquel país que no se pliegue a su voluntad en cualquier otra materia y ¡qué decir de su declaración de guerra en su discurso de investidura a las políticas transgénero!, al abolirlas de un plumazo o, según ciertos yonquis de la polémica, confundir sexo con género cuando dijo: “A partir de hoy, la política oficial del Gobierno de Estados Unidos será que sólo hay dos géneros, masculino y femenino“.
Que nadie se llame a engaño, aunque la actriz, primero encumbrada y posteriormente lanzada a los infiernos de la cancelación, Karla Sofía Gascón, estaba allí, no era su momento, ni su día, ni mucho menos su oportunidad de levantar la voz, desde el rincón donde la escondieron. Incluso allí podrían haberle llovido piedras por osar abrir la boca, condenada socialmente como está, por «bocazas» y por políticamente incorrecta. Pero nadie, absolutamente nadie, dijo esta boca es mía.
¿Será que las estrellas temen que se apague su brillo si le tocan las narices, no ya a Trump, sino a todos aquellos poderosos que hoy le bailan el agua al mandatario estadounidense? ¿Será quizás que la presencia de personas como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, amén de Elon Musk y Murdoch, y una larga lista de poderosos y «arrimados» les ha sobrecogido hasta el punto de llevarles a temer por su pan y su bienestar? Tal vez han optado por hermanarse a la cofradía del silencio. Cosas veredes…
En estos días de catarsis y recomposición de la figura, Meta, la empresa que fundó y actualmente dirige Zuckerberg, ha decidido (casualmente, por supuesto) modificar su regulación de los discursos de odio que afectan a los colectivos LGTBI+ y las mujeres. Así, se aceptará que se les tache de «enfermos mentales» o «anormales» a los primeros, en ciertos debates, mientras que se admitirán también apelaciones a las mujeres como «objetos del hogar» o «propiedad», en aras de la «libertad de expresión», según defiende la empresa Meta. Gracias, Zuckerberg, por este «presente» que nos has dejado en vísperas de un nuevo 8-M de profunda discordia y enfrentamiento, entre tanto «feminismo woke» y «feminismo auténtico». Tal vez retrocesos como este obren el milagro de la resurrección entre colectivos feministas hoy dispersos en otras batallas.
No parece que, hasta el momento, ese cambio regulativo en Meta haya causado reacción ni rechazo masivo alguno. Igual que los actores de Hollywood… ¡Silencio, se rueda!
Démonos con un canto en los dientes si no acabamos viendo y escuchando a quienes jamás hubiésemos creído gritar «¡Yo sí te creo, hermano Trump!».