Los viajes más singulares
«Los próximos viajeros tendrán que alzar la vista hacia el cielo, o hacia el cielo raso de su habitación o descubrir el universo en el pasillo de casa»

'El caminante sobre el mar de nubes', Caspar David Friedrich (1818).
Los viajes más singulares hoy son asunto complejo. Viajar, o lo que sea eso, se ha convertido en una obsesión contemporánea. Dónde los viajes de antaño. Los del Grand Tour del siglo XVIII. Viajeros ingleses en busca de la Grecia antigua, de la Roma imperial, en busca de las ruinas. Los viajes para cartografiar la tierra. Desde El corazón de las tinieblas de Conrad a los aviadores de El paciente inglés. Viajar en busca de viajes solitarios, solidarios, del Norte al continente Austral. Todo rezuma en los viajes una aventura. Para unos, como Cavafis, la clave es el viaje no el destino, para otros, el viaje es la conquista. No de un territorio, sino de ellos mismos. El viaje desborda las previsiones, nadie regresa tal como partió. Si al regresar no eras otro, el viaje no tenía sentido. El viaje era la vida y la vida un intenso viaje hacia un final anunciado.
Puede que se contemple, hoy, como una formidable boutade, o una provocación, o un delirio, o una broma inmensa, pero cuando Xavier de Maistre publicó en 1794 Viaje alrededor de una habitación, y debido al éxito la secuela, Expedición nocturna alrededor de mi habitación, 1825, la cosa tenía su aquel. Descubría cómo se puede viajar a través del tiempo, de la lectura, de la imaginación y poseer todas las voces y todos los ámbitos surgidos en tiempos inmemoriales: «Desde la expedición de los Argonautas hasta la Asamblea de notables; desde el lugar más recóndito del infierno hasta la última estrella fija, más allá de la Vía Láctea, hasta los confines del universo, hasta las puertas del caos, he ahí el amplio campo por el que me paseo a lo largo y a lo ancho, y a placer; porque el tiempo no me falta más que el espacio. Es allí donde me transporto cuando sigo a Homero, a Milton, a Virgilio, a Ossian (…) Todos los acontecimientos que han tenido lugar entre esas dos épocas, todos los países, todos los mundos y todos los seres que han existido entre esos dos términos, todo es mío y me pertenece tanto y de manera tan legítima como los navíos que entraban en El Pireo pertenecían a un ateniense que yo me sé».
Es curioso. Todo se enreda en la habitación. Todo es invisible y tangible. Desde la habitación. Será casualidad, todo es tan extraño, pero siglos más tarde, Ramón Gómez de la Serna se permitía, tan contento, afirmar que no había mejor viaje que el dedo por el mapa. Dependía del mapa, claro. Pero esa es otra historia. Porque para un contemporáneo de Ramón, Rafael Cansinos-Assens, no había viaje como el que se recorría a lo largo del pasillo de casa.
Y Pierre Mac Orlan, en su imprescindible, Breve manual del perfecto aventurero sentenciaba, primero, que: «Un hombre cabal, si ama la aventura, nunca habla de lo que ha visto», para continuar: «Además, no hay que olvidar que la aventura está en la imaginación del que la busca. Se evapora entre las manos cuando creemos tenerla, de nada sirve tenerla bien sujeta: es humo. Hay, pues, que cuidarse de alcanzar ese objetivo inexistente por las vías usuales. Un aventurero pasivo es capaz de concebir de manera clara y distinta países de los que solo conoce la ubicación geográfica».
«Un viaje significa no tener billete de vuelta»
De Marco Polo al Grand Tour, uno llega a las Ciudades invisibles de Italo Calvino. Invisibles y anónimos serán los próximos viajeros. Porque hoy quien descubrió las razones del viaje contemporáneo fue Andy Warhol cuando declaró que le encantaba viajar porque fuera donde fuera se encontraría un McDonalds, en Pekín o en Seúl, en Sídney o en Buenos Aires. Qué fue del Orient-Express que tan deliciosamente ha contado Mauricio Wiesenthal, o el Transiberiano, convertido en un formidable poema por Blaise Cendrars.
El mundo de ayer, el de los viajes, se pierde en la niebla del tiempo y de los viajes queda el sueño. Los viajes son humo. Porque un viaje significa no tener billete de vuelta. En lo más íntimo. O, tal vez, quede, tendría su gracia, la comida. Sí, resulta paradójico, pero de los viajes surgió el mestizaje más profundo. Por ejemplo. Un plato genuinamente italiano, o, al menos, así lo parece: Pasta con queso y tomate. Si uno lo piensa moderadamente, resulta que ahí lo único italiano es el queso, porque la pasta llega de China con Marco Polo y el tomate de América. Da la modesta impresión de que los próximos viajeros que tomen el relevo de Ulises, Polo, Clavijo, Colón, Byron, Burton, Marlowe, reales o ficticios, quién no lo es, tendrán que alzar la vista hacia el cielo, o hacia el cielo raso de su habitación o descubrir el universo en el pasillo de casa. No hay otra. Lo demás, otra vez, es o será silencio, o casi.