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Teresa Giménez-Barbat

'Anora': las putas están de moda

«Hombres y mujeres queremos que nuestras relaciones trasciendan el mero interés, y el sexo está relacionado con algo que nos parece muy trascendente: el amor»

Opinión
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‘Anora’: las putas están de moda

Escena de 'Anora'. | Universal Pictures

Como quizá sepan, Anora es una oscarizada película estadounidense que trata sobre una joven prostituta que conoce al hijo de un oligarca ruso. Los chicos, llevados por el impulso, contraen matrimonio y la familia de él se lo toma a mal. No he visto aún esta película que se estrenó el pasado mayo de en el 77º Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro. Pero a algunos les parece una nueva edición de aquel cuento de Cenicienta para adultos laxos, Pretty Woman. Aunque en este caso con suegros, todo un matiz. Y los Oscar que se ha llevado han reabierto el debate siempre latente sobre la prostitución femenina. Incluso más que la polémica con la que ha coincidido en el tiempo: la de la inveterada querencia del socialismo por las chicas de catálogo, ahora por Tito Ábalos o antes por Tito Berni. Sí, se vuelve a hablar de putas. Un tema que tiene dividido al mismo feminismo.

Vamos a ello. Si queremos resumir, vemos que existen, por un lado, las feministas que creen que la mujer es la sola propietaria de su cuerpo, que la prostitución es un trabajo como cualquier otro y que debería tener por ello los mismos derechos laborales y sociales. Y, por el otro, un sector que considera la venta de sexo como una explotación del cuerpo de la mujer unida al «orden patriarcal y a las dinámicas capitalistas». ¿Novedades?

Ninguna. Podríamos decir que el debate lleva años encallado, y seguramente seguirá así por la naturaleza misma del asunto. Igual que los hombres no son todos unos violadores, las mujeres tampoco somos todas unas putas. Pero hay razones de carácter evolutivo detrás de esos comportamientos. Y hoy hablamos del segundo. Dejarse querer, para muchos investigadores, sería una estrategia biológica innata para las hembras.

¿Y eso? Por ser la que más pone en el negocio de la reproducción (gametos más costosos, embarazo o lactancia) y por su mayor inversión parental. Regalos como piedrecillas, flores o granos en el caso de algunas aves, son corrientes. O, como ocurre en los primates, porciones realmente sustanciales en el reparto de alimentos. Además, como nos ha enseñado la experiencia de siglos y un gran número de estudios, los hombres quieren más sexo que las mujeres, y estas han desarrollado mecanismos psicológicos y sociales para usarlo a su favor. ¡La nuestra fue una vida de dura subsistencia!

Gregory Clark, por ejemplo, en A Farewell to Alms nos recuerda que en la mayoría de las sociedades cazadoras-recolectoras, la carne que traían los cazadores era cambiada muchas veces por favores sexuales. Ambrosio García Leal en La conjura de los machos da ejemplos sacados de la documentación antropológica y dice que «en las culturas preagrícolas, en cuyo régimen de relativa libertad sexual femenina no existen prostitutas como tales, (…) las mujeres tienen pocos reparos en aceptar regalos a cambio de sexo».

«A las mujeres no nos gusta que se nos valore con baremos que no controlamos como la juventud o la belleza»

¿Por qué les cuento esto? Pues simplemente para señalar que no es solamente un asunto de carácter social, económico o cultural, sino biológico. O sea: vamos a estar dando vueltas para siempre alrededor del mismo debate. ¿La naturaleza es una excusa para explotar o ser explotado? Para nada. Como sermonea Katharine Hepburn a Humphrey Bogart en La reina de África: «La naturaleza es aquello de lo que partimos para elevarnos».

Vivimos entre paradojas: a las mujeres no nos gusta que nos traten como a objetos sexuales o que se nos valore con baremos que no controlamos como la juventud o la belleza. O al menos cuando ya no los disfrutamos. A los hombres, aunque de cara a la galería presuman de tener una en cada puerto, en realidad temen que se les aprecie por lo abultado de su cartera o por la importancia de su posición en la sociedad.

Ambos queremos que nuestras relaciones trasciendan el mero interés, y el sexo está profundamente relacionado con algo que nos parece muy trascendente: el amor. Y no estamos equivocados. La oxitocina, su hormona estrella, cementa relaciones, facilita una estabilidad que resulta básica para criar niños y garantiza la continuidad del grupo. Y aquí, amigos, entrarían esos suegros de los que hablo más arriba. Anora, definitivamente, se parecería más a la Dama de las Camelias que a Pretty Woman. Por eso Marguerite comprendió tan bien al padre de Armand.

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