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Jorge Vilches

Contra la tercera España

«Solo existe una España, que es plural, convulsa y cambiante, no dos bloques homogéneos que se odian a muerte y unos santurrones entre medias»

Opinión
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Contra la tercera España

Albert Ribera e Inés Arrimadas en 2017. | Paco Freire (Zuma Press)

Este periódico ha publicado el documento que demuestra que Ciudadanos firmó la entrega al PSOE de Sánchez de las autonomías de Madrid y Murcia, cinco diputaciones, siete capitales de provincia y ocho grandes municipios. Era marzo de 2021. Todos íbamos con mascarillas mientras esos «centristas» negociaban cargos con la excusa de reducir la polarización.

El asunto demuestra que en política hay que desconfiar siempre de los que van de virtuosos. No son de fiar aquellos que dibujan un escenario catastrófico por culpa de dos extremos, con el postureo orteguiano de las dos Españas en lucha incesante. No hay que creer a los que ponen como ejemplo la imagen goyesca del duelo a garrotazos. Ni a los que repiten la boba idea machadiana de que una de las dos Españas te helará el corazón, como si no te lo pudieran helar todas, incluida la equidistante. Porque el cuento de las dos Españas ha servido para moralizar y estigmatizar a unos y a otros, pero también como coartada para los centristas.

La «nueva política» que abrió la crisis de 2014 forjó una opción de centro, Ciudadanos, que venía a regenerar la democracia acabando con la polarización sobre la base de la virtud. No eran Robespierre con su comité de salud pública, pero contaron con la guillotina que ofrecieron los medios de comunicación. Invirtieron la carga de la prueba y obligaron a los políticos a demostrar su inocencia mientras se les aplicaba la condena de la tertulia televisiva. Escondidos tras la virtud, primero intentaron sustituir al PP, pero fracasaron en 2019. Luego, con Rivera ya fuera, Arrimadas buscó en el papel de «bisagra» un modo de supervivencia. Ni rojos, ni azules, decían, «somos naranjas».

Cs fue una empresa de imagen. Todos eran honorables, limpios, cultos, moderados y dialogantes, no como «los otros», el PP y el PSOE, que eran lo contrario: corruptos, ignorantes y crispantes. Esa fórmula centrista, con su complejo de superioridad moral, supuso una trampa intelectualoide y cómoda. Lo cuenta bien Armando Zerolo en Contra la tercera España. Una defensa de la polaridad (Deusto, 2025), que no de la polarización, que supone la exclusión y el enfrentamiento.

Zerolo denuncia que quien vende la utopía del consenso mientras azuza la polarización porque vive de ella daña la democracia. El utopismo, señala, es una enfermedad política que enajena a la ciudadanía, sacándola de su día a día con un relato placebo. El centrista, como vendedor de utopías, hace creer al ciudadano que la solución no está en el sistema, sino fuera, en su formación partidista y en su programa. De esta manera aumenta el antipoliticismo y el deseo de que aparezca un cirujano centrista que meta en cintura a tanto polarizador.

«Todos los que alimentan una vida política de extremos irreconciliables, incluso el centrista, son nocivos para un sistema democrático»

Los defensores de la tercera España avalaron la existencia de un país dividido en dos, dice Zerolo, cuando es una idea falsa. Solo existe una España, que es plural, convulsa y cambiante, no dos bloques homogéneos que se odian a muerte y unos santurrones entre medias. Aquellos centristas se presentaban como los representantes de los «buenos españoles», de la gente, del pueblo honrado, frente a los «malos» políticos que crispaban a la ciudadanía. Fue un discurso populista, dice el autor, que degradó todavía más la situación.

Esos centristas, argumenta Zerolo, confundieron polarización con polaridad; es decir, la exclusión del enemigo con la existencia de puntos de vista distintos. La polarización destruye la democracia, la polaridad la vivifica. Por eso, todos los que alimentan una vida política de extremos irreconciliables, incluso el centrista que la bendice para usarla, son nocivos para un sistema democrático. Al tiempo, dice el autor, al perderse el consenso sobre lo político se ha olvidado la bondad de la polaridad. Ya no interesa la pluralidad de ideas, sino mandar. Este es el legado de Zapatero y Sánchez, pero también la impresión que dejó el Cs de Inés Arrimadas.

En suma, el centro como bisagra es una estafa. Son buenas las grandes coaliciones o la política de bloques, pero no el centro pivotante que sirve para todo y a todos. Parece claro que no es lo mismo apoyar a quien reconoce la legitimidad de la sociedad plural, que a quien levanta muros para que no se vea ni se oiga a un grupo de españoles. Más claro: es infame formar gobiernos de coalición con el PP y a continuación planear mociones de censura para entregarlos al PSOE de Sánchez. Eso solo sirvió para enturbiar más la política, polarizar y hacer más difícil la resolución de los problemas.

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