Entregados a Marruecos
«El máximo defensor de un estado palestino propio para Gaza y Cisjordania es incapaz de entender lo mismo para el pueblo saharaui»

Pedro Sánchez y el rey Mohamed VI de Marruecos en un encuentro.
Nadie sabe qué es lo que ocurrió en los días o semanas previas a abril de 2022 cuando España, o mejor dicho, cuando Pedro Sánchez y su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, traicionaron la política de estado que, desde la muerte de Franco, habían mantenido todos los gobiernos democráticos españoles apoyando un referéndum de autodeterminación para el Sáhara Occidental.
Han pasado tres años desde que a solas y en contra, incluso, de un Congreso de los Diputados que, excepto el partido socialista, fue unánime al votar en contra de reconocer el plan marroquí de autonomía saharaui bajo su soberanía. Tres años en los que apenas se ha conseguido a cambio, y hace solo unos meses, las supuestas aperturas de la aduana de Ceuta y la reapertura de la de Melilla, cerrada por Marruecos en 2018. Supuestas porque Marruecos apenas permite el intercambio de productos y el tráfico de mercancías está muy limitado, es asimétrico y se encuentra bajo veto marroquí. Tres años han pasado y el otro gran logro que Sánchez vendió para justificar su giro, el del control del flujo migratorio por parte de Marruecos, sigue siendo un grifo que se abre y cierra a capricho marroquí.
La visita a Madrid, casi por sorpresa este Jueves Santo, ya que no aparecía en la agenda semanal, del ministro de exteriores marroquí, Nasser Bourita, para “celebrar el excelente estado” de las relaciones bilaterales entre los dos países, ha vuelto a mostrar la evidencia de que es nuestro “amigo” del sur el que decide los momentos, los contenidos y los mensajes de las relaciones bilaterales. Albares, al igual que hace Sánchez con Mohamed VI, se limita siempre a aportar su sumiso y entusiasta apoyo a lo que decida Rabat.
Y esta vez Albares ha ido más allá dando solemnidad y empaque a una declaración en Madrid en la que tras afirmar que las relaciones entre los dos países marcan el “mejor momento de su historia” afirma que “España considera la iniciativa marroquí sobre el Sáhara Occidental como la base más seria, creíble y realista”. Y punto. No hay más. España reconoce la soberanía marroquí sobre el Sáhara que reclama el Frente Polisario y sobre la que todavía existe un mandato de Naciones Unidas para un referéndum.
Nadie sabe que pasó hace tres años para esta traición al sentir prosaharaui de la mayoría de la población española, de todos los partidos políticos y de la justicia política y moral. De todos, no. Una vez más es vergonzoso el silencio en las filas del PSOE que siempre llevaron a gala la defensa de los derechos del pueblo saharaui. Nadie sabe qué pasó, pero muchos se temen que pudiera tener relación con un hecho que coincidió casi en el tiempo. Hablamos del hackeo de los teléfonos del mismísimo presidente del Gobierno y de varios de sus ministros, con la tecnología israelí Pegasus. Nadie sabe qué había en esos móviles y por qué pudieron provocar un giro tan radical.
Desde entonces la situación de nuestra política exterior con Marruecos ha caído en las redes de Rabat. No es coincidencia que desde hace ya tiempo hubiera dos personajes siempre oscuros y dudosos en sus andanzas y amistades del sur, como el anterior presidente de Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y el que fuera su ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos. Ya es habitual que en nuestra política exterior, cuando algo no es trasparente, o se dobla el derecho internacional, o se huelen ocultos intereses económicos multimillonarios, aparece la sombra de Zapatero. Como pasa en Venezuela o ahora mismo con China. Nunca está claro su papel, pero es el mismo Zapatero el que se encarga de airear que él está metido en el ajo.
Marruecos es una prueba más de la incoherencia geopolítica de Sánchez. El máximo defensor de un estado palestino propio para Gaza y Cisjordania es incapaz de entender lo mismo para el pueblo saharaui. El dirigente de la UE más crítico y exigente siempre con Israel, con acusaciones que han elevado la tensión hasta llegar incluso a la ruptura de relaciones diplomáticas, es suave como un corderito con la opresión marroquí sobre la población saharaui.
Las contradicciones de nuestro Gobierno no se quedan ahí. España se ha enfrentado muy duramente con Israel, que es ya uno de los mayores aliados políticos y militares de Marruecos, al que está facilitando la más avanzada tecnología electrónica, militar y de seguridad. El país alauita lleva años de escalada en sus gastos de defensa. Algunas fuentes lo sitúan ya en el 10% de su PIB. Y lo hace principalmente a través de su gran aliado estratégico, que no es otro que Estados Unidos. Ya logró hace cuatro años con Donald Trump de presidente el apoyo norteamericano a su plan sobre el Sáhara. A cambio, Marruecos abrió y encabezó el reconocimiento de algunos países árabes a Israel. La amistad de los dos países es enorme y no cesa el rumor del riesgo de que EEUU decida trasladar su base militar de Rota a costas marroquís.
La capacidad militar de Marruecos sigue creciendo en teoría por su disputa tradicional con Argelia. Algunos observadores advierten, sin embargo, que esos drones y misiles que apuntan a su gran rival del norte de África pueden apuntar también a su supuesto “amigo” europeo. No olvidemos que Marruecos nunca ha renunciado a incorporar Ceuta y Melilla a su territorio. Y que tras su anexión del Sáhara, su ambición territorial avanza ahora por la explotación de las aguas cercanas a Canarias.
Pareciera que tanto al Gobierno como a gran parte de la sociedad española le costará reconocer que si España tiene algún riesgo militar cercano, ese es el marroquí. Ahora estamos en plena tormenta internacional porque tanto Trump, como la OTAN, como la UE, exigen a España un crecimiento del gasto de defensa que sigue sin llegar al 2%. Lo más paradójico es que esa obligación surja por la guerra de Ucrania y no por las reales necesidades de mantener cierto nivel de eficacia y modernización de nuestras fuerzas armadas ante el riesgo real que tenemos al sur.
Marruecos es el gran problema y también, de momento, la gran solución. Siendo la mayor amenaza que existe contra territorio español, es a la vez el gran tapón que puede frenar no solo los flujos migratorios, sino la expansión peligrosa del yihadismo del Sahel. Una amenaza latente y creciente donde se mezclan los fundamentalistas islámicos con la presencia cada vez mayor de intereses militares rusos en muchos de esos países. Marruecos sigue siendo una pseudodemocracia donde el rey mantiene el total control del poder político. El riesgo de una involución fundamentalista islámica siempre ha estado ahí. Sin embargo, hay que reconocer que Mohamed VI en los últimos años ha conseguido con éxito el apoyo a su plan del Sáhara tanto de Trump, como de un resistente Macron o de un entregado Sánchez. Incluso su expansionismo con el Sáhara no es penalizado por los países del Golfo Pérsico.
No es fácil el equilibrio con Marruecos, pero nunca en la historia española lo fue. Lo que nadie pensó es que nuestra política exterior fuera a ser tan sumisa con Rabat que hasta miembros de Sumar, la formación que es parte del propio gobierno español, consideren que el mejor lobby de Rabat en España es el PSOE. Estar tan entregados a Marruecos tiene grandes y evidentes riesgos que el gobierno no parece querer o poder ver.