López-Escobar, mímesis de la genuina comunicación
«Nos queda, sobre todo, el desafío de continuar su misión: comunicar con verdad, aprender con pasión y compartir con generosidad»

El profesor de la UNAV Esteban López-Escobar. | Manuel Castells (UNAV)
Le conocí cuando llegué a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Aún recuerdo aquellas primeras clases que daba, siempre ataviado con una pajarita, en las que nos llamaba de usted. Cuando entraba en el aula inmensa, los repetidores nos cuchicheaban la leyenda urbana de que antaño empezaba sus clases preguntando la hora «porque acababa de llegar de Nueva York». Y podía ser verdad, porque López-Escobar, además de elegante, era cosmopolita… y un poco erudito de más para chavalines de primero.
En aquellas clases nos hablaba de agenda setting, de la espiral del silencio… y nos pedía leer Otelo y trabajar el caso de Janet Cooke. No entendíamos mucho, la verdad, pero intuíamos que todo lo que decía debía ser importante. Muy importante. Yo aprobé en la repesca, pero me gustaban tanto sus clases que, cuatro años después, en 1995, le pedí que dirigiera mi tesis doctoral. Lo hice llamándole Esteban y tratándole de usted. Muy serio, me respondió:
—De acuerdo. Pero o «Don Esteban y de usted» o «Esteban y de tú».
Elegí lo segundo. Puede que por eso iniciáramos una profunda amistad que ha durado 30 años. Porque, como muchos, le encontré en el ámbito académico, pero sería injusto decir que fue solo un maestro. Fue un amigo, una guía… pero, ante todo, un comunicador en el sentido más profundo: el que equivale a constructor de comunidad.
López-Escobar, una pieza fundamental para el desarrollo de los estudios de comunicación en España, se incorporó al claustro de la Facultad de Comunicación de Navarra en 1972. Había estudiado Derecho y realizado algunos cursos de periodismo, donde conoció a Alfonso Nieto, entonces decano del Instituto de Periodismo, de quien se hizo gran amigo. Fue él quien le pidió que impartiera la asignatura de Teoría General de la Información.
Esteban no solo se enamoró de la materia, sino que se convirtió en el primer director del Departamento de Comunicación Pública. Pronto comprendió que era imprescindible incorporar la investigación empírica y los marcos de la mass communication research en este campo. Nadie lo había hecho en España. Y, como el dandy que era entonces, decidió conquistar a los grandes de la disciplina y traerlos a Pamplona para que formaran a los jóvenes doctores. Y lo consiguió. Porque Esteban tenía un carisma especial que lo hacía divertido y alegre, a la vez que riguroso y sólido. Su autenticidad y su entusiasmo le convirtieron pronto en una figura clave (y muy querida) en el campo de la comunicación, sobre todo en la esfera internacional.
Y así comenzó a difundir sus ideas. Porque López-Escobar era un apóstol de la genuina comunicación. Creía que comunicar es compartir contenidos de conciencia, crear una comunión con el otro. Pero a Esteban no se le podía entender sin la comunicación, ni sin la humanidad, ni sin la verdad. Para él, lo social y lo político no eran conceptos abstractos, sino algo que se tejía en cada conversación, en cada gesto, en cada lazo que une a las personas.
No en vano, desde el principio fue un ferviente admirador de Charles Horton Cooley y, como él, defendía que la comunicación no es un simple instrumento de lo social, sino su misma esencia. Y no puede existir sin autenticidad. Porque la mentira no es comunicación, sino su corrupción. Por eso, en estos tiempos de ruido y fake news, Esteban reivindicó con serenidad el rigor y la honestidad intelectual.
Pero, además de un gran pensador, Esteban ha sido un maestro en el sentido más profundo de la palabra. Para él, la enseñanza era un acto de servicio al otro, la academia una especie de hogar y los doctorandos una familia. Y no era una metáfora. Esteban acogía, guiaba, acompañaba. En lo intelectual, nunca buscó imponerse, y en lo personal, siempre nos mostró un lado tiernamente humano.
Porque Esteban ha sido siempre un personaje. Como en toda familia, ha cuidado de los suyos. En cada viaje instauró la costumbre de traer algo al Departamento. Y él volvía a veces con unos bombones, pero he llegado a ver rosarios, tazones o hasta ¡quesos de Cabrales! Eran detalles que, más allá de la exigencia intelectual, hacían que sus discípulos nos mantuviéramos (y nos mantengamos) unidos no sólo por las teorías sino también por el afecto.
Esteban ha sido un catalizador. Uno de esos elementos raros que aceleran procesos esenciales. Por eso ha impulsado a generaciones de investigadores y periodistas. No buscaba protagonismo; su magia radicaba siempre en la capacidad para ver el potencial en otros y encender inquietudes.
Sin darnos cuenta, López-Escobar nos desafió a pensar, a cuestionarnos, a no conformarnos con respuestas fáciles y a ser valientes y honestos.
El gran comunicador nos deja hoy sin embargo una ausencia que no se llena con palabras, ni siquiera esas que se usan para un obituario.
Nos deja su legado, sus ideas, sus preguntas inacabadas, su curiosidad por todo y varios encargos. Y nos queda, sobre todo, el desafío de continuar su misión: comunicar con verdad, aprender con pasión y compartir con generosidad.
Ayer falleció Esteban López Escobar, el mejor comunicador, el mejor maestro, el mejor amigo y la mejor persona. Te voy a echar muchísimo de menos. Descansa en paz.