THE OBJECTIVE
Paulino Guerra

Monedero y Errejón en su 'Archipiélago Gulag'

«Todo era falso, hasta el ‘yo sí te creo, hermana’. Las mujeres que denunciaron a Errejón y a Monedero debían ser hermanastras y por eso nadie las tuvo en cuenta»

Opinión
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Monedero y Errejón en su ‘Archipiélago Gulag’

Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón. | EFE

La extrema izquierda española se ha convertido en un arrabal peligroso para la salud de sus dirigentes masculinos. Ser hombre en Podemos y Sumar conlleva un alto riesgo de mortalidad política, estadísticamente el más elevado entre los partidos políticos españoles. Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón, tan politólogos, tan eruditos de las oscuras maquinaciones del poder, deberían haber reparado en el dramático final de algunos iluminados y demagogos célebres que acabaron siendo ejecutados con los mismos métodos con los que ellos eliminaban a sus enemigos. Ahí está Robespierre o la cremación en vivo del fraile Jerónimo Savoranola. Pero también podían haber aprendido de los viejos comunistas que tan sabios eran en purgas. Sus víctimas eran supuestos «enemigos de la clase obrera», «reaccionarios con moral burguesa» y hasta homosexuales, que casi siempre acababan muertos o semimuertos en los campos helados del Archipiélago Gulag. Pero eran otros tiempos. Ahora, una de las aportaciones de los neocomunistas españoles ha sido la de introducir como herramienta de la lucha política la acusación de «acoso sexual», un eficaz y contundente veneno que primero paraliza y después provoca la muerte civil de sus víctimas.

Es imposible saber si todos los señalados eran inocentes o culpables, porque la mayoría se fue a su casa negando los hechos, aunque sin ofrecer resistencia. Sin embargo, los tribunales han demostrado que algunas de estas imputaciones sí eran falsas. El exlíder de Podemos en Cantabria, José Ramón Blanco, fue absuelto de un caso de acoso denunciado por una compañera de partido. También José Manuel Calvente, abogado de Podemos hasta 2019, fue rehabilitado por una juez de Madrid. En su fallo, la magistrada atribuía la querella por acoso sexual y laboral «a discrepancias personales y profesionales, y quizás también a una lucha por el poder». El propio Pablo Iglesias, entonces líder de la formación, se había encargado de prender la pira, denunciando ante los medios de comunicación que se trataba de un «caso de acoso sexual muy grave».

Monedero y Errejón, sumos sacerdotes antaño de aquella iglesia feminista-podemita, tan colérica en la persecución de patriarcados, acosadores y machistas, son los últimos despojos de estos ajusticiamientos extrajudiciales. Lo civilizado es esperar al fallo de los tribunales ordinarios, pero sus infinitos enemigos (internos y externos) quizás digan que se trata de un caso de «justicia poética» y que han recogido lo que han sembrado. Y puede que así sea, porque Podemos, que solo ha cumplido diez años de vida, aunque parezca un decrépito cadáver de más de 90, llegó a la política española como el partido de la ruptura y el odio. Su primera obsesión fue dinamitar el actual modelo de democracia española, el «régimen del 78». Además, se apropiaron y prostituyeron el significado de las palabras: solo ellos eran «pueblo» y «gente», mientras que el resto pertenecía a la detestable «casta, esa gentuza», heredera supuestamente de las élites del franquismo.  

En aquellos primeros años, cuando sus arengas tenían una gran audiencia, los podemitas propagaron el odio como nadie lo había hecho antes en la democracia española. «Que el miedo cambie de bando», era su slogan. Herederos de las más sombrías escuelas de la delación y la persecución política, pusieron de moda el escrache, que consistía en perseguir, humillar y lanzar a la turba contra sus enemigos políticos. Pero como ocurre con la ineludible ley del péndulo, aquel «jarabe democrático que aplican los de abajo a los de arriba», según el sermón a los indignados del profeta Pablo, se tornó en amargo cuando el viento también ‘cambió de bando’ y fueron él y su familia los escrachados.

Con parecida violencia verbal abordaron la discusión sobre los delitos contra la libertad sexual de las mujeres. De momento, el objeto de la persecución ya no era solo el violador, el acosador o el baboso, sino que todos los hombres eran sospechosos, porque todos ellos «son violadores en potencia», según llegó a defender la exministra Irene Montero. Incluso, la eminente Ángela Rodríguez Pam, ex secretaria de Estado de Igualdad, concluyó que los «hombres en España son bastante violadores». Además, para el corpus doctrinal podemita sobraban las pruebas, las garantías procesales, la presunción de inocencia, porque lo único válido y definitivo era la demagogia del slogan fácil del «yo sí te creo, hermana».

«Todo era falso, hasta el ‘yo sí te creo, hermana’. Las mujeres que denunciaron a Errejón y a Monedero debían ser solo hermanastras y por eso al principio nadie las tuvo en cuenta»

Su gran obra legislativa fue la ley del sí es sí, otro bochorno que tuvo que ser modificado, aunque sus efectos ya eran incorregibles, provocando la excarcelación de al menos 126 delincuentes sexuales y la rebaja de la pena a otros 1.233 condenados, según los últimos datos publicados. Hasta algunos miembros de la Manada, cuya primera sentencia de la Audiencia de Navarra, provocó el cambio de la ley, se han acabado beneficiando recientemente de la fallida reforma.

En estas fechas la extrema izquierda española recoge las tempestades que sembraron. Su depósito de credibilidad en materia feminista está a cero. Pero Juan Carlos Monedero ya era un tipo desagradable antes de las denuncias ahora conocidas. En 2018, tras finalizar la moción de censura contra Mariano Rajoy, se dirigió a Soraya Sáenz de Santamaría y en la mitad del patio del Congreso posó con fuerza sus manos sobre los hombros de la exvicepresidenta y le dijo: «Me alegro de que os vayáis». Pero en aquellos años, el estilo machista, grosero y matonil de Monedero, un tipo que había destacado por ser uno de los bufones extranjeros de Hugo Chávez, no solo tenía cinco millones de votos, sino que estaba rodeado de una aureola de prestigio, intelectualidad y modernidad.

Una década después la gran farsa está al descubierto. Los casos de Errejón y Monedero no solo revelan la gran impostura de los denunciados, sino de toda la organización, especialmente de sus empoderadas y combatientes mujeres que miraron para otro lado. Todo era falso, hasta el «yo sí te creo, hermana». Las mujeres que denunciaron a Errejón y a Monedero debían ser solo hermanastras y por eso al principio nadie las tuvo en cuenta.

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