THE OBJECTIVE
Laurence Debray

El Netflix político de Trump: libertad de expresión 2.0

«Estamos asistiendo al despliegue de una nueva retórica política basada en la distorsión de los hechos y la manipulación de la frustración del electorado»

Opinión
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El Netflix político de Trump: libertad de expresión 2.0

Ilustración de Alejandra Svriz.

Trump y su horda de seguidores se presentan como los grandes defensores de la libertad de expresión. El vicepresidente JD Vance dio una lección de moral a los europeos durante la Conferencia de Seguridad en Múnich. Según él, su administración no se parecerá a la anterior, sometida al correccionismo político:

«De la misma manera que la Administración Biden pareció dispuesta a todo para silenciar a quienes expresaban libremente sus opiniones, la Administración Trump hará precisamente lo contrario, y espero que podamos trabajar en ese sentido. Hay un nuevo sheriff en Washington. Y bajo la dirección de Donald Trump, aunque podamos estar en desacuerdo con sus opiniones, lucharemos para defender su derecho a expresarlas en la plaza pública».

Qué ironía que, apenas unas semanas después, The Associated Press, una de las agencias de prensa más antiguas y prestigiosas del mundo, fuera vetada en las ruedas de prensa de la Casa Blanca por negarse a reemplazar en sus artículos el término «Golfo de México», en uso desde el siglo XVI, por «Golfo de América», como ha decretado Trump. Sus reporteros y fotógrafos han sido expulsados, castigados. O los periodistas se someten a los dictados y caprichos de Trump o quedan fuera. En la misma línea, Reuters y HuffPost también fueron apartados para dar paso a medios más afines a la nueva retórica de la Casa Blanca.

Luego todo se encadenó: Trump amenazó con demandar a los medios que citasen fuentes anónimas. Los periodistas ya no podrían proteger a sus informantes y solo deberían referirse a fuentes oficiales. ¡Esto habría evitado el escándalo del Watergate! The Washington Post, propiedad de Jeff Bezos, quien se ha plegado a Trump como la mayoría de sus colegas, anunció que su sección de «Opinión» solo publicará editoriales en defensa de «las libertades personales y el libre mercado». Los defensores de regulaciones económicas o del control de armas deberán buscar otro espacio. Finalmente, la Casa Blanca ha decidido que será ella quien elija a los periodistas autorizados para seguir al presidente y hacerle preguntas en el Despacho Oval o en sus viajes en el Air Force One. Desde los años cincuenta, la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca designaba a los reporteros acreditados, garantizando cierta independencia e imparcialidad. Pero este presidente, que se autoproclama campeón de la libertad de expresión, prefiere a los cortesanos sumisos antes que a los librepensadores. Y no ve contradicción alguna en ello.

Mientras tanto, amordaza a la prensa y asegura un espectáculo constante. Trump en la Casa Blanca bien podría ser el título de su serie en Netflix, con giros de guion garantizados en cada episodio. ¿No dijo, sin ocultar su satisfacción, al salir de la surrealista reunión con Zelenski y Vance: «esto es buena televisión»? ¿Y qué decir de la grotesca animación generada por inteligencia artificial y difundida en sus redes sociales para ilustrar la Costa Azul en Gaza? Más de cuarenta millones de visualizaciones. Ningún filtro, ningún freno, ninguna voz interna que lo detenga, siempre en nombre de la sacrosanta «libertad de expresión». Durante la primera semana de su segundo mandato, Trump ha hablado 7 horas y 44 minutos ante las cámaras, el triple que Biden. «Never be boring» es su única ideología demostrada: saturación del espacio mediático, intensidad narrativa, continuos giros de trama. Estamos asistiendo al despliegue de una nueva retórica política basada en la distorsión de los hechos y la manipulación de la frustración del electorado. Hitler y Mussolini aprovecharon la llegada del micrófono para movilizar a las masas. Trump cuenta con los algoritmos de las redes sociales, sin el filtro de intermediarios como la prensa. Cada época tiene su medio y su estilo de discurso.

«Los gigantes tecnológicos están sometidos, las universidades paralizadas, los demócratas son minoría en ambas cámaras y la sociedad civil está completamente apática»

¿Qué decir de la alta traición de Trump a los valores democráticos que unieron a Occidente desde la Segunda Guerra Mundial? Quisiera rendir homenaje al discurso demoledor del senador francés Claude Malhuret: «Washington se ha convertido en la corte de Nerón. Un emperador incendiario, cortesanos sumisos y un bufón bajo ketamina encargado de la purga en la administración pública. Es una tragedia para el mundo libre, pero, ante todo, para Estados Unidos. El mensaje de Trump es que no sirve de nada ser su aliado, porque no te defenderá, te impondrá aranceles y amenazará con apoderarse de tus territorios mientras apoya a las dictaduras que los invaden. El rey de los negocios está mostrando lo que significa venderse al mejor postor. Cree que intimidará a China arrodillándose ante Putin. Antes luchábamos contra un dictador. Ahora luchamos contra un dictador respaldado por un traidor. Hemos visto al cobarde que esquivó el servicio militar dando lecciones a un héroe de guerra antes de despedirlo como a un mozo de cuadra, exigiéndole que se someta o dimita». En Francia, nos queda la belleza de la lengua como salvavidas. Pero eso no bastará para hacer frente a la avalancha de tuits del vaquero Trump.

La ausencia de reacción es asombrosa. Como dijo el filósofo británico John Stuart Mill: «Para que el mal triunfe, basta con que los hombres de bien no hagan nada». En Estados Unidos, los gigantes tecnológicos están sometidos, las universidades paralizadas, los demócratas son minoría en ambas cámaras y la sociedad civil está completamente apática. Ni una manifestación. Ni una declaración de Obama, que ha optado por esconder la cabeza y jugar a ser una celebridad. En el mejor de los casos, algunos jueces cuestionan la constitucionalidad de ciertas decisiones presidenciales. La prensa europea, que se cree aún a salvo, no ha reaccionado. Sin embargo, lo que ocurre en Estados Unidos suele llegar a Europa una década más tarde, tanto las innovaciones como sus desvaríos.

Una vez roto un tabú, ¿es posible recomponerlo? ¿Podremos volver a hacer política como antes de Trump 2.0? David Remnick, premio Pulitzer y director de The New Yorker, advierte: «Puede parecer pretencioso, pero frente a un presidente que considera a la prensa como el enemigo del pueblo, la supervivencia de nuestra democracia está en juego». La democracia solo muere si se permite que muera. Es un bien perecedero. Nuestros padres vencieron al fascismo y al comunismo con grandes sacrificios. La tarea de nuestra generación es derrotar los populismos del siglo XXI.

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