The Objective
José Luis González Quirós

La mentira fundacional de la legislatura

“Sánchez se ha propuesto alzar un muro de mentiras que oculte el precio que está pagando por mantenerse en el poder y que, naturalmente, paga con nuestro dinero”

Opinión
La mentira fundacional de la legislatura

Alejandra Svriz

A quienes comparan, no sin motivos, las figuras de Trump y nuestro Sánchez, se les suele escapar una diferencia nada menor que reside, precisamente, en la absoluta independencia política de Trump y, en el caso de Sánchez, su subordinación ante terceros que, por más que intente ocultarlo, le hace llevar una vida política azarosa. Es verdad que la manera en que actúan, como si no hubiese otro poder que el suyo, los asemeja, pero, así como Trump puede presumir de suficiencia y hacer lo que se le ocurra, al menos de momento, Sánchez tiene que estar continuamente pidiendo permiso para dar el menor paso. En consecuencia, se ha especializado en hacer que hace o, lo que es lo mismo, en acabar haciendo lo que le exigen sus diversas ataduras.

La situación para Sánchez tiene que ser incómoda, pero es mejor que su contraria, verse fuera del poder, que es lo mismo que le pasaría a cualquiera de los que le atan con exigencias muy de parte, de manera que entre las limitaciones recíprocas puede asegurarse que han construido una fórmula duradera, pues no parece haber ningún Sansón capaz de derribar el templo que los acoge a todos haciendo que caiga sobre sus cabezas.

El fundamento de todo este enredo político al que nos vemos sometidos los españoles está en la mentira fundacional del sanchismo. Cuando Pedro Sánchez vio los resultados de las elecciones de julio de 2023 enseguida supo encontrar una narrativa que le sirviese para evitar que el PP pudiese desalojarlo de la Moncloa. Dijo dos cosas al tiempo, una correcta, la otra falsa por completo. Afirmó que “somos más” y era cierto que la oposición había sacado menos votos y menos escaños que el resto de la Cámara, pero unió esa contabilidad correcta a una afirmación completamente falsa “hay una mayoría progresista”.

Sánchez que ya había roto con la tradición socialista de no hacer gobiernos con su izquierda, del mismo modo que la UCD no había hecho gobiernos con una AP bastante a su derecha, dio un paso más e incorporó a su supuesta mayoría no solo a la extrema izquierda que ya le había acompañado en la anterior legislatura, sino a las minorías nacionalistas y/o separatistas que acudieron raudas en su auxilio seguras de que su botín sería de los que hacen época. Así ha sido y así seguirá siendo mientras la astucia política de Sánchez, nada distinta de su irresponsabilidad histórica, le permita conservar algo que pueda ofrecer a sus insaciables socios.

Sánchez se ha convertido por decisión propia en un presidente obligado a mentir, a simular, a decir una cosa y hacer la contraria. Su conducta no es accidental ni es caprichosa, responde a la necesidad derivada de su mentira fundacional. Al no poder hacer un gobierno progresista está haciendo lo que más se le puede parecer a los ojos de un izquierdismo a la vez fanático y candoroso, un gobierno destructivo. En honor a la verdad hay que reconocer, contra los más pesimistas, que le queda tajo, ha destruido muchas cosas, pero todavía le queda mucha tela por cortar y parece estar justificando la mirada de los más optimistas porque sus esfuerzos por destruir están siendo mucho más efectistas que efectivos.

“Es preciso acabar con esa política de cabildeo e intrigas secretas cuyo mayor representante es el saltimbanqui llamado Zapatero”

Hay dos razones para sostener esta tesis: en primer lugar, es evidente que el Estado, que está sufriendo duras embestidas, tiene más aguante de lo que algunos esperaban. Sánchez es persistente acosando a la Justicia, por poner el ejemplo más obvio, pero los jueces y, en la medida en que puede, una parte importante de la fiscalía, se resisten bravamente a las extorsiones políticas y nada indica que esa resistencia vaya a flaquear en el futuro, más bien parece que los que han estado dispuestos a manchar su toga con el polvo del camino pueden acabar mal, mucho peor de lo que calcularon.

La segunda razón es que nada de lo que se está estropeando es irreversible; habrá daños cuya curación lleve tiempo, pero lo importante es acabar con la tendencia al derribo del edificio constitucional, basado en la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” que “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. 

No cabe pensar que un Gobierno distinto haga otra cosa que proponerse con seriedad la reforma y restauración de las partes dañadas del edificio constitucional. Para cualquier español que estime que una democracia liberal como la nuestra ha sido la conquista política más importante desde los inicios de la España contemporánea no cabe la menor duda de que se hace preciso acabar con esa política de cabildeo e intrigas secretas cuyo mayor representante es sin duda el discretísimo saltimbanqui llamado José Luis Rodríguez Zapatero a quien Teresa Freixas acaba de bautizar brillantemente como el factotum en un artículo de ayer mismo en THE OBJECTIVE.

España no puede seguir siendo un país en el que todo lo que pasa se cuece a hurtadillas de los electores, cuando lo mismo se cede el Sáhara a Marruecos que se pactan gravísimas afrentas al sistema constitucional con un prófugo de la justicia que, para más inri, no representa a ninguna mayoría en Cataluña (tuvo en Barcelona el 9,68% de los votos y en Gerona, su mejor resultado, se quedó en el 19,58%), pero ha podido impedir con sus siete escaños en el Congreso que Sánchez presente presupuestos, lo que es una obligación expresa del texto constitucional. Este sometimiento a un chantaje permanente es el precio que Sánchez nos está haciendo pagar a todos para seguir manteniendo la ficción de que es él quien gobierna.

“La supuesta mayoría de Sánchez la podría haber montado con mejores números Felipe González en 1996, pero no lo hizo”

Si se miran los resultados de 1996, se comprende muy bien la diferencia entre la conducta mentirosa y suicida de Sánchez y el buen sentido político del PSOE de 1982. La supuesta mayoría de Sánchez la podría haber montado con mejores números Felipe González en 1996, pero no lo hizo y eso que no faltaron quienes le sugiriesen la jugarreta. El líder socialista comprendió entonces que la democracia tiene que salir adelante dejando espacios al cambio político, contra el que luchó con todos los medios lícitos a su alcance, y ahí estuvo su grandeza y su diferencia respecto a quienes no quieren admitir otras opciones que las de su propia dogmática.

Sánchez, que en algún momento pareció un tanto distinto a Zapatero, se ha propuesto alzar un muro, y en eso vuelve a parecerse a Trump, pero no un muro de progresismo frente a la barbarie sino un muro de mentiras que oculte el precio que está pagando por mantenerse en el poder, aunque, naturalmente, lo paga con nuestro dinero, otra diferencia con Trump que, al menos, se paga sus extravagancias sin meter la mano en los bolsillos de los ciudadanos, mientras que Sánchez no para de robarnos el fruto de nuestro esfuerzo para seguir unas horas más al frente de una mentira grotesca disfrazada de Gobierno progresista.

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