Los ministros-candidatos del PSOE
«El ejecutivo comatoso sirve, aparte de su apetencia en ser tertuliano de la actualidad, como trampolín de cara a las futuras elecciones autonómicas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
¿Quién va a querer ser ministro? Y no lo digo por la exigencia del puesto, el sueldo normalito, la exposición permanente, las críticas inmisericordes, la obligación de sonrisas impostadas y elogios hipócritas al compañero. Digo, ¿quién va a querer ser ministros en el Gobierno de Pedro Sánchez? Tampoco se piensen que lo pregunto porque el Gobierno se encuentre en parálisis a la espera de lo que dicte el vizconde de Waterloo, hablo del tiempo. Y más en concreto, el tiempo de esa modalidad que se ha inventado el presidente Sánchez: el ministro-candidato. El ejecutivo comatoso sirve, aparte de su apetencia en ser tertuliano de la actualidad, como trampolín de los ministros de cara a las futuras elecciones autonómicas.
No es un nuevo artefacto, porque hubo una primera prueba. Igual se acuerdan de que en España afectó sobremanera una pandemia, y que el ministro que cogió una popularidad tremenda, dada la coyuntura, fue Salvador Illa. La cuota del PSC en el Gobierno central que pudo haber caído en Industria y Turismo o en la cartera de Juventud e Infancia, pero recaló en Sanidad. Y lo que parecía un caramelito de ministerio, se tornó en un agente fundamental para intentar salvar el mayor número de vidas. Y el Gobierno, en su modus operandi, tras haber negado día sí día también que el ministro de Sanidad iba a apartar a Miquel Iceta como aspirante a la Generalitat, anunció que el elegido era Illa. Continuó unas semanas más como rostro de la acción del gobierno contra la Covid-19, a la vez que mostraba su cara conciliadora al votante catalán.
Aquello funcionó. Por obra y gracia, se dice, de Iván Redondo. El ministro-candidato había dado sus efectos electorales. Ahora Sánchez, sin pandemia, sin Redondo y hasta sin presupuestos, ha optado por extender este pluriempleo en el ejecutivo. Óscar López, en Madrid; Pilar Alegría, en Aragón; María Jesús Montero, en Andalucía; Ángel Víctor Torres, en Canarias, y Diana Morant, en la Comunidad Valenciana. Ministros y a la vez, secretarios generales del PSOE en sus comunidades, y por ende, con casi toda seguridad, futuros candidatos a los comicios autonómicos. Esta dualidad donde es más evidente, al menos en las últimas semanas, es en dos plazas grandes: Andalucía y Madrid. La primera fue el feudo socialista durante cerca de 40 años, la segunda es la aspiración eterna del PSOE que lleva sin alcanzar el poder regional desde hace 30 años. Y 38 sin tener un alcalde socialista en la capital de España.
Y dado que los cinco ministros-candidatos no son parlamentarios autonómicos, ni siquiera residen la mayoría de días en sus comunidades, puesto que su despacho está en Madrid, tienen que aprovechar la más mínima ocasión para sacar a relucir el palo al gobernante rival. Sean donde sea. Parlamento, Congreso o Senado. Mitin, entrevista, canutazo. Por ello, nos encontramos con escenas como la protagonizada por Diana Morant, ministra de Ciencia, quien anunció que el Gobierno de España iba a reforzar el juzgado de instrucción que instruye la causa de la dana. La encargada de la Ciencia, como a su vez es la encargada de criticar a Mazón, se quiso colgar la medalla del refuerzo del juzgado. Se acabó llevando el palo del CGPJ: solo ellos son los que pueden decidir si dotar de más medios a un juzgado.
En el caso de López, como ya le apodó Alsina en Onda Cero, hablamos más que del ministro para la Transformación Digital, es el ministro para la Transformación madrileña. Si se dan un paseo por su cuenta de X, cuatro de cada dos mensajes son con referencia a Ayuso, al novio de Ayuso, a la Comunidad de Madrid, a las residencias, lo poco empática que es Ayuso, su soberbia, su mirada. Todo acaba y termina en Ayuso. Es extraño ver como el ministro encargado de, por ejemplo, hablar de las buenas aplicaciones que puede tener la IA en la salud, en la mensajería, en los servicios públicos, está más obsesionado con la líder popular que con la materia por la que se le paga el sueldo. Y no desfallece en la tarea, inasequible al desaliento, el ministro-candidato quiere coger fuerzas, plantarle cara a la presidenta de Madrid. De momento, es cierto, con poco eco fuera de su parroquia.
«Los ministros-candidatos deberían centrarse más en gobernar que en aspirar a gobernar en sus comunidades autónomas, pero claro, para gobernar habrá que pedirle permiso a Puigdemont»
Y Andalucía. Menudo fin de semana ha tenido la vicepresidenta del gobierno y candidata para liquidar a Juanma Moreno, se llama María Jesús Montero, y no tiene horas al día de tanto que trabaja. Ella se deja la piel, porque no hay político en España que no sea un despellejado, para controlar la pasta en España, ser la vicepresidenta primera del gobierno, vicesecretaria general del PSOE, secretaria general del PSOE andaluz, y mitinera en los fines de semana para despreciar la presunción de inocencia, y luego pedir disculpas. Tanto trabajo no es bueno, sano ni razonable. Los ministros-candidatos deberían centrarse más en gobernar que en aspirar a gestionar las comunidades autónomas donde perdieron el sillón, pero claro, para gobernar habrá que pedirle permiso a Puigdemont. Y a él no le hablen de trabajo. Lleva viviendo del cuento buena parte de su vida.