THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Julio Iglesias y el arte banal

«’El español que enamoró al mundo’, de Ignacio Peyró, es un libro feliz porque el tema es feliz y el estilo también lo es. Necesitábamos un libro feliz»

Opinión
3 comentarios
Julio Iglesias y el arte banal

Julio Iglesias.

Muchos dicen ahora que qué gran idea escribir un libro sobre Julio Iglesias, que esa idea estaba ahí. ¿Pero qué hubiera sido de ese libro si no lo llega a escribir Ignacio Peyró? El español que enamoró al mundo es un libro feliz porque el tema es feliz y el estilo también lo es. La gran idea es haber visto que necesitábamos un libro feliz.

Al igual que otros, como Nadal Suau, me he puesto a pensar qué ha significado Julio Iglesias en mi vida. La respuesta de «casi nada» me ha hecho pensar a su vez en el arte banal, en sus virtudes. Sirvan estas líneas como contraste –y complemento– de las que escribí el jueves pasado sobre el «arte serio» a propósito de Tardes de soledad. El torero y el cantante ligero: dos extremos del arte. (Como sombras de cada uno están el bombero torero y el cantante pesado, es decir, el cantautor).

Los años noventa me los pasé escuchando música brasileña y, gracias a mi amigo Losada, funk. Pero en los ochenta lo que escuchaba era música clásica y pop –español e internacional– de la Movida, con La Edad de Oro como canon. Antes, inevitable tributo a la literatura, había incurrido en Serrat y Paco Ibáñez. Nadie más alejado que Julio Iglesias de mi gusto. 

Pero Julio Iglesias, como Raphael, Manolo Escobar o Mari Trini, estuvo ahí siempre. El sonsonete de esas canciones que uno no escoge termina formando parte de la experiencia. Ahora valoro lo escuchado al sesgo, sin que se le preste atención. Se mete por unos conductos distintos de la memoria, tal vez más persistentes.

TO Store
El español que enamoró al mundo
Ignacio Peyró
Compra este libro

Julio Iglesias se diferenció de todos los demás por su fama mundial a partir del primer tercio de los ochenta. Yo le había tenido una simpatía previa al personaje por su denostada película La vida sigue igual, que vi de niño en el cine de verano y cuya historia me llegó. (Durante años estuve convencido de que el equipo en el que jugó de portero no fue el Real, sino el Atlético de Madrid. He encontrado el porqué: se superpuso a la cara de Julio Iglesias la del portero Reina, que se le parecía.)

«Ahora aprecio aquella inanidad sin roce, sin aristas: la emisión de un bálsamo que no moleste a nadie»

El único defensor de Julio Iglesias en el mundillo intelectual en aquella época fue Juan Cueto, al que yo admiraba mucho. Le celebraba la defensa como una boutade, pero con la edad me he dado cuenta de que no estaba fingiendo y de que, como con tantas otras cosas, fue un adelantado.

El adelanto está justamente en la apreciación de que el arte banal merece un sitio. Ahora aprecio aquella papilla musical de que se hablaba, aquella inanidad sin roce, sin aristas: la emisión de un bálsamo que no moleste a nadie. Conseguir un producto tan sedoso, y encima sin la calidad de mi amada bossa nova, tiene también su gracia. 

Escribe Peyró que Julio Iglesias no se dejó afectar por las irrupciones de su tiempo, «Dylan y Cohen, la psicodelia y Van Morrison, Bowie y los Beatles y los Kinks», a las que asistió «con una indiferencia infinita». Y de repente encuentro en ello una postura limpia y admirable, de santo musical. Tan limpiamente santo que lo suyo apenas es música.

De uno de los míos, el brasileño Péricles Cavalcanti, me hacen gracia estos versos de una canción (los doy traducidos): «Yo podría ser un escritor de moda / del que se habla muy mal / y él ni se incomoda». Estar en ese nirvana, pasando de todo y de todos. He ahí la gran lección banal (¡y lo banal es tan difícil!) de Julio Iglesias.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D