Gaza-la-Riviera
«Nuestros descendientes nos preguntarán cómo pudo ser posible que ‘aquello’ sucediera ante nuestros ojos sin que reaccionáramos y nos mirarán con desprecio»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Como es notorio, Alemania es un país donde la libertad de expresión política ha sido cancelada, por lo menos en lo relativo al «conflicto» (o sea, para entendernos: al genocidio) de los palestinos. Aun así, su servicio público de prensa, Deutsche Welle, es bastante fiable y de vez en cuando lo consulto para saber qué nuevas atrocidades están sucediendo allá abajo.
Lo último, ayer, jueves, un bombardeo en el que han perdido la vida al menos cinco trabajadores de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), según denunció su jefe, Philippe Lazzarini, que pidió la «renovación del alto el fuego». Esos cinco nuevos muertos «eran profesores, médicos y enfermeros que atendían a los más vulnerables», añadió. En otro ataque ayer, un trabajador búlgaro de la ONU murió en una residencia para personal internacional en Deir el Balah, en el centro del enclave, y otros cinco extranjeros resultaron heridos. Además, denunció Lazarini, las autoridades israelíes llevan casi tres semanas (18 días consecutivos), impidiendo la entrada de ayuda humanitaria –agua, alimentos y medicinas– a la Franja de Gaza. Las actividades de la UNRWA han sido prohibidas en Israel, que acusa a la agencia de encubrir a combatientes de Hamás, responsable de la matanza del 7 de octubre de 2023.
En fin, el infierno en la tierra. También Deutsche Welle informa de las manifestaciones de docenas de miles de ciudadanos israelíes que se celebraron el martes y el miércoles en Tel Aviv contra el Gobierno de Netanyahu y su decisión de liquidar la tregua y reanudar la guerra. «Tú eres el jefe, tú tienes la culpa» y «Tienes las manos manchadas de sangre» eran dos de las consignas que coreaban los manifestantes. Otros llevaban carteles que decían «Todos somos rehenes» o llamaban a Estados Unidos a «Salvar a Israel de Netanyahu»
Esta última desde luego es una llamada inútil, cuando el presidente norteamericano ya ha expresado públicamente su apoyo a la guerra, a Netanyahu, y a la expulsión de los palestinos de lo que les queda de su tierra, para convertirla en una «Riviera» del Mediterráneo Sur, con sus casinos, sus restaurantes, sus clubs de golf, sus parques de atracciones y su sucursal de Disneylandia…
En fin. Los allegados de los rehenes que quedan en manos de Hamás (58, de los cuales el ejército israelí considera que 30 ya han muerto) piensan que, al autorizar, este martes, la reanudación de los bombardeos, el primer ministro los ha «sacrificado» y le acusan de aprovechar la guerra contra Hamás para acallar las críticas en su contra, demorar el rendimiento de cuentas ante la justicia por sus casos de corrupción, y concentrar el poder en manos del Gobierno.
«El sufrimiento del pueblo es tan pavoroso, que si alentara en las cabezas de sus líderes un poco de sensatez, Hamás debería rendirse»
El enclave ya ha quedado reducido a una escombrera, y la determinación de Israel de quedarse con él –primero contratarán a unos cuantos miles de muertos de hambre árabes para que lo desbrocen– es evidente, y está bendecida por ese gran demócrata que es Donald Trump.
La derrota, la matanza de inocentes y el sufrimiento del pueblo es tan pavorosa, y tan indiscutible, que se diría que en buena lógica, si alentara en las cabezas de sus líderes (en fin, los que aún siguen vivos) un poco de sensatez, Hamás debería rendirse incondicionalmente y deponer las armas. Pero no lo hará –como tampoco lo hizo, por ejemplo, Alemania mientras Hitler estuvo vivo, y a pesar de que sus ciudades habían sido arrasadas e incendiadas por los bombardeos de la aviación británica–, porque para sus fanáticos militantes, enloquecidos por el odio al enemigo, el sacrificio es un deseado martirio.
Leí ayer también el diario liberal danés Politiken, que señala cómo se podría acabar con esa guerra: «Formalmente, el camino hacia la paz es relativamente sencillo. El primer paso sería extender el alto el fuego, que ahora parece haberse roto por completo. El problema es que Hamás e Israel están casi tan alejados como siempre lo han estado. El plan propuesto por Egipto en una reunión de emergencia a principios de este mes parece ser la forma más viable. Éste prevé que Gaza sea gobernada por una especie de consejo tecnocrático sin miembros de Hamás, países árabes entrenando una fuerza de seguridad palestina y el despliegue de tropas de paz de la ONU».
Leí también, en fin, el diario socialdemócrata británico The Guardian, donde uno de sus columnistas, indignado, predecía que dentro de unos años, cuando todo se haya consumado… a lo mejor nuestros descendientes, nuestros hijos o nietos, nos pregunten cómo pudo ser que «aquello» (o sea, esto) sucediera ante nuestros ojos y no reaccionáramos, y nos miren con infinito desprecio.
No lo descarto. Acaso nos formularán esa pregunta, y nos dirigirán esas miradas de desprecio y de asco, cuando estemos todos juntos disfrutando de unas vacaciones, con un cucurucho de helado en la mano, en alguna excitante atracción –una noria, un tren de la bruja o unas montañas rusas– de un parque de Gaza-la-Riviera.