The Objective
Antonio Agredano

El 'monterismo' va a llegar

“En la ministra de Hacienda no hay matices. Es una fuerza política en sí misma, siempre en campaña, siempre en el centro de la tormenta”

Opinión
El ‘monterismo’ va a llegar

Ilustración de Alejandra Svriz

No soy de dar consejos, porque ya bastante tenéis con lo que tenéis, pero, al amparo de esta cabecera aurinegra, me permito el lujo de regalaros uno, sobre todo pensando en mis jóvenes lectores: a las fiestas hay que llegar bebido y charlado de casa. A las fiestas hay que entrar como un noble flemático y ligeramente errante. Ver el percal, picotear algo, y marcharse cuanto antes. Es una gran virtud no acordarse de las cosas.

Porque en las celebraciones se dicen muchas tonterías. Animados por un público entregado, por el burbujeo en las copas, todos cometemos ese terrible error que es expandirse, y empezamos a sincerarnos, que es algo ya demodé. Por eso, insisto, es mejor flotar sobre las cabezas y desaparecer pronto. Hay que evitar siempre decir lo que pensamos, que es una cosa muy vulgar y propia de narcotraficantes, de asesores políticos y de poetas.

Pensaba en este consejo, el del vino abundante y de la conversación profunda, pero preventiva -para evitar extensísimas chapas, propias y ajenas-, y calibraba si pasará algo parecido en los mítines políticos. Que, aún no siendo etílica, tienen algo de borrachera. Sale uno al escenario y cree que la gente quiere oír lo que pasa por tu cabeza, porque aplauden y jalean, y claro, pasa lo que pasa.

Lo hemos visto con María Jesús Montero. Ella no es, desde luego, una política convencional. No ha subido peldaños en el partido desde la base, ni ha escalado posiciones a través de las juventudes o las concejalías. Montero siempre ha sido política, en el sentido más despiadado de la palabra, desde que estudiaba Medicina, esa carrera que, por cierto, nunca ejerció. En lugar de bisturís o consultas, fue el activismo universitario el que la catapultó a la gestión sanitaria.

Hoy, cuando escuchamos hablar de ella, sabemos que en ella no hay matices. Es una fuerza política en sí misma, siempre en campaña, siempre en el centro de la tormenta. Es la número 2 del PSOE federal y del Gobierno de España, la coordinadora política del Ejecutivo y líder del PSOE andaluz, la federación más importante del país. No ha dejado que las circunstancias la detengan. De la gestión hospitalaria saltó a la Consejería de Salud en los tiempos de Manuel Chaves, como independiente. Y en cuanto José Antonio Griñán llegó, ella ya estaba ahí, de pie, preparada, sin pedir permiso.

“Dicen que todos los gobiernos son de coalición entre el titular de Hacienda y los demás ministros”

Susana Díaz le endosó la cartera de Hacienda con una intención clara: que se quemara. Que los números, la deuda y la austeridad terminaran con ella. Veía en Montero una enemiga, una alternativa, una delfina intratable. Y quiso cortar el árbol antes de que diera el fruto.

Pero Montero no solo no se quemó, sino que se fortaleció. Con los recortes que impuso en Sanidad y Educación, con la negociación presupuestaria con IU o Ciudadanos, y con esa permanente guerra con el resto de consejerías, su poder creció. Dicen que todos los gobiernos son de coalición entre el titular de Hacienda y los demás ministros. Montero fue ganando poder interno, negociando partidas, premiando a unas consejerías sobre otras, unos territorios sobre los demás. La cartera que le habían querido imponer como condena se convirtió en su victoria más meritoria. Nadie pudo desplazarla. Nadie se atrevió ya a cuestionarla.

Hay una anécdota que define su impronta. En sus tiempos de consejera, era habitual que, tras el Consejo de Gobierno, que ya rozaba la hora del almuerzo, se sirviera un pequeño piscolabis en San Telmo. Embutidos, queso, canapés. Algo para retomar fuerzas tras la reunión. A una de esas bandejas nadie se acercaba. En concreto, la de los canapés de salchichón. Quedaba intacta hasta que Montero hiciera su interrupción en la sala. Aquellos eran sus favoritos y ningún miembro del Gobierno se atrevía a tocarlos, para no privarla de su bocado preferido. Para no escucharla, quizá. Era una de esas deferencias que sólo se explican desde el poder, de quien se ganó en el día a día sus privilegios. Desde luego, aquel era su territorio. No solo por los aperitivos, sino por la manera en que dominaba la mesa de negociaciones.

Cuando ya parecía que su imagen estaba completamente definida, la provocación y el ruido se convirtieron en su sello personal. No se contentaba con hacer política; ella la reescribía a su manera. Y cuando Pedro Sánchez la buscó para el Ministerio de Hacienda, no se trató solo de un ascenso más. Era la consolidación de su perfil: la de una política que entiende el poder como un campo de batalla en el que no se admiten armisticios.

“Unos la ven como una figura imparable, otros como un exponente de la política del ruido, la provocación y la pelea constante”

Ahora Montero ha vuelto a Andalucía. Aclamada, sin rival, sin necesidad de primarias. Unos la ven como una figura imparable, otros como un exponente de la política del ruido, la provocación y la pelea constante. Mientras, Susana Díaz se convierte en tertuliana en la televisión.

Las campañas ya no son cosa de unos meses. En su caso, se han convertido en una campaña perpetua, donde el objetivo es siempre el mismo: estar en el centro de la conversación, generar ruido, incomodar y, sobre todo, no dejar nunca de dar titulares, para despabilar a los votantes socialistas perdidos.

Pero con la presunción de inocencia, con la demagogia universitaria, su espontaneidad se ha convertido en desacierto. Ella no se prepara los discursos, habita territorios comunes, ideario carpetero, socialismo naif, mucho menos de lo que se espera de una vicepresidenta. Y pasa lo que pasa. Que su frivolidad incomoda, que sus alegatos se les disparan y que hoy no hablamos de una mujer con carácter fuerte y terquedad política, sino de una candidata imprecisa que, entre aplausos, pegaba una patada a nuestra Constitución y a sus valores. El monterismo va a llegar. Canapés, camisetas apijamadas y hablar mucho de casi nada.

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