Lo que dice la ciencia sobre el cambio climático
«Según el IPCC, existen muy pocas pruebas que indiquen un aumento en la frecuencia de las tormentas severas (las danas) y de los ciclones tropicales»

Un relámpago cruza el cielo de Madrid durante el último temporal. | David Canales (Zuma Press)
Este verano se cumplirán 20 años del huracán Katrina, que asoló la ciudad de Nueva Orleáns y las costas del Estado de Luisiana en agosto de 2005. La devastación que provocó este «fenómeno meteorológico extremo», en el argot de la ciencia climática, fue la piedra angular del famoso documental de Al Gore An inconvenient truth (2006), en el que argumentaba que las consecuencias catastróficas del cambio climático no eran cosa del año 2070 o del siglo próximo, sino del mismísimo presente. Así, el documental se prodigaba en imágenes de catástrofes naturales para que su mensaje llegara con más fuerza al espectador.
Los autodenominados «activistas climáticos» como Al Gore, conocedores del escaso impacto público que tenían sus advertencias sobre las consecuencias devastadoras del calentamiento global para finales del siglo XXI, habían encontrado en los fenómenos meteorológicos extremos la «prueba» irrefutable de que los impactos del cambio climático estaban ya con nosotros, aquí y ahora. Ya en el año 2003, el profesor de Oxford Miles Allen había publicado un paper en el que defendía que era posible establecer, a base de modelos matemáticos, en qué proporción el cambio climático (causado por la actividad humana) aumentaba la intensidad y la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno meteorológico extremo concreto.
Con ese paper nació la que se vino en denominar «ciencia de atribución de fenómenos extremos», que ha tenido su mayor altavoz desde 2014 en una agrupación de científicos que publican bajo el nombre de World Weather Attribution (WWA), con la alemana Friederike Otto (Kiel, 1982) como su cara más mediática. En su página web se pueden ver sus análisis y conclusiones sobre la «responsabilidad» del cambio climático en catástrofes naturales como los recientes incendios de Los Ángeles o el huracán Helena, por ejemplo.
También podemos leer su declaración de objetivos como organización, entre los que destaca el de «aumentar [en la opinión pública] la [sensación de] inmediatez del cambio climático, aumentando así el apoyo a las medidas de mitigación» de emisiones de CO2. Igualmente defienden que la identificación de esta «responsabilidad» directa del cambio climático podría ser utilizada como «prueba» en procesos judiciales contra las grandes industrias emisoras de CO2. No esconden por tanto que sus objetivos no son sólo científicos, sino también políticos.
Pero volvamos a la ciencia. El famoso IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de Naciones Unidas es el organismo que compila en sus Assessment Reports (AR) el último grito de la ciencia sobre el cambio climático. El sexto y más reciente de estos informes (identificado como AR6) se publicó en 2021. Y en él, el IPCC decidió sentar cátedra sobre los métodos y los hallazgos de la joven ciencia de atribución de los fenómenos extremos, estrenando dos capítulos enteros (el 11 y el 12 del grupo de trabajo WG1) sobre el asunto.
«El IPCC dice que los fenómenos meteorológicos extremos forman parte de la llamada variabilidad natural del clima»
En ellos el IPCC explica con precisión los pasos necesarios (detección y atribución) para confirmar que exista una relación causa-efecto entre el cambio climático inducido por la actividad humana (emisiones de CO2) y un fenómeno extremo –como el aumento de la frecuencia e intensidad de olas de calor, huracanes, inundaciones o incendios forestales. Y nos da cuenta de si a día de hoy se puede afirmar con suficiente grado de confianza si esos fenómenos extremos que se están produciendo ya son causados por las emisiones de CO2 humanas y, en caso contrario, con qué grado de confianza se espera que el calentamiento global contribuya directamente a aumentar su frecuencia e intensidad en lo que queda de siglo XXI.
Pues bien, el IPCC tiene la cortesía de plasmar sus conclusiones en la Sección 12.5.2. y en la Tabla 12.12. del mencionado capítulo 12 del WG1 de su informe AR6 (https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg1/chapter/chapter-12/). De su lectura se aprende que existe un alto grado de confianza en que el cambio climático ya ha resultado en olas de calor y frío extremo (las de calor también en el océano), y que ha reducido la capa de hielo del océano Ártico, pero no la del Antártico. Al mismo tiempo, el informe afirma que existe un grado de confianza bajo en que se haya producido un aumento de la frecuencia de fenómenos extremos de precipitaciones y de incendios forestales (ver también el análisis de Hannah Ritchie con datos de Copernicus en https://www.sustainabilitybynumbers.com/p/wildfires-2024).
Para finalizar, afirma que existen muy pocas pruebas (limited evidence) que indiquen un aumento en la frecuencia de las tormentas severas (las danas) y de los ciclones tropicales (valga como ilustración el análisis de huracanes en Estados Unidos en este enlace). En otras palabras, el IPCC dice que, a excepción de las olas de calor y frío extremos y de una subida sostenida de las temperaturas hasta rozar los 1,3ºC, los fenómenos meteorológicos extremos que conocemos hasta hoy forman parte de la llamada variabilidad natural del clima –también conocida como ruido climático.
Volviendo a los pasos necesarios de detección y atribución: con la información de que dispone el IPCC, no se ha detectado hasta ahora un patrón estadístico distintivo que permita atribuir estos fenómenos extremos al impacto del calentamiento global con un grado de confianza medio o alto. Esto no quita para que el IPCC afirme que sus modelos climáticos sí predicen, para la segunda mitad de este siglo y en el peor de los escenarios de emisiones futuras de CO2 (SSP5-8.5), una reducción sostenida de las capas de nieve y de hielo y un aumento de los fenómenos de precipitaciones fuertes e inundaciones.
«El WWA no es una institución, sino una ‘iniciativa’ (así se definen ellos mismos) de un grupo de científicos»
Muy a pesar de las afirmaciones del IPCC y pasados casi cuatro años, es sorprendente ver, sin embargo, cuánto han calado en la opinión pública los mensajes de los miembros de WWA y de otras agrupaciones similares, cuyos métodos científicos parecen diferir notablemente de los del IPCC. ¿Con cuál de ellos nos quedamos? Yo apuesto por el IPCC, aunque solo fuera porque es la institución científica clave en el desarrollo y consolidación del corpus científico sobre el cambio climático a nivel mundial.
El WWA no es una institución, sino una iniciativa (así se definen ellos mismos) de un grupo de científicos. Como ellos mismos dicen, completan sus informes «de manera rápida» en apenas unos días a continuación del fenómeno extremo de que se trate. Sabemos, sin embargo, que los modelos climáticos son muy complejos de parametrizar, y que no acaban de funcionar bien en pequeñas escalas regionales, que son las que influyen de verdad y de manera muy distinta en la meteorología extrema de cada zona.
Más aun, la ciencia climática sólida requiere de ingentes recursos para manejar las grandes bases de datos históricos del clima y para desarrollar y mantener un gran número de modelos climáticos distintos (el IPCC utiliza 95 modelos en su informe AR6) que ejecutan miles de escenarios diferentes. Sobre esa ingente base estadística (la histórica y la de los modelos climáticos) se construyen las conclusiones de sus informes. No es una tarea que se pueda resolver «de manera rápida».
La buena noticia en toda esta historia es que, después de 20 años de una abrumadora presión mediática, el IPCC ha defendido la integridad de su método científico a pesar de que las conclusiones que se derivan de él no gusten al público. Nada más nocivo para la defensa a largo plazo de las políticas contra el cambio climático que surjan sombras de duda sobre la integridad de su corpus científico.
Otra buena noticia es que la creciente concienciación sobre los fenómenos meteorológicos extremos esté resultando en mayores niveles de exigencia a los poderes públicos, que deben poner los medios para prevenirlos con mayor antelación, y adaptar nuestras infraestructuras y edificaciones, y nuestras costumbres, para mitigar lo más posible el daño a personas y bienes. Y deben ser capaces también de remediar esos daños de manera rápida y eficaz.