La atracción del mal
«Nada tiene de extraño que en la crisis de Ucrania coincidan el izquierdismo y la extrema derecha para constatar la impotencia de la democracia y de Europa»

El líder de Rusia, Putin. | Ilustración de Alejandra Svriz
En el último siglo, sobran las ocasiones en que las acciones más criminales de un Estado gozaron de buena acogida. Ocurrió con la persecución de los judíos por el nazismo, más tarde con los procesos de Moscú y con el Gulag, en un sentido, con la guerra de Vietnam en el opuesto, y ahora está sucediendo con la invasión rusa de Ucrania.
En principio, el fondo de la cuestión no debiera ofrecer dudas. La Ucrania presidida por Zelenski había tomado con decisión el camino de integración en Europa, pero no estaba integrándose en la OTAN. Lo esencial es que Putin consideró siempre, como hiciera su ideólogo de cabecera Alexander Dugin, que la existencia de Ucrania era inaceptable, ya que formaba parte de Rusia según su visión de la historia. Además, Ucrania era una pieza fundamental en la reconstrucción para Rusia del espacio de dominio de la antigua URSS. Así que la invadió en febrero de 2022, con la expectativa de acabar pronto la tarea.
Pero Ucrania resistió, venció en la primera gran batalla de la defensa de Kiev, recuperó Jersón, y con la doble ayuda de los Estados Unidos y de la UE, pudo sostener una guerra de independencia que, a costa de muchos miles de muertos (suyos y rusos), dura hasta hoy. Consecuencia: la paz es altamente deseable, necesaria, pero siempre manteniendo lo que queda de Ucrania en democracia y fuera del alcance de una represión criminal. Para ello, obviamente, hay que frenar las aspiraciones de Putin que no son otras que la destrucción del país o su sumisión absoluta.
Es más, vista la tragedia desde Europa, carece de recibo la actitud egoísta de abandonar a Ucrania, porque Vladimir Putin ofrece demasiados datos sobre su estrategia de “imperialismo de restauración», como le califica Macron, para pensar que triunfante en Ucrania no se va a detener ahí. Ha reconquistado ya Georgia y le esperan Moldavia, Rumanía y los Países bálticos.
Lo curioso de la situación es que al lado de Putin hasta ayer, y de la alianza Trump-Putin hoy, se alinean, y con los mismos argumentos, portavoces de posiciones extremas y enfrentadas hasta hoy. Argumentos tienen pocos; determinación y descalificaciones les sobran.
“Tenemos de nuevo a Pablo Iglesias recitando su letanía a favor de Putin y en contra de la democracia, de Europa y de Occidente”
Ahí tenemos de nuevo en primera fila a Pablo Iglesias, esgrimiendo como siempre un aparente realismo político, de maquiavelismo ramplón disfrazado de “geopolítica”, para recitar su letanía a favor de Putin y en contra de la democracia, de Europa y de Occidente. El hombre ha hecho su fortuna política con esas ideas de base, presentadas como sucesión de falsas evidencias, y no va a cambiar ya. El truco reside en que está muy bien describir el sentido y las implicaciones de la “geopolítica” de Trump o de Putin, pero otra cosa es que el analista las asuma acríticamente como propias, convirtiéndose en cómplice.
Así que la actitud de Trump, aplastando a Zelenski, en la entrevista de la SER, es para él algo natural, geopolítica pura, desvaneciéndose la culpabilidad y las implicaciones de la invasión rusa. Lo que cuentan son los muertos causados por una resistencia vituperable (regla de tres que ya formuló en su día Serrano Suñer contra la República por resistir al alzamiento). Un pacifismo de rendición incondicional, que para Iglesias, debió forzar la UE en 2022.
Zelenski y la UE pasan a ser simples instrumentos manipulados por Joe Biden, de manera que por efecto de la derrota inevitable Europa quedará justamente “humillada” (término en el que PI se recrea). Su entrevista a la SER sobre el tema es todo un recital de falsas evidencias, apoyadas en medias verdades, un verdadero muestrario de su pensamiento. ¿Cuándo fracasó Europa? En 1973, anuncia sin razonar, al admitir a Inglaterra: lo dijo De Gaulle. Luego al integrar a los países de Europa del Este, “satélites” USA: connotación, ya le tenemos refrendando a Putin en algo esencial. Y Europa debió elegir “la paz”: por algo Russia Today, en vísperas de la invasión, celebraba ampliamente la sintonía anti-OTAN en un amplio reportaje sobre Podemos.
