Trump y la total incertidumbre
«Sí hay una certeza: vamos a extrañar el valiente viejo mundo que se extingue delante de nuestra mirada»

Ilustración: Alejandra Svriz.
El orden liberal al que Donald J. Trump le ha declarado la guerra –desde la misma oficina oval que lo encabezaba–, fue el responsable de salvar a Europa del fascismo y el nazismo y de su reconstrucción tras la guerra, de la creación de la ONU, del nacimiento del Estado de Israel, de la descolonización de África, de derrotar a la Unión Soviética y liberar a sus viejos satélites como polo victorioso de la Guerra Fría, de integrar a China al orden mundial, de llevar a la práctica real la igualdad entre hombres y mujeres, del estado laico, de la liberalización de las costumbres, de la libertad de comercio y de mercado que ha provocado el periodo de la historia humana de mayor libertad y prosperidad. Esta es su lista de haberes principales. La lista de deberes también es larga, pero todos condicionados por la laxa moral que impone la guerra: la destrucción sin fines bélicos de las ciudades alemanas al final de la guerra, las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki y las taras de la Guerra Fría, como la guerra de Vietnam o el apoyo a siniestras dictaduras militares en América Latina.
Un orden que combinaba poder duro, como bases militares en los cinco continentes, una aviación indisputada, paraguas nuclear para los aliados en peligro inminente (Alemania Federal, Corea del Sur, Taiwán y Japón), con poder blando, en donde el cine, la cultura deportiva y del espectáculo convirtió el modelo de vida americana a todo el mundo, lo cual incluía la crítica y la burla más despiadadas. Fue un orden que venció a sus enemigos en el campo de batalla y que intentó integrarlos en tiempos de paz y que tuvo su cierre simbólico perfecto con la caída del Muro de Berlín y el brillante ensayo, perfectamente mal entendido, sobre el fin de la historia, es decir, sobre el fin de un modelo alternativo. Francis Fukuyama se equivocaba, lamentablemente.
La historia nunca está escrita y sí había un modelo alternativo, el iliberalismo. En el interior del mundo liberal, los dos extremos derrotados, el fascismo y el comunismo, se han reconvertido en opciones falsamente democráticas con una agenda contra los valores que precisamente les permitieron reciclarse, como gemelos antagónicos. El fascismo convertido en extrema derecha y sus valores decimonónicos sobre el patriotismo, la nación doliente, las fronteras cerradas, los aranceles. Y la izquierda radical, mutando el sujeto histórico de la lucha de clases a la lucha de identidades y sus bolsas de víctimas eternas. Por fuera del orden liberal, la KGB y su afán de revancha, que encarna Putin; el islamismo, nuevo y violento actor contra la modernidad liberal, y la China comunista, convertida al más feroz de los capitalismos de Estado. Sobre este frágil orden de cosas, llega Trump y hace saltar el sistema por los aires.
«¿Será inevitable una escalada nuclear? ¿Habrá una guerra comercial mundial? ¿Será desmantelada la OTAN? ¿Renacerá el peligroso nacionalismo en Europa? Preguntas todas ellas urgentes y sin respuestas claras, salvo el sapo, cada vez más grande, que tienen que tragarse cada día los «patriotas» europeos»
Trump –de cuya personalidad hablé ya en este espacio– es mucho más peligroso hoy que hace ocho años. Cuando llegó al poder en 2016, por una carambola irresponsable del Partido Republicano y por la pésima campaña de Hillary Clinton, era un outsider que no tenía cuadros políticos y que tuvo que recurrir a profesionales de su partido que, por muy radicales que fueran, no dejaban de representar una serie de valores liberales compartidos por el estamento de Washington, incluidos las alianzas internacionales de Estados Unidos y los contrapesos del sistema democrático.
Ahora es distinto. Primero, por ser superviviente de un intento de asesinato: su vida, que era una lucha a cara de perro por no acabar en la cárcel, tiene ahora un aura mesiánica (sobrevivió por ser el abanderado de una misión). Segundo, porque ha tenido cuatro años para planear su venganza contra el sistema político que lo expulsó del poder y al que trató de subvertir con el asalto al Capitolio. Tercero, porque ya no necesita a los políticos de su partido. Tiene detrás a un grupo de fanáticos con inmenso poder económico, tecnológico y de comunicación que lo apoya sin reservas; muchos de ellos, creyentes en las más paranoicas de las teorías de la conspiración, esa rama de la ciencia ficción americana que, gracias al humus de la pandemia, ha llegado al poder. Y cuarto, porque tiene tontos útiles en el mundo internacional que le ríen las gracias cuando su único plan pasa por imponer lo que él cree que son los intereses de Estados Unidos.
El ataque a las instituciones democráticas de su país ha sido despiadado. Despide a funcionarios neutrales y nombre alfiles en los órganos reguladores, de la Comisión Federal de Comunicaciones a la Administración de Alimentos y Medicamentos, pasando por la Agencia de Protección Ambiental o la Comisión Nacional de Energía. También ha nombrado a inspectores federales dentro de sus acólitos, debilitando el cumplimiento normativo y la aplicación de la ley en sectores clave, como el energético. Ha nombrado a leales sin credenciales profesionales en puestos fundamentales de su gabinete, como el Departamento de Salud y Servicios Humanos y el Departamento de Educación. La persecución judicial de los opositores o rebelde ha iniciado, así como la depuración del FBI y las fuerzas armadas. Las amenazas y despidos en todo el aparato público de Estados Unidos son alarmantes y están en manos de los spin doctors de Elon Musk.
Con todo, el daño es en el exterior. La reputación mundial de Estados Unidos, como socio, aliado o guía, ha terminado. Y podría ser irreversible, como ya acusa Wall Street, farol del primer gobierno de Trump y ahora en estado de alerta roja.
La traición personal a Zelenski y militar a Ucrania, en el Despacho Oval, sumando a la prensa cómplice, inaugura un nuevo mundo, sin reglas compartidas, en una desnuda lucha por el poder de cada país o bloque. ¿Será inevitable una escalada nuclear? ¿Corea del Sur, Japón y Alemania buscarán tener la bomba como última línea defensiva? ¿China atacará Taiwán y Rusia a Moldavia? ¿Habrá una guerra comercial mundial? ¿Atará Israel su destino al de un veleidoso y cambiante Trump? ¿Intentará de verdad adueñarse de Groenlandia? ¿Será desmantelada la OTAN? ¿Renacerá el peligroso nacionalismo en Europa? ¿Terminará el tratado de libre comercio entre Canadá, México y Estados Unidos? Preguntas todas ellas urgentes y sin respuestas claras, salvo el sapo, cada vez más grande, que tienen que tragarse cada día los «patriotas» europeos. Sí hay una certeza: vamos a extrañar el valiente viejo mundo que se extingue delante de nuestra mirada.