The Objective
Carlos Padilla

¿Qué libertad tiene José Bretón?

«No digo que haya que prohibir el lanzamiento del libro, pero soy incapaz de escribir que deba permitirse su lanzamiento. ¿Antidemocrático? Pues igual en este caso, sí»

Opinión
¿Qué libertad tiene José Bretón?

El asesino José Bretón.

Las emociones no hacen derecho (dicen). Una madre que llora a sus hijos asesinados no hace derecho (siguen diciendo)… ¿Y por qué no? ¿Por qué debemos defender la publicación de un libro que trata, en gran medida, de las conversaciones del autor con un asesino aún en prisión? Y no quiero ahora que me vengan con El adversario de Carrère o el A sangre fría de Capote, porque cada caso es un mundo, El Odio es uno particular y Luisgé Martín no es ninguno de los dos autores.

Aquí hay un asesino cobarde y miserable que mató y quemó a sus hijos, de seis y dos años, para hacerle daño a su mujer. Un enclenque retorcido que no podía soportar que su pareja quisiera separarse de él. Lo preparó todo, metódico y cruel, y a punto estuvo del crimen perfecto. Recordemos el papel meritorio del antropólogo Francisco Etxeberría. Y aquí hay una víctima viva que se llama Ruth Ortiz.

No digo que haya que prohibir el lanzamiento del libro, pero soy incapaz de escribir que deba permitirse su lanzamiento. ¿Antidemocrático? Pues igual en este caso, sí. Pero es que quizá en mi idea de democracia no cabe que, bajo pretexto de la libertad artística, el asesino de infantes, que no ha cumplido toda su condena (aquí cada detalle cuenta), vomite su basura. Y llevo días dándole vueltas a la misma pregunta: ¿qué vale más, la libertad de expresión o el derecho a defender la dignidad de los niños asesinados y de la madre víctima que debe soportar esto? A riesgo de que me unan con el monje Savonarola, creo que sí hay libros «inmorales» que deben ser mandados al olvido. Lo mismo que hay documentales, películas, carteles o programas de televisión que no se pueden tolerar. Y el olvido debe llegar antes que la publicación.

No sé si es la mejor idea, para progresistas, conservadores o ultraliberales, defender la libertad de expresión de Bretón. Porque seguramente haya un interés superior a la libertad del miserable Bretón, y este es el de una mujer en relación con sus hijos, justamente cuando estos hijos, sus niños, han sido asesinados de una forma tan brutal. Juguemos un rato, juguemos aunque sea mancharnos las manos, pero de esto va el periodismo. Imaginemos ahora que un autor con ganas de comprender la maldad humana empieza a cartearse, hablar por teléfono, e incluso verse en la prisión con un pederasta reincidente.

Con un pedófilo que no debería volver a saborear la libertad. Imaginemos, y no se olviden ahora de limpiarse las manos, que ese autor prepara el libro, «una creación artística» piensa, y que nunca jamás llega a contar ya no con la voz de las víctimas de este, sino que ni siquiera avisa. Y esas víctimas se encuentran con el pederasta en las librerías, en los medios, el pederasta dando su versión de los hechos. La única versión que vale es la condena.

Y ahora, enjabonadas las manos, me podrán decir que hay una avalancha de true crimes, de series, libros, programas de televisión, pódcast, sin caer en la cuenta de que—aquí el quid— la inmensa mayoría de ellos no han contado con el criminal hablando desde las rejas. Por ejemplo, el documental de HBO sobre el caso de Daniel Sancho muestra al padre, a Rodolfo, y a los familiares del asesinado Arrieta, no se van a la cárcel a hablar con Daniel. Y eso que igual algún ejecutivo morboso pudiera desearlo. Porque diferente es, a pesar de que pueda provocar dolor en las víctimas, que se reconstruya el crimen, se vuelva a narrar, se den detalles, se visite el lugar de los hechos, criticable, sí, pero no motivo de censura previa.

«Igual el problema ya no es judicial, es la propia concepción del libro. Y lo que escandaliza a todos: tener el interés para hablar con el asesino, pero no la decencia de avisar a Ruth Ortiz»

El Partido Popular, hace meses, quiso llevar al Congreso una ley para prohibir los ongi etorri a etarras, sin que temieran los populares porque les iban a calificar de antidemócratas, porque había que defender siempre la libertad de manifestarse. Una prohibición previa de una manifestación es una cosa seria en una democracia. Pero si, tasados unos supuestos, se cree que puede producirse en ese recibimiento a algún terrorista una ofensa a las víctimas del terrorismo, mediante humillaciones y ataques a su dignidad, igual habría que prohibir eso antes de que pasara. O igual no. Quizá haya que permitir la manifestación y si se producen esas escenas, procesar al organizador y a los que vertieron sus deposiciones en forma de grito o pancarta.

Ya hubo sentencia contra el asesino de Ruth y José, pero jamás habrá posibilidad de resarcir el dolor de una madre que deberá seguir de por vida sin sus hijos, condenada por Bretón a añorarles, a no tenerlos a su lado, a no verlos crecer. Igual el problema ya no es judicial, es la propia concepción del libro. Y lo que escandaliza a todos: tener el interés para hablar con el asesino, pero no la decencia de avisar a Ruth Ortiz. Y lo que perturbaría a cualquiera: que Bretón se muestre entusiasmado ante la propuesta, y qué tú entonces no pares el proyecto.

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