Entra en juego a continuación el politólogo realista para valorar la actitud de Trump frente a Zelenski: a su juicio, en las relaciones internacionales, solo cuentan las relaciones de fuerza. Los principios de la ONU sobran. De la invasión rusa, ni palabra: Iglesias ve las cosas desde la acera de enfrente y golpea por la espalda. En línea una vez más con el viejo “pacifismo» prosoviético, lo suyo es la defensa de “la Paz». Pensar en la resistencia desde una soberanía nacional agredida, carece de sentido: solo sirve para causar muertos. En cuanto a Europa, inferior y culpable: “Es una provincia subalterna de los Estados Unidos”, a la que además se reprocha albergar bases americanas, tal vez concesión perniciosa e inútil. Para nuestro hombre es claro: nadie amenazaba ni amenaza hoy a la Europa democrática. La alianza atlántica no debió existir, no aporta nada a ninguno de sus componentes, aunque reaparece en el discurso de Iglesias para declarar que Europa sola no puede actuar militarmente: luego de algo servía.
“Nuestro valedor de Putin desestima que en esta crisis Europa pueda esgrimir la defensa de la democracia”
Para rematar la faena, nuestro valedor de Putin, desestima que en esta crisis Europa pueda esgrimir la defensa de la democracia, ya que acudiendo a que el Pisuerga pasa por Valladolid, resulta descalificada tal pretensión por el apoyo a Israel. Apostilla: Pablo Iglesias da por supuesto que el Gobierno español puede mandar soldados “a morir en Ucrania”, y aquí se disfraza de demócrata y exige que el gobierno se lo explique al pueblo. No importa que ahora no se trate de tal eventualidad y que en todo caso sería una misión de paz, al cesar la guerra, pero para el discurso demagógico nada sobra.
Como ejercicio de propaganda de una causa impresentable, incluido el manejo de los gestos y la voz, la declaración de Pablo Iglesias es magistral. Otra cosa es el contenido, que sustituye el análisis de lo sucedido por una valoración dictada por su opción ideológica y por unos veredictos fijados de antemano, a favor de Rusia y contra Ucrania, la OTAN y Europa. Resumibles en tres puntos muy claros.
Primero, denuncia de la resistencia de Zelenski y culpabilización por no haber elegido de entrada “la paz» frente a Putin (es decir, rendirse antes de la invasión). Segundo, denuncia del papel de Estados Unidos como director en la sombra del conflicto, hasta que por su realismo político Trump abandona a “la provincia subalterna” que es Europa. Tercero, diagnóstico inapelable sobre el fracaso de Europa, sobre su impotencia económica y militar, y denuncia de su apoyo a Ucrania, implícitamente además, por no haber evitado la guerra. Al lado de estas tres sentencias, de defensa de la democracia, nada. Pablo Iglesias se recrea en “la humillación””de Europa, también al pronunciarse desde su propia TV. En realidad, quien de veras se humilla es el mentor de Podemos, defendiendo lo indefendible, y sobre todo, sin el coraje de hacerlo abiertamente.
Una vez más queda de relieve la cobardía de Podemos a la hora de exhibir sus planteamientos reales. Por algo han borrado cuidadosamente de la red aquellos documentos que ponían de relieve su ideología hasta 2014. Ahora se trata de encubrir su apuesta pro-rusa, exhibiendo el supuesto pacifismo de origen soviético que condena la acción del agredido y olvida al agresor.
«En la condena de la resistencia ucraniana en nombre del pacifismo coinciden los ‘progresistas’ a la izquierda del PSOE»
Por supuesto, en esta condena de la resistencia ucraniana en nombre del pacifismo coinciden los “progresistas” alineados a la izquierda del PSOE, y también los autodesignados demócratas rusos que entre nosotros atacan por ese flanco al estar muy feo confesarse nacionalistas pro-Putin. En cuanto al amplio espectro del progresismo, que cierra los ojos ante las represiones de Maduro, Castro y Ortega, todo sigue la pauta de siempre: aplicar a la crisis la tradicional oposición a los Estados Unidos como fuente de todo Mal (salvo si como ahora sucede, se alía con Putin).
Poco ha cambiado tampoco desde que lo explicara Lenin hace más de un siglo: el izquierdismo anuncia el objetivo de una transformación radical sin atender a las circunstancias concretas en que se mueve la política. Todo es fácil de palabra, como en la propuesta de “nueva transición” por Pablo Iglesias, tras el éxito de las europeas de 2014. Se saltaban dos obstáculos, y asunto resuelto. Primer mal a superar: el acuerdo de las élites que hizo posible la Transición. “El candado de la transición”. Ignora el papel jugado entonces por los trabajadores, salvo para condenar su reformismo -y en especial el “eurocomunismo”, como si los pactos de la Moncloa no hubiesen sido necesarios, Segundo, para el presente de 2014, “el fracaso incontestable de las políticas de austeridad”, cuando el fracaso había sido el de la huida hacia adelante económica de Zapatero. Las falsas evidencias eran una vez más el instrumento privilegiado para el demagogo.
En definitiva, los juicios están siempre dictados, no por el análisis, sino por la finalidad que persigue su emisor. Nada tiene de extraño que Podemos y sus dirigentes se hayan movido una y otra vez en la esfera del autoengaño y en el de sus seguidores. La historia del sí es sí, el vergonzoso olvido por UP del apartheid de género en el islam (sobre todo en Irán y Afganistán), o la distancia abismal entre proclamas y hechos de sus dirigentes en esa misma cuestión, son ya la seña de identidad fallida del movimiento y de su líder. El apoyo también vergonzante a Putin es su último ejemplo. Estamos ante un “progresismo” que solo necesita la palabra para legitimarse, cerrando los ojos ante la realidad. Y Sumar le imita, con la variante clarificadora de IU: Enrique Santiago no necesita esconderse para dejar clara cuál es su militancia.
Nada tiene de extraño tampoco que en su valoración de la crisis de Ucrania, coincidan el izquierdismo y la extrema derecha, animados ambos por una coyuntura propicia para constatar la impotencia de la democracia y de Europa. Los truenos de Trump y de Vance han servido, dicen, para despertar a los españoles y a los europeos de sus falsos sueños, para recordarles, me decía uno, de que “tienen que ponerse las pilas”. El decisionismo bélico de Putin, su nacionalismo visceralmente antioccidental y su eliminación de todo residuo democrático en Rusia, han atraído lógicamente a nuestros ultras, como a los de otros países europeos, que ya llevan años recibiendo los cantos de sirena del ruso, con visitas -personales, incluso en el pasado a Madrid- de su ideólogo Dugin.
“No se entiende que si los militantes de Vox son tan nacionalistas acepten un proteccionismo yanqui y el antieuropeísmo de Trump”
Lo que no se entiende bien es que si los militantes del área Vox son nacionalistas españoles a ultranza, como ellos dicen, acepten ahora con entusiasmo un proteccionismo yanqui y un antieuropeísmo como el de Trump. tan costosos para nuestro país. Su MEGA debe leerse como MEHA, Make Europe Hungry Again. Tampoco se entiende bien que nacionalistas tan acendrados condenen a Zelenski, que lucha desesperadamente por la supervivencia de su patria. Salvan este inconveniente aduciendo que el ucraniano es una marioneta en manos de la América liberal y atlantista que Trump viene a redimir.
Así que estamos ante una triple condena de la resistencia ucraniana, de la alianza atlántica entre América y Europa, y de la propia Europa, con la burocracia de Bruselas como chivo expiatorio (personalizado en su presidenta). Son las tres mismas condenas que desde el ángulo opuesto pronuncian Pablo Iglesias y Podemos, y también las tres condenas que definen la actitud de Donald Trump. Y si dos cosas son iguales a una tercera, tal vez sea porque en su fondo antisistema, de antidemocracia, son iguales entre sí. El rechazo a la idea de justicia, en cualquier caso, las une, con el aval que proporcionan a la guerra criminal -perdón, “operación especial militar”, KGB manda-, desencadenada por Vladimir Putin.
Falta saber cuál de los dos franqueará antes la última línea roja, manifestando un apoyo abierto a Putin, como empieza a suceder ya en Francia. Por la fraternidad exhibida en febrero de 2022 desde Russia Today, le tocaría primero a Podemos, pero a Iglesias le gusta más la táctica del aldeano en el cuento: tirar la piedra y esconder la mano.