La crisis del patriotismo
«La crisis del patriotismo que tan clara vio Unamuno se hace patente ya no sólo en el discurso de los políticos, sino, sobre todo, en el ser humano como usted o como yo»

Miguel de Unamuno.
A principios del siglo XX, en torno a 1905, Unamuno escribe una serie de ensayos sobre su concepto de patriotismo, sobre el influjo que este tiene en los hombres. Hoy recopilados en ediciones maravillosas, en La crisis del patriotismo podemos encontrar estas ideas ordenadas y limpias, y como siempre, bien dispuestas para ser aplicadas al mundo presente. Permita el lector que abra esta columna con una anécdota encontrada en el ensayito: le llega a Unamuno a través del viejo Heródoto, el célebre historiador griego, quien cuenta que unos soldados egipcios fueron vituperados por haber pasado a servir a otro pueblo, e invocándoles el nombre de patria, los soldados contestaron señalando sus partes genitales: «Donde va esto, va la patria».
No elige este que les habla esa anécdota por casualidad. La tesis de Unamuno es que hay una patria muy concreta, la que se basa en la tierra que labraron y trabajaron aquellos que la pueblan durante siglos. Estoy de acuerdo con esas tesis: hay un arraigo inevitable en el suelo que te vio nacer, crecer o prosperar. Volviendo a Unamuno, este piensa, y hablamos del año 1905, que una suerte de fiebre globalista va poco a poco calando en los hombres. Cada generación es más consciente que la anterior de este sentido global del planeta, y la mayoría de los avances tecnológicos, desde una carabela movida por el viento hasta el auge de ese Internet que ahora todos necesitamos, vive del sentido global de la especie.
A este binomio es a lo que llama Unamuno «fenómeno de polarización». Por un lado, el hombre mira la tierra que pisa; por otro, tiende a necesitar cada vez más esa relación con el mundo global que habita. Y aquí es donde empieza el problema: hay otro patriotismo, que el maestro vasco llama «de alpargata», que se interpone entre esas dos necesidades humanas. Se trata de un patriotismo de bandera, un patriotismo cerrado, insolidario, que busca por motivos económicos, por motivos de poder, desconectar esos dos polos que de manera natural tienden a atraerse. Y es que, según Unamuno, hay un punto moral en la unión entre la tierra que el hombre labra y el resto de las tierras, una derivación rigurosa del «ama a tu prójimo como a ti mismo».
Apenas una década más tarde, el mundo se desangraba en la primera gran guerra que habría de ver el siglo XX. La segunda fue, si cabe, más sangrienta aún. Intercalada encontramos esa guerra incivil, en palabras del propio Unamuno, que durante tres años destruyó moral y socialmente España, que el pensador bilbaíno vio florecer en los primeros meses, y que terminó con su vida encerrado en su casa de Salamanca, peleado con hunos y con hotros. Es decir, que el maestro vio, con sobrada antelación, que ese patriotismo de alpargata desconectaría al hombre y su terruño del sentimiento moral de respetar al prójimo, al calor de banderas, fronteras y razas.
«El patriotismo de alpargata parece colarse de nuevo en el panorama político»
Pese a todo, a las dos guerras mundiales y a la guerra española les sobrevino un periodo donde los dos polos unamunianos parecían volver a atraerse. La creación de un mundo más universal, de una Europa unida, de distintas asociaciones entre los diversos actores geopolíticos del globo, de monedas compartidas, de muros derribados y de políticas sociales más o menos globales, parecía que conectaba al hombre con su mundo.
Sin embargo, la historia es cíclica, y esa misma intermediación del patriotismo de alpargata parece colarse de nuevo en el panorama político. La crisis del patriotismo que tan clara vio Unamuno se hace patente ya no sólo en el discurso de los políticos, sino, sobre todo, y esto es más importante, en ese mismo ser humano que, como usted o yo, labra la tierra que pisa. Si logran desconectar los dos polos, al hombre de su universalidad, me gustaría decirle a usted, lector, que creo que las cosas no acabarán como en tiempos de Unamuno…, pero me temo que le estaría engañando.