Ruth Ortiz vs. José Bretón o el diablo con pluma
«El problema es el estatuto que hayan de tener los ‘cadáveres públicos’, aquellas víctimas asesinadas en crímenes de los que se han conocido todos los pormenores»

Alejandra Svriz
¿Ha sido Luisgé Martín «la pluma del diablo», como afirma Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados en 2011 por su exmarido José Bretón? ¿Es el libro que protagoniza la última y más refinada manera de seguir vengándose de ella?
Hasta hace unos días, solo se sabía que iba a publicarse un libro de un literato que, durante tres años, se había carteado, había hablado por teléfono y, por fin, se había visto cara a cara con el asesino probablemente más odioso y odiado del siglo XXI en España: José Bretón. Un padre que mató a sangre fría y quemó a sus dos hijos pequeños en venganza por el anuncio, tres semanas antes, de la voluntad de divorciarse de la madre de los niños; lo que se conoce desde hace un tiempo jurídicamente como un acto de «violencia vicaria», en este caso el más extremo que quepa concebir, digno de una tragedia griega.
La editorial ya había distribuido los habituales ejemplares del servicio de prensa, para que las reseñas pudieran salir al poco de distribuirse los ejemplares en librería, el próximo miércoles día 26 de marzo. También se había prepublicado algún pasaje del libro, y el autor había empezado a dar entrevistas. En plataformas, el libro estaba ya en preventa. Lo menos que puede decirse de la portada del libro (¿triple autorretrato autoral?) es que es un canto al feísmo, tan de moda en estos tiempos, en los que el morbo, gasolina para la taquilla basura audiovisual televisiva, está llegando a la industria editorial, que ya no tiene empacho en mezclar en sus colecciones libros de ficción con los de no ficción y con los media ficción, como presumiblemente sea este, vistas algunas obras previas del que la firma.
En esa entrevista recogida en el libro (con las pinceladas cursis de ambientación que adornan siempre al escritor), Bretón le confesó a Martín el crimen por el que está cumpliendo en prisión sus 25 años de pena efectiva (saldrá en 2036, con 63 años de edad, y, como quien dice, con media vida por delante. Sin más comentarios). Parece ser que ya había confesado el asesinato hace unos años (que siempre negó) en uno de esos talleres grupales (“diálogos restaurativos”, no se aclara si les daban también muy bien de comer… ) que se organizan en las cárceles y que sirven, en algunos casos, para mejorar el expediente del reo con vistas a medidas como el tercer grado u otra mejoras en el régimen penitenciario. El arrepentimiento (real o impostado) es un requisito para casi todo. En este caso, fuentes fiables (la criminóloga Beatriz de Vicente) aseguran que allí reconoció el crimen. Así: «Estoy aquí por haber asesinado a mis hijos, a mi José y a mi Ruth. Nada más hacerlo me arrepentí. Siempre negué el crimen, hasta hace tres años, en que decidí dar el paso y quitarme de encima el peso de tener que mentir. He intentado suicidarme tres veces [captatio benevolentiae]. Estuve 15 días planeándolo todo, porque quería hacerle daño a ella. Tranquilos, los niños no sufrieron (sic). Yo jamás les haría daño (sic) [aludiendo al hecho de que cuando los quemó ya habían fallecido por los medicamentos que les dio a beber disueltos en agua azucarada]». Muy restaurativo todo.
Pero he aquí que la madre de los niños asesinados y exmujer del asesino ha pedido amparo legal, con el apoyo de la Fiscalía de Córdoba, para que el libro no se publique. Considera que es inadmisible que vea la luz, lo que considera un ensañamiento para con sus hijos y ella misma.
La editorial ha decidido esperar a ver qué dice la Justicia para proceder a la distribución o no de la obra. Su propósito al publicar un libro, que sabía tan polémico como potencialmente comercial, no merece mucha disquisición: un libro morboso de un autor de la casa que, por fin, será muy rentable. Que el libro moleste a algunos, o hiera a Ruth Ortiz y a su familia, poco o nada le preocupa a la editorial, por mucha nota hipócrita que haya difundido, amparándose en los acostumbrados textos de contraportada pomposos y vacuos del sector: aquí, haciendo un guiño a El adversario de Emmanuel Carrère, o al incomprensiblemente canónico A sangre fría de Capote, para solventar el expediente.
«Para el libro esto supone una precampaña de publicidad extraordinaria, tanto si se publica íntegramente, como con supresiones; o como si se impide su publicación»
Para el libro en concreto todo esto supone una precampaña de publicidad extraordinaria, tanto si se publica íntegramente, como con supresiones; o como si se impide su publicación, pues en este último caso la decisión será recurrida, y tarde o temprano se acabará publicando el libro, pues, como dice el investigador Espada, “la democracia española, aunque seriamente erosionada, aún es una democracia”. ¡Y siempre quedará el expediente de publicarlo en traducción o en otro país!
¿En qué ilícitos podría incurrir el libro, según Ruth Ortiz? Pues en lo que prevé la ley orgánica de Protección del Menor, de 1995, en su artículo 4, apartado 2: “La difusión de información o la utilización de imágenes o nombre de los menores en los medios de comunicación que puedan implicar una intromisión ilegítima en su intimidad, honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses, determinará la intervención del Ministerio Fiscal, que instará de inmediato las medidas cautelares y de protección previstas en la Ley y solicitará las indemnizaciones que correspondan por los perjuicios causados”. Y en lo que contempla la más reciente Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, que en su artículo 8, apartado 4 establece: «En los casos de violencia sobre la infancia, la colaboración entre las administraciones públicas y los medios de comunicación pondrá especial énfasis en el respeto al honor, a la intimidad y a la propia imagen de la víctima y sus familiares, incluso en caso de fallecimiento del menor».
El problema en este (y en otros casos) es el estatuto que, según la jurisprudencia, hayan de tener los que llamo “cadáveres públicos”, esto es, el que merecen aquellas víctimas asesinadas que, al ser casos ya juzgados y respecto de los cuales se han conocido todos o casi todos los pormenores relacionados con el asunto, de poca intimidad e imagen y demás derechos gozan ya de partida.
En cuanto a las implicaciones jurídicas de su publicación o su censura parcial o su secuestro, habrá que seguir muy de cerca las decisiones togadas y su impronta en la jurisprudencia para casos similares de libros o audiovisuales sobre true crime. La libertad de expresión está en juego.
Pero ¿hasta dónde podrá llegar esa protección legal cuya amparo solicita la afligida y estoica madre, que tanto ha sufrido ya, y a la que tanto le queda aún por sufrir, toda una vida?
En cuanto al autor, conocido en el milieu por haberle escrito durante años discursos a Sánchez y haber publicado algunos libros de menor interés, pretende, someramente, que su libro es el fruto de una necesidad genérica suya de indagar en las raíces del mal. Sea. En el fondo, cuál pueda ser la motivación del escritor carece del menor interés, ya sea el dinero, la fama, o la gloria. Pero el autor dice que le ha quitado la palabra al asesino, curiosa afirmación esta, sí, cuando todo apunta a que se la da, y constantemente. También resulta significativo que afirme que no quiso elementos distractivos (¡sic!) a la hora de escribir el libro, básicamente no recabar la opinión de la exmujer, no fuera a ser que le amenazase con parar el libro, como así ha sido.
Lo importante del libro dependerá, como es natural, de su valor literario, pues no otro parece que haya de tener. En materia de hechos, nada parece haber quedado en la sombra, tras la sentencia.
A expensas de poder leerlo, si algo ha de iluminar el libro será más la catadura moral de su autor que las supuestas tinieblas que habitan el corazón del más horrendo de los asesinos. Ni que fuera un Conrad.
Coda 1) Rearme moral. Eso es, en realidad, lo que está diciendo la Unión Europea cuando exige aumentar vertiginosamente los gastos en materia de defensa, tanto a nivel nacional, como mancomunadamente. Todo lógico e indispensable vista la coyuntura (iba a decir coyunda) con Putin y Trump decidiendo el futuro de Europa Central, que es lo que es y siempre ha sido Ucrania, una parte de Europa Central. Pero la palabra rearme molesta a Sánchez (y a Meloni, por otras razones, casi opuestas), pues puede poner en riesgo el apoyo de sus muy pacifistas socios de salón, los muy izquierdistas Podemos, Sumar, Bildu, ERC, BNG… Sin embargo, bien sabe él que no podrá ir por libre en este tema en Europa. Tan solo le preocupa el control de daños que puede suponerle la desafección de los pacifistas y la afección de las derechas y extremas derechas, por una vez coincidentes en la materia.
Coda 2) Pantallitis. La decisión arrojada de Ayuso de prohibir tanta pantalla en las aulas públicas y concertadas es, sin duda, un dardo envenenado que levanta ampollas por doquier, por razones ajenas al fondo del asunto, pero que tiene la virtud de forzar el debate sobre un problema que exige consenso. La ciencia, todavía en pañales en este asunto –salvo en el caso de los 0 a 6 años, donde se ha visto que más de una hora expuesto a esa tripleta de luz, sonido y movimiento puede atrofiar la corteza frontal en desarrollo–, no se ha puesto de acuerdo. Es hora de dejar de escondernos detrás del narcisismo digital y abordar de frente el riesgo de forjar cerebros en miniatura. (Que los padres de Silicon Valley retrasen, desde hace años, el contacto con las pantallas en su vástago fue ya un indicio a tener en cuenta).