Ayuso, el covid y la guerra
«¡Qué más da lo que regulara el BOE o lo que mandara Iglesias! Aquí se trata de volver a agitar el espantajo de ‘Ayuso culpable; PP, responsable’»

Isabel Díaz Ayuso durante un pleno en la Asamblea de Madrid. | EFE
El común de los mortales, cuando fracasan en una estrategia por mucho que les interese lograr su objetivo final, suelen probar alguna otra fórmula, y luego una tercera y una cuarta… antes de abandonar el empeño. Nuestro Pedro Sánchez no forma parte de esos mortales del común: cuando fracasa en alguno de sus ataques -y fracasa bastante- no cambia de estrategia: decide que la dosis ha sido insuficiente, por escasa. Su plan siempre consiste en perseverar con la misma fórmula, pero con una dosis mayor. Si vuelve a fallar, vuelve a intentarlo con otra dosis mucho o muchísimo mayor. Por cabezonería nunca va a quedar.
Lo de Sánchez, al igual que -según se dice- lo de Donald Trump, consiste en cumplir siempre tres premisas:
1.- Atacar, atacar y atacar a quien considera su enemigo. Pase lo que pase y sin desmayo.
2. No admitir jamás sus mentiras, errores o culpas; negarlo todo y negarlo siempre. La realidad será, en cada momento, lo que él diga que es la realidad.
Y 3.- No reconocer jamás una derrota. Además de presentar cualquier derrota como una victoria. Los vencedores son los que se proclaman ganadores y se exhiben victoriosos ante el mundo.
Se da por supuesto que esta triada de baladronadas se la recomendó el controvertido abogado Roy Cohn a un jovencísimo Donald Trump en los años 70, aún en tiempos de Richard Nixon como presidente de EEUU.
Lo que está claro es que, con o sin un Roy Cohn de cabecera, nuestro Sánchez cumple las tres religiosamente, añadiendo una cuarta:
Y 4.- El vencedor debe -además- definir cuál es el tema de debate público en cada momento, y jamás debe permitir -bajo ninguna circunstancia- que otros se lo cambien.
Pues con estos cuatro mandamientos ya estaría. Que le pregunten, si no, a Isabel Díaz Ayuso, recurrente estrella invitada en esta recurrente estrategia sanchista.
Empezamos por el cuarto mandamiento, que no está copiado ni de Roy Cohn ni de Donald Trump, aunque sí es tan viejo como el hilo negro: los tambores de guerra que resuenan en el mundo para plantar cara al expansionismo de Vladimir Putin resultaban muy precipitados para los intereses de nuestro Pedro. Necesitaba un poco de tiempo. ¡Qué mejor fórmula que cambiar el tema de conversación! De entrada, porque -no se olvide- Sánchez se estrenó en el cargo de líder socialista proclamando que había que suprimir el Ministerio de Defensa. Más allá de simpáticas bromas de juventud, él mismo (muy disimuladamente), su mentor José Luis Rodríguez Zapatero (más abiertamente), y todos sus socios y coaligados (descaradamente) son pro-Putin. Los más vestidos de pacifistas, alguno, de realista, y todos de antioccidentales.
Había que cambiar el tema (prioritario) de conversación, para dar tiempo a Pedro para hacerse con la nueva situación… Nada más eficaz que volver a cargar contra Ayuso.
– ¿Con qué, esta vez?
– Pues con el Covid, que ahora se cumplen cinco años de la pandemia.
« Lo importante es que la operación de desprestigio de Ayuso algún efecto habrá tenido en algún buen ciudadano desmemoriado que viera el documental de marras»
– ¿Seguro? Hasta ahora, todos los intentos de denostar su gestión se han vuelto contra el presidente Sánchez y contra nuestra propia gestión pandémica.
– Nada, eso ocurría antes porque el PSOE de Madrid estaba en manos de ese debilucho que era Lobato. Ahora con Óscar López, que además controla RTVE, todo será mucho más fácil. Gracias al liderazgo de Óscar, la tele pública emitirá -en 24horas y en La2- un documental sobre los ancianos fallecidos en residencias en Madrid que se te saltan las lágrimas.
– Pero fallecieron más ancianos en residencias en otras muchas Comunidades Autónomas, y las demandas judiciales contra Ayuso por ese asunto han fracasado todas.
– Paparruchas. Ayuso, culpable; PP, responsable.
– Vale, pero, y si Ayuso se da cuenta de que esto es, fundamentalmente, una maniobra para cambiar el tema de conversación, y decide no entrar al trapo.
– Pues estará muerta. Si esa tipa no se defiende con uñas y dientes estará reconociendo que es culpable. Sería un regalazo.
– Seguro que llevas razón. Pero le veo fisuras a eso de desempolvar la gestión de la pandemia, en especial ahora con tantos contratos de mascarillas nuestros en los juzgados por los apaños de Koldo y compañía.
– Fisuras, ninguna. A ver si va a resultar que estamos rodeados de Lobatos.
Efectivamente, fisuras, ninguna. Faltaba más. Quizá, sin llegar a fisuras, sí falle algún que otro detalle. La alerta temprana, por ejemplo. O los protocolos que había que seguir en las residencias, también, por ejemplo. O la utilidad variable de las mascarillas, por poner un último ejemplo.
Vamos con la alerta temprana de aquel año sin carnaval.
Desde diciembre de 2019, el Departamento de Seguridad Nacional (tan dependiente del Gobierno que está situado en el complejo de La Moncloa) elaboró informes periódicos, cada semana con más frecuencia, sobre la evolución de un virus detectado en China.
El 30 de enero de 2020, la OMS (Organización Mundial de la Salud) declaró una «Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional» (ESPII) debido al brote de un nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China.
El 2 de febrero, Filipinas informó de la primera muerte por el enigmático virus fuera de China, y el 5 de febrero, un crucero con más de 3.500 personas a bordo, fue puesto en cuarentena frente a las costas de Japón.
El 7 de febrero, en Wuhan, murió infectado por el Covid Li Wenliang, el médico chino que intentó alertar sobre el virus en diciembre de 2019 y fue silenciado por las autoridades de ese país.
El 9 de febrero conocimos al después celebérrimo doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. En una rueda de prensa para informar sobre el virus, declaró: «En España o no va a haber virus o, si lo hay, va a haber uno o dos casos detectados como mucho».
El 12 de febrero, en Barcelona, se anunció la cancelación del Mobile World Congress (MWC). El comunicado de cancelación no dejaba lugar a dudas: el motivo era el miedo al Covid. Los organizadores decían en su comunicado que «debido a la preocupación global con respecto al brote de coronavirus, la preocupación por los viajes y otras circunstancias» veían «imposible que se celebre el evento».
La semana del 20 de febrero el virus llegó con toda su letalidad a Italia. El entonces primer ministro, Giuseppe Conte, lideró las primeras medidas extraordinarias. La más impactante, el día 23, fue la suspensión del Carnaval de Venecia. Ni con la peste negra se había suspendido el Carnaval.
El 29 de febrero, la OMS elevó el riesgo global a “muy alto”, y países como Estados Unidos comenzaron a imponer estrictas restricciones de viaje.
El 1 de marzo, ya había 84 casos de Covid confirmados en toda España.
El 3 de marzo se anunció la primera muerte por Covid: un hombre de 69 años que había fallecido el 13 de febrero por neumonía, pero cuyo caso fue identificado como coronavirus tras análisis post mortem.
El 4 de marzo los casos subieron a 151, con Madrid y el País Vasco con brotes relevantes.
El 6 de marzo los casos escalaron a 365. Se cancelaron congresos médicos en Madrid y Málaga, y el partido de baloncesto Real Madrid-Valencia Basket se jugó a puerta cerrada.
Motivos para la alerta había de sobra, pero antes de tomar medidas en serio aquí había que celebrar el 8 de marzo. La entonces vicepresidenta primera, Carmen Calvo, justificó la convocatoria porque «nos va la vida en ello». Y se celebró… con guantes morados a modo de inútil prevención. Y algunas ministras se contagiaron.
El lunes 9 de marzo, con más de 1.200 casos y 28 muertes, la Comunidad de Madrid ordenó el cierre de todos los centros educativos en las zonas más afectadas. El Gobierno central aún no decretó ninguna medida de ámbito nacional. Quizá Sánchez aún estaba en la hipótesis de «uno o dos casos».
El 10 de marzo el Gobierno de Sánchez decretó la primera medida de ámbito nacional: prohibió los vuelos directos desde Italia a España (excepto para ciudadanos españoles o residentes) hasta el 25 de marzo. Los casos superaron los 1.600, con Madrid como epicentro (con 782 casos).
El 11 de marzo la OMS declaró el COVID-19 como pandemia global. Los casos en España escalaron a 2.140 casos con 48 fallecidos. Ese día, el Congreso suspendió su actividad tras el positivo de un diputado de Vox, Javier Ortega Smith, y varias ministras entraron en cuarentena preventiva.
El 12 de marzo la Bolsa de Madrid registró la mayor caída de su historia.
El 13 de marzo el Gobierno anunció que el día siguiente, sábado 14, decretaría el Estado de Alarma.
¿Qué habría pasado si se hubieran tomado medidas para evitar las aglomeraciones a la vez que lo hizo Italia? Ni lo sabemos ni está en el debate. No afecta a Ayuso.
Sí lo está el asunto de las residencias, y lo está a pesar de los datos.
El sábado 21 de marzo, justo una semana después de la declaración del Estado de Alarma, el BOE publicó infinidad de órdenes para cumplir en ese nuevo tiempo de pandemia. Destaca, entre ellas, un amplio apartado dedicado a regular qué debe hacerse, y qué no, en las residencias de ancianos. Pueden leerlo aquí.

Poco o ningún margen de discrecionalidad dejaban esas normas a las Comunidades Autónomas, pues el BOE marcó los protocolos a seguir en las residencias. No en vano, había asumido el mando único Pablo Iglesias, entonces vicepresidente del recién estrenado gobierno de coalición.
¡Qué más da lo que regulara el BOE o lo que mandara Iglesias! Aquí se trata de volver a agitar el espantajo de Ayuso culpable; PP, responsable.
Como da lo mismo recordar los contradictorios mensajes oficiales sobre la utilidad, o inutilidad, de las mascarillas. Luego hemos visto la elevada correlación entre aquellas recomendaciones y el negocio de muchas soluciones de gestión cercanas al equipo de Sánchez.
Todo eso es lo de menos. Lo importante es que la operación de desprestigio de Ayuso algún efecto habrá tenido en algún buen ciudadano desmemoriado que viera el documental de marras. Da igual que la cifra de fallecidos que publicita sea “una inventada”. Lo importante es que lo vieron más de un millón los espectadores en toda España. De algo servirá. Además, nos ha tenido entretenidos en lo que esperábamos a la decisión sanchista sobre el no o el sí a la guerra…