El motivo no confesado del rearme europeo
«Hay que preguntarse si detrás del rearme anunciado no se encontrará en buena medida el objetivo de reactivar la economía alemana»

Ilustración de Alejandra Svriz
La Comisión Europea recomienda que los hogares almacenen suministros esenciales como agua, alimentos, medicamentos y baterías, suficientes para sobrevivir al menos 72 horas sin ayuda externa en caso de guerra o algo similar. Es decir, que, como ya ocurrió en la pandemia, puede ser que se agote en los supermercados el papel higiénico.
No es de extrañar. La burocracia de Bruselas está muy interesada en temas nimios como la forma que deben tener los tapones en las botellas de plástico o de eliminar de los medicamentos los prospectos de papel y en otras muchas pijadas más. Por el contrario, no se ocupará lo más mínimo de establecer normas para armonizar entre los Estados el sistema fiscal, el derecho laboral y las prestaciones sociales, aunque sea tan solo para que el mercado único funcione mejor y la competencia entre naciones no se fundamente en una mayor desigualdad social.
Resulta en extremo curioso que la Unión Europea se preocupe ahora de los suministros y almacenamientos domésticos de víveres y otros enseres, cuando se ha desentendido durante todos estos años de preservar la independencia y la autonomía de Europa en el abastecimiento de la energía, de la alimentación, de la industria, etc. A pesar de las amenazas de represalias de Ursula von der Leyen y de Borrell, contra Putin, los países europeos, España entre ellos, han transferido a Rusia, vía compra de gas y otros combustibles durante el tiempo de la guerra, una cantidad mayor de dinero que la que han enviado como ayuda a Ucrania.
Los que persiguen –según dicen– la seguridad de Europa debían comenzar por garantizar su suficiencia en los elementos y factores estratégicos. Tendrían que dedicarse a incrementar la independencia de nuestra economía. Quizás el elemento más novedoso derivado del cambio de administración en EEUU sea la aceleración de un fenómeno que últimamente ha ido apareciendo de una forma más o menos clara, el final de la globalización. En Europa ya se había hecho presente en la guerra de Ucrania. Los europeos experimentamos la debilidad de depender de Rusia en materia energética.
De qué vale que las familias almacenen alimentos y otros objetos necesarios para tres días si puede no estar garantizado en Europa el suministro eléctrico. Lo del kit de supervivencia es un mal chiste. Da toda la impresión de que está destinado a crear en las sociedades un clima prebélico tendente a que acepten con mayor facilidad el incremento de los gastos de defensa.
«Los países europeos, al tiempo que estaban a punto de entrar en guerra con Rusia, dependían de ella en el aprovisionamiento de energía»
No deja de ser chocante el hecho de que los países europeos, al tiempo que estaban a punto de entrar en guerra con Rusia, dependían totalmente de este país en cuanto al aprovisionamiento de energía. Resulta también paradójico unir la visión que ahora quieren transmitirnos de Rusia y de Putin como una amenaza inminente de generar la tercera guerra mundial y las relaciones de amistad y profesionales que antes de la invasión de Ucrania mantenían con ellos distintos mandatarios europeos, que ocupaban altos cargos en las principales multinacionales rusas.
Matteo Renzi, quien fuera primer ministro de Italia entre 2014 y 2016 ocupaba el puesto de consejero de Delimobil, la mayor empresa de carsharing de Rusia. Austria es el país que se encontraba a la cabeza en el número de políticos implicados, con tres excancilleres y dos exministros con intereses financieros en empresas rusas. Entre ellos destacan Wolfgang Schüssel, Christian Kern y Karin Kneissl. El primero de los citados, del Partido Popular austriaco, fue canciller de su país entre febrero de 2000 y enero de 2007. Tras dejar la política se incorporó al consejo de supervisión de Lukoil, la mayor petrolera de Rusia. El segundo, Christian Kern, exjefe de Gobierno izquierdista austriaco, que ocupó el cargo de canciller entre 2016 y 2017, al acabar su mandato se incorporó al consejo de administración de Russian Railways, la empresa estatal rusa de transporte ferroviario.
Especialmente llamativo ha sido el caso de Karin Kneissl, periodista austríaca que ejerció como ministra de Asuntos Exteriores entre 2017 y 2019. A su boda asistió el mismo Putin, ya que tenía con él una amistad personal. En Finlandia,Paavo Lipponen, presidente del Partido Socialdemócrata y primer ministro entre 1995 y 2003, se convirtió poco después de dejar el cargo en asesor del proyecto de gasoducto Nord Stream impulsado por Gazprom. El antecesor de Lipponen como primer ministro de Finlandia, Esko Aho, pertenecía al consejo de supervisión de Sberbank, uno de los mayores bancos rusos. El exprimer ministro francés François Fillon pertenecía a los consejos de administración de la compañía de hidrocarburos Zarubezhneft y de la mayor productora petroquímica de Rusia, Sibur.
Es posible que a la cabeza de todos se encuentre Gerhard Schröder, el que fuera canciller de Alemania entre 1998 y 2005, amigo personal de Vladimir Putin. Poco antes de dejar el sillón, concedió un aval público de 900 millones de euros a la energética rusa Gazprom. Tras su cese, se convirtió en asesor de esta empresa. Tenía también un alto cargo en Nord Stream. Y ahora los mandatarios actuales de todos esos países nos vienen a decir que Rusia es la gran amenaza bélica y que Putin es el demonio con cuernos.
«Las reglas fiscales llevan suspendidas demasiado tiempo; se ha justificado por la pandemia, la guerra de Ucrania y el rearme»
Doña Ursula, ella siempre tan bélica –ya lo demostró durante estos años en la guerra de Ucrania–, cogió su fusil y ha anunciado un plan de rearme para Europa, 800.000 millones de euros. Bien es verdad que dijo esa cantidad como podía haber propuesto otras, porque en realidad Bruselas solo piensa aportar 150.000 millones, y eso en forma de préstamos. El resto ascenderá a la suma de las cuantías a las que se comprometan los países, o más bien a las que al final gasten, porque habrá muchos, como España, que apalabren una cosa y terminen haciendo otra. Hay quienes que, como Doña Úrsula, proponen que al menos en parte el armamento fuese adquirido globalmente por la Unión. Después de la experiencia de las vacunas no parece muy buena idea.
Bruselas aporta algo más, el ofrecimiento de permitir que el aumento del gasto en defensa no tenga que computar a efectos de las reglas fiscales. Ursula, a diferencia de Sánchez, no cree en los milagros. Tiene claro que un incremento en el gasto de defensa debe tener su contrapartida, bien en la reducción de otra partida de gasto, bien en un incremento de los impuestos, bien en una mayor emisión de la deuda, que se traduce en una o en las dos opciones anteriores solo que para el futuro. Parece ser que la Comisión de doña Ursula se ha inclinado por la tercera que es la más fácil de adoptar políticamente hablando, pero tal vez la más dañina, tanto más cuanto que llueve sobre mojado. Las reglas fiscales llevan suspendidas demasiado tiempo; el retraso se ha justificado primero por la pandemia, más tarde por la guerra de Ucrania y ahora por el rearme.
Tal laxitud en el tema fiscal estuvo en el origen de la inflación pasada. Al menos fue un obstáculo en la lucha que frente a ella mantuvo el BCE. La situación que se creó en Europa fue claramente esquizofrénica: mientras el BCE pretendía contraer la demanda, mediante la subida de intereses, los gobiernos la incentivaban, incrementando el gasto público, con lo que forzaban al banco emisor a nuevas medidas restrictivas, que a su vez tendrían más efectos negativos para los ciudadanos.
Esta política fiscal se ha traducido en un fuerte incremento generalizado del endeudamiento público. En cuatro países, entre los que se encuentra España, el monto de la deuda sobrepasa el cien por cien del PIB y la media del de la eurozona alcanza el 90%. A estas cifras hay que añadir la deuda mutualizada por la Unión Europea, de la que también deben responder lógicamente todos los países. Y eso a pesar de que entre los pocos efectos positivos de la inflación se encuentra el de reducir el porcentaje sobre el PIB del endeudamiento público.
«El BCE ha anunciado ya que el futuro proyecto de rearme europeo va a tener un efecto inflacionario»
El nivel de deuda pública en el que nos hemos situado es sin duda muy alarmante, solo sostenible si el BCE continúa comprando los títulos. ¿Pero hasta cuándo va a querer o poder hacerlo? El balance de esta institución supera ya los siete billones de euros y es muy posible que llegue a los ocho el próximo año. Multiplicará así por cuatro la cifra (dos billones) que tenía con anterioridad a la crisis de 2008. La situación presenta una evidente inestabilidad a medio plazo, y deja poco margen para continuar incrementando los déficits y el endeudamiento total.
El BCE ha anunciado ya que el futuro proyecto de rearme europeo va a tener un efecto inflacionario. No puede ser de otro modo. El incremento en el nivel de precios crea, sin duda, graves problemas al funcionamiento de la economía y distorsiona el reparto de rentas entre los ciudadanos, favoreciendo a unos y perjudicando a otros. Entre estos últimos se encuentran principalmente los asalariados. Lo ocurrido en los ejercicios pasados lo atestigua. El coste social existe y es importante, solo que quizás se encuentra más escondido y camuflado.
La política que en los momentos presentes propugnan los mandatarios europeos contrasta fuertemente con la aplicada en la crisis pasada de 2008. Da la sensación de que están practicando la ley del péndulo, situándose en ambos casos en los extremos. Esta actuación asimétrica y totalmente errática, acaso pueda explicarse primero porque se trata de aplicar en cada momento aquellas políticas que favorecen a Alemania, y segundo por la ingravidez de la Comisión y de su presidenta, sin ninguna autoridad frente a los Estados, y principalmente frente al país germánico.
En esta ocasión es principalmente la economía alemana la que está al borde de la recesión. Ha sido a ella y a sus empresas a las que ha afectado en mayor medida la crisis energética. Es por eso por lo que su Parlamento (ni siquiera han esperado al establecimiento del nuevo) se ha apresurado a modificar la Constitución y cambiar totalmente de política. Hubiera sido impensable hace 20 años. Han aprobado un fuerte incremento del gasto público y del endeudamiento. Ello conlleva un efecto colateral: que la prima de riesgo ha dejado de ser un buen indicador del coste de la financiación de un país porque es el mismo tipo de interés de Alemania el que puede incrementarse sustancialmente.
Hay que preguntarse si detrás del rearme anunciado no se encontrará en buena medida el objetivo de reactivar la economía alemana. Para esta finalidad, dada la importancia que en ella tiene el superávit exterior, se necesita no solo la laxitud fiscal de este país, sino de toda Europa. De ahí la insistencia en que las armas que adquieran los países europeos sean principalmente de producción europea. Lo que ocurre es que eso no es tan fácil, al menos a corto plazo. Hoy el 70% de ellas proviene de EEUU. Al final puede ocurrir que sea Trump el que salga ganando de la psicosis bélica.