The Objective
Jorge Vilches

La universidad de derechas

«Lo que está pasando es que la juventud se rebela contra el oficialismo enemigo de la libertad. Las prohibiciones y obligaciones desde el poder generan un efecto rebote»

Opinión
La universidad de derechas

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero. | Ilustración de Alejandra Svriz

La izquierda mediática está alarmada porque hay estudiantes universitarios que se confiesan de derechas y se asocian. Ese miedo a la pluralidad en condiciones de igualdad manifiesta carencias democráticas graves y, quizá, un pasado sombrío. Lo digo porque mientras la universidad fue convertida por algunos en un ariete izquierdista contra la derecha estos que ahora se alarman lo vieron como una manifestación positiva de progreso. Ahora que hay grupos que se dicen de derechas y reivindican su espacio, se asustan y se preguntan a dónde vamos a llegar.

Esa izquierda está enferma de nostalgia, que no es más que una perturbación del raciocinio que afecta al entendimiento y a la adaptación a la realidad. Los izquierdistas se aferran a esquemas de dominación hegemónica que están fallando. Querían la universidad para conformar la élite política y cultural que, con mentalidad progresista, impusiera su agenda a una derecha despistada. Esa ha sido la clave del giro a la izquierda desde hace décadas, consistente en dominar la educación y la producción de cultura para crear un espíritu de época que marcara la política. El plan fue siempre normalizar lo que en principio solo era cosa de izquierdistas.

En su cabeza únicamente cabía que los más jóvenes fueran de izquierdas y que la universidad funcionara como la fábrica de esa generación transformadora. Por eso les molesta el pluralismo, porque la existencia y actividad de asociaciones de estudiantes de derechas desbaratan su plan. Esto ha producido tal shock en los grupos de izquierdas y en los docentes que los apoyan que les hace gritar “¡Fuera fascistas de la universidad!”, confundiendo conservador, liberal y libertario con “fascista”, y creyendo que todo centro universitario es suyo.

Lo que está pasando es que la juventud se rebela contra el oficialismo enemigo de la libertad. No hace falta tener un doctorado en Psicología para saber que las prohibiciones y las obligaciones desde el poder generan un efecto rebote. La idea izquierdista de que nos hace más libres prohibir palabras, pensamientos y conductas en la vida social es tan contradictoria que alguna vez tenía que explotar. Tampoco hace falta tener un máster en Ciencias Políticas para ver que el desprecio continuado a un grupo genera una actitud defensiva. Más claro: predicar que un hombre heterosexual es tóxico si no está “desmasculinizado” (léase “adoctrinado”), acaba produciendo rechazo que al ser compartido favorece la asociación. No se puede decir a los chicos que son violadores en potencia ni negar su presunción de inocencia, como han hecho María Jesús Montero y la ministra de Igualdad, y no esperar que haya consecuencias.

“Esos jóvenes han visto que, al tiempo que se les quería imponer una forma de ser y pensar, el sistema progresista no les ha favorecido”

Esos jóvenes han visto que, al tiempo que se les quería imponer una forma de ser y pensar, el sistema progresista no les ha favorecido la vida ni aumentado el bienestar. El empleo escasea y es precario, y la vivienda es prohibitiva. Además, muchos creen que para integrarse en la vida social deben repetir el dogma progresista en el lenguaje y en el comportamiento. Insisto: se les hace creer que la libertad es cumplir las prohibiciones conductuales y léxicas. De esta manera esa juventud sufre el bombardeo sobre las bondades del paraíso progresista y no disfruta de ninguna de sus ventajas. Esas personas sienten que la forja de la sociedad izquierdista se hace a su costa.

En su burbuja, los medios y docentes de izquierdas piensan que esos jóvenes universitarios son de derechas porque son ignorantes o les falta adoctrinamiento. Son acusados de carecer de conocimientos en derechos humanos (cuando se les niega el derecho de asociación, expresión y reunión), de pensamiento crítico (cuando esa derecha se visibiliza contra los dominadores) y de “alfabetización digital”, porque, claro, las redes que no son de izquierdas son tóxicas. A ver: si los jóvenes escuchan que su identidad conservadora y antiprogre se debe, en suma, a que son idiotas”, o porque no han tragado todo el dogma izquierdista, se les carga de razón.

La universidad, en suma, no se ha hecho de derechas, sino plural, como la democracia, pese a que escueza a la extrema izquierda. Ahora solo falta que se permita la convivencia en libertad e igualdad de derechos, incluso respetando a la inmensa mayoría que va a estudiar y nada más. Porque esa es otra. La mayor parte de los universitarios tienen otras prioridades en su vida más allá de una huelga convocada por un Sindicato de Estudiantes cuyos dirigentes tienen más de 30 años, una manifestación dirigida por un partido que necesita carne de cañón, la conferencia de un político que busca autobombo, o una recogida de firmas que solo sirve para pagar el sueldo a un activista que ni estudia ni trabaja. Si no me creen, pregunten.

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