El emérito a su bola
«Probablemente, si hubiera consultado con la Casa Real, alguien le habría aconsejado con esas dos palabras que tanta prudencia y sabiduría entrañan: «¿Qué necesidad?»

Don Juan Carlos junto a el expresidente cántabro Miguel Ángel Revilla.
Sin ninguna duda, el rey emérito, Don Juan Carlos, está en su derecho de acudir a la Justicia española si considera que se ha vulnerado su honor o se ha atentado contra su imagen. Pero su decisión de demandar al lenguaraz expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, deja una serie de interrogantes sin una respuesta lógica, sensata e, incluso, pragmática.
Aunque le duela que aquel que otrora le obsequió con anchoas y lisonjas se dedique ahora a prevenir al público infantil y conmine a los niños a «no confundir» a los Reyes Magos de Oriente «con otro rey» que está fuera de España y que igual te roba los regalos (en una alusión burlona al emérito) no se entiende por qué se presenta una demanda aislada a Revilla. Son legión quienes se han cebado con él. Existe un batallón de cómicos, que han convertido al emérito en blanco de sus chistes, apelando al animus iocandi. También podría haberla dirigido contra esos políticos que, quizás envalentonados por el aforamiento, igual que lo tiene Don Juan Carlos (que no inviolabilidad, no confundamos los términos, como Revilla, que esto lo dejaron atado y bien atado Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando PP y PSOE rivalizaban cordialmente) han llegado a imputarle delitos que la Justicia jamás le imputó. La propia ex «amiga especial» del emérito, Corinna Larsen, que tanto hizo por hundir definitivamente la imagen de Don Juan Carlos en el fango, en su litigio por los 65 millones de euros que ella consideró una muestra de «gratitud», contra el criterio de él, sería una fuente de inspiración para este tipo de demandas. Vamos, que ideas y nombres con los que emprender su cruzada en defensa de su honorabilidad no le faltan al rey octogenario.
Vaya por delante que la imagen del rey emérito, para bien y para mal, la forjó el propio interesado con sus actos, día a día, los mismos que, en plena Transición, le valieron para convertirse en una figura clave en el impulso de la democracia, tras la dictadura franquista, o los que décadas después, lo colocaron en la picota, por su «peculiar» forma de vivir su vida, sus negocios o sus «servicios» a España. El prestigio, como el desprestigio, se suelen ganar a pulso.
Como periodista, conviví y aprendí de mis mayores, de mis queridos Victoria Prego o Pepe Oneto, a los que sigo echando de menos todos los días; y otros muchos colegas que le trataron mucho más que yo y siempre defendieron su papel institucional, del mismo modo que torcían el gesto al comentar los últimos escándalos que salpicaron de lleno al emérito, con los que se intentó sacudir, por el mismo precio, a la institución, a la monarquía española.
De él comentaban que su personalidad se volvió indómita, de tanto ser y saberse Rey, que, con los años, dejó de escuchar consejos de su entorno y rebajó notablemente su nivel de autocrítica. Ninguna novedad, si tenemos en cuenta que los años nos cargan de razones (la tengamos o no) y de manías, además de dotarnos de un elevado nivel de «pasotismo».
No se trata ahora de embellecer ni de emborronar su figura más allá de lo que lo haya hecho él mismo, pero sí de preguntarnos si esa demanda interpuesta por Don Juan Carlos contra Revilla, va a compensar o no al emérito, sea cual sea el final judicial, o si más bien va a tener un efecto bumerán para el lanzador inicial.
«Salta a la vista –y por si no fuera así, se apresuraron a aclararlo desde la Zarzuela- que el emérito y la Casa del Rey hace tiempo que ni se consultan ni se coordinan»
Por el momento, la demanda en cuestión ha permitido al demandado Revilla regresar con fuerza a los platós y las portadas de periódicos, que lo tenían un tanto olvidado. Por otra parte, el cántabro se ha ocupado de presentar esta rencilla entre jubilados como una especie de «David y Goliat» y se ha permitido relatar, por si se nos había olvidado, todas y cada una de las «decepciones» que ha acumulado en los últimos años, por culpa del emérito. Por último, todo aquel que abomina de la monarquía aprovecha el ruido de fondo para volver a ponerse manos a la obra, al acoso y derribo de nuevo, contra la institución. Y, aunque ya no sea el titular de La Casa, quizás eso no es lo que don Juan Carlos desee…
Probablemente, si hubiera consultado con la Casa Real, alguien le habría aconsejado con esas dos palabras que tanta prudencia y sabiduría entrañan: «¿Qué necesidad?». ¿Qué necesidad había de volver a abrir la caja de los truenos, si le van a explotar a usted, Majestad, en las narices? Pero salta a la vista –y por si no fuera así, se apresuraron a aclararlo desde la Zarzuela- que el emérito y la Casa del Rey hace tiempo que ni se consultan ni se coordinan.
Don Juan Carlos va «a su bola» y hace lo que le viene en gana, en parte porque a su edad y en su circunstancia personal no está para que le digan lo que tiene que hacer, siempre que no le salga de sus reales entrañas. Parece que varios de sus amigos, con los que sigue manteniendo conversaciones y encuentros, le jalean y apoyan su decisión. Y si alguien recuerda al rey campechano el refrán «no hay mayor desprecio que no hacer aprecio» hace caso omiso, que para eso es Rey y octogenario.