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Paulino Guerra

Los amigos pacifistas de Putin

«La extrema izquierda gubernamental anuncia que no apoyará las partidas del rearme. Lo paradójico es que lo llevan haciendo desde hace varios años»

Opinión
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Los amigos pacifistas de Putin

La secretaria general de Podemos, Ione Belarra, luce una camiseta con el lema 'no a la guerra'. | Eduardo Parra (Europa Press)

Después de larga ausencia, aquí está de nuevo, por fin, la brigadilla española de la cultura, ese submarino del buenismo vano que emerge en unas guerras y se camufla en otras, para advertir de los peligros del rearme europeo. En compañía de pacifistas de atávico abolengo, como las señorías de Bildu, un grupo de actores escenificó hace unos días desde las escalinatas del Congreso su oposición al acuerdo mayoritario de los gobiernos democráticos europeos de incrementar el gasto en defensa para disuadir a los rusos de un eventual ataque a los países europeos antaño sometidos por el comunismo soviético.  

Nos habían dicho que la democracia, la solidaridad y el internacionalismo eran principios enraizados en la conciencia cívica de todo buen progresista, pero nuestros comediantes del otro día leyeron (por cierto, regular) un texto muy doméstico en el que se hablaba mucho de pensiones, hospitales, universidades o violencia machista. Pero se olvidaron del primer estandarte de la civilización europea: el de la libertad, el de «la libertad para ser libres», con la que el socialista Fernando de los Ríos replicó a Lenin a su cínica pregunta de ¿libertad para qué?

Los pretendidos portavoces de la cultura hablaron del «genocidio» de Gaza, pero no tuvieron ni una palabra de aliento para el martirizado pueblo ucraniano que también lleva ya miles de muertos por defender algo tan reaccionario como su soberanía y su libertad. Ni un gesto para los huérfanos, los niños secuestrados por Rusia, las ciudades reventadas o los millones de personas que están en el exilio. «Nos preocupa que esta estrategia (la del rearme) lleve a una larga guerra con Rusia, que sabemos que no es para defender el derecho internacional humanitario, la libertad, los derechos humanos o proteger a los más débiles», leyeron fría y mecánicamente, dejando la duda de si lo suyo es un problema de compresión lectora o más bien de una exquisita e inmoral equidistancia. Es lo que George Orwell resumió de una manera implacable: «El pacifismo es objetivamente pro-fascista. Si se obstaculiza el esfuerzo bélico de un bando, se ayuda automáticamente al del otro».

Pero la brigadilla de la cultura, irrelevante por sí misma, no está sola en este asunto, tiene su público fundamentalmente entre esa izquierda bautizada ahora con conceptos de manual de autoayuda (Podemos, Sumar, Unidas Podemos, etc.), pero cuya doctrina geoestratégica se remonta a las dos Guerras Mundiales y la posterior Guerra Fría. Antaño, como ahora, la izquierda de origen comunista siempre fue lógicamente antiamericana, prorrusa y anti-OTAN, y además manejó con una gran soltura la retórica de la paz. Fueron y son pacifistas a conveniencia. Así, por ejemplo, en 1939 apoyaron el Pacto Molotov-Ribbentrop entre nazis y soviéticos, por el que los dos monstruos (Hitler y Stalin) se repartieron Polonia y después los rusos invadieron las repúblicas bálticas. Y posteriormente apoyaron el Pacto de Varsovia y la mayoría de las empresas del expansionismo soviético, incluida la invasión de Hungría en 1956, de la misma manera que ahora miran para otro lado ante la invasión rusa y siguen alentando a la dictadura cubana o la Venezuela de Maduro. Sin embargo, esas posiciones nunca les impidieron adueñarse del discurso de la paz, una herramienta diseñada a finales de los años 40 por la URSS y apoyada por todos los partidos comunistas satélites para atacar el imperialismo yanqui. Incluso se inventaron un artefacto llamado Consejo Mundial de la Paz, financiado por los soviéticos, que perduró hasta los años 60, con sus comités, sus encuentros mundiales por la paz y los imprescindibles congresos de intelectuales de tactismo pacifista.

Ahora la presa a devorar es Ucrania. Los rusos pretenden anexionarse todo el territorio que puedan, mientras Donald Trump (que también quiere su oro de Moscú) amenaza con quedarse con el 50 por ciento de sus materias primas para cobrarse la ayuda militar. Y la respuesta de los partidos de la extrema izquierda es tan candorosa como la de aquella periodista que interpeló al Gobierno tras el asesinato de Ernest Lluch por ETA para exigirle: «Ustedes que pueden, dialoguen». Nunca se repite lo suficiente que la diplomacia y el diálogo no sirven para aplacar a los criminales, como aprendieron con «sangre, sudor y lágrimas» Neville Chamberlain y su ministro de Exteriores, Lord Halifax, en sus fracasadas políticas de apaciguamiento frente a los nazis.

«Ya lo habían hecho antes con el cambio de posición sobre el Sahara y con el envío de armas a Ucrania. Pero así son los amigos pacifistas de Putin»

Por ello, es normal que la Europa Central y del Este tenga miedo. Quizás no la población española, que se siente protegida por la modorra y la distancia, pero sí los sufridos polacos, las tres repúblicas bálticas, que apenas llevan 30 años de independencia o Finlandia, un país con menos población que la Comunidad de Madrid y casi 1.400 kilómetros de frontera con Rusia, que ya tuvo que ceder el 10 por ciento de su territorio en 1940 en otra invasión de los rusos. 

Pero la respuesta de esa grotesca y espuria coalición de ‘patriotas’ que va de Vox, a Sumar, Bildu, Podemos, Orban o Le Pen, es la inacción, que Ucrania dejé ya de resistirse y que Europa deje hacer. En el caso español, la extrema izquierda gubernamental anuncia que no apoyará las partidas del rearme. Lo paradójico es que lo llevan haciendo desde hace varios años. Tomando como base los Presupuestos Generales de 2023, el Gobierno de coalición de PSOE y Podemos, ya había incrementado el presupuesto del ministerio de Defensa, en un 42,5 por ciento, eso sí, entre grandes aspavientos de Podemos, que siempre decía sentirse traicionada por su socio. Y esta misma semana el Consejo de Ministros aprobó elevar el gasto en esa materia en otros 2.080 millones.

Recientemente, la ministra Sira Rego decía que se iba a movilizar por el no a la guerra porque tiene un hijo (los ucranianos también los tienen), pero al ser preguntada si dejaría el Gobierno si éste incrementaba el gasto militar, respondía: «no es un elemento que esté ahora en la agenda». Ese es el nivel de dignidad y coherencia. La continuidad en el cargo por delante de los principios. Ya lo habían hecho antes con el cambio de posición sobre el Sahara y con el envío de armas a Ucrania. Pero así son los amigos pacifistas de Putin. En este Gobierno las convicciones siempre ceden cuando se enfrentan a los intereses personales. 

